Las horas pasan y el tiempo se estira, se desvanece, y lo único que queda es el eco de esa sonrisa maldita. La sangre de Jungkook ya no fluye. La vida ya se ha ido. Solo queda un cadáver, una huella imborrable de lo que fue.
Pero Jimin sigue allí.
Su cuerpo no se mueve, pero su mente está atrapada en un ciclo interminable. La visión de los ojos de Jungkook clavados en los suyos, esa sonrisa que lo persigue, la sensación de las manos aún tibias bajo las suyas. Todo lo que queda de él es esa presencia asfixiante que no lo deja respirar.
¿En qué momento se perdió todo? ¿En qué momento dejaron de ser ellos dos? La pregunta retumba en su cabeza como una condena, pero nunca encontrará una respuesta. No hay respuestas en un lugar como este.
El silencio, aplastante y espeso, se convierte en su único compañero. Cada segundo que pasa, Jimin siente que se desintegra por dentro. Su piel arde, su pecho duele, su mente grita. Y no hay escape. No puede huir de lo que ha hecho, de lo que ha permitido, de lo que fue su vida antes de este momento.
Se arrodilla frente a él, abrazando el cadáver de Jungkook, y las lágrimas caen en silencio. Ya no queda nada más que dolor. No hay consuelo, no hay perdón. Solo el recuerdo de un amor torcido y mortal.
La habitación, antes llena de vida y de gritos, ahora está vacía. La luz de la luna se filtra a través de la ventana, iluminando la escena, pero no puede iluminar el vacío en el que Jimin está atrapado.
—Te mataste por mí... ¿y yo qué hago ahora?—. susurra entre sollozos. Sus palabras se pierden en el aire, ahogadas por el abismo.
El pensamiento atraviesa su mente como una daga: Todo esto es por mí.
Y esa es la maldición que lo atormenta. No hay forma de escapar de su propia culpa. No hay forma de escapar de la oscuridad que Jungkook sembró en él, una oscuridad que ahora lo consume desde dentro.
Jimin agarra la pistola que yace junto al cuerpo de Jungkook, su mirada vacía. No sabe si quiere seguir viviendo. No sabe si la vida tiene sentido sin él. Y lo peor es que, de alguna forma, no puede dejar de pensar en todo lo que le ha hecho, en todo lo que sigue sintiendo, incluso después de todo el daño.
—Si yo me muero... ¿me seguirías?... ¿Me querrías aún después de esto?
Las palabras salen de su boca, pero no espera respuesta.
Pero algo en su interior le grita que nunca habrá respuesta. Jungkook se fue, y con él, cualquier esperanza de redención.
Un sollozo más. Otro. Y otro. Se hunde aún más en el pozo del dolor. Y en la quietud de la madrugada, con la pistola en su mano y el cuerpo de Jungkook a su lado, Jimin comprende una cosa: él ya está muerto.
Solo que no lo digiere aún.
Jimin no se mueve. Se queda allí, en el mismo lugar donde todo ocurrió. La pistola en sus manos ya no parece tan peligrosa, más bien es un recordatorio de la inevitable verdad. Los ojos de Jungkook siguen clavados en su mente, como una marca indeleble. Y aunque la sangre ya no fluye como antes, sigue presente en el aire, en cada rincón de la habitación. El tiempo no tiene sentido. Los minutos se deslizan como sombras al caer la noche, pero en ese espacio sellado, el tiempo es un enemigo lejano. Jimin no sabe cuántas horas han pasado, ni si la oscuridad en la habitación es producto de la noche o de la neblina en su mente. Solo sabe que allí, en ese maldito cuarto, está atrapado con Jungkook.
Y eso es lo único que le queda.
Afuera, el día comienza a asomarse tímidamente, pero aquí dentro, la noche aún lo retiene. Las primeras luces del amanecer no atraviesan la ventana, pero hay algo en el aire que empieza a cambiar, como si el día intentara filtrarse, aunque no haya nada que lo reciba.
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Детонирующий || Kookmin
Fiksi PenggemarCuando un sádico encuentra a un masoquista natural se convierte en un escenario mortal y tóxico, todos los sentidos se activan en forma de supervivencia, los vellos se erizan y todo el mundo aguarda en silencio expectantes ante al detonante nuclear...
