XXIV: СЛАДКАЯ КРОВЬ И СЛЕЗЫ.

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Sangre dulce y lágrimas.

Eran como el eco de una canción olvidada, algo que existía en los bordes de la memoria, entre el dolor y el deseo. La noche parecía aferrarse a esos vestigios, envolviéndolos en un silencio denso, casi reverente. No había sonidos que perturbaran su calma, salvo el suave ritmo de respiraciones contenidas, como si el mundo aguardara algo inevitable.

Los juegos de aquellos jadeos eran de Kim Namjoon y Min Yoongi, eran secuencias exquisitas, casi melódicas, para los oídos de Jeon Jungkook. Frente a él, el sótano se había transformado en un templo de sombras y pecado sádico, donde la humanidad se desdibujaba y dejaba lugar a una obra retorcida de obsesión y poder. Cuerpos desnudos colgaban en la penumbra, irreconocibles bajo la tenue luz, goteando sangre que trazaba caminos oscuros en el suelo de concreto.

Era un arte.

Un arte que no podía ser expuesto bajo el sol, una danza macabra que se ocultaba tras puertas cerradas. Allí, la moral no tenía cabida, y la línea entre el creador y el destructor se borraba con cada gota que caía, con cada aliento contenido.

Grotesco y glorioso.

Joder.

La mayoría de los cuchillos que reposaban en la mesa de un principio ahora estaban esparcidos por el húmedo suelo, al igual que cadenas gruesas, cuerdas de púas, alicates y demás se encontraban a sus pies. Su propio cuerpo estaba manchado de sudor y aquel líquido espeso que poco a poco amenazaba con cubrir todo su torso.

En su mano derecha del sádico, un tubo de acero era sostenido con fuerza, los nudillos blancos por la tensión y la euforia contenida que vibraba en su pecho. Los jadeos entrecortados de Jungkook resonaban en las frías paredes del sótano, mezclándose con el eco de los golpes que, momentos antes, habían quebrado el silencio como un trueno constante. ¿Cuánto tiempo llevaba golpeando a los saquitos humanos? No lo sabía, y francamente, no le importaba.

El sudor que corría por su frente, se deslizaba en finas líneas por su cuello, empapando el borde de su pantalón negro, dibujando caminos brillantes en su pecho tatuado. Con un gesto brusco, limpió las gotas con la palma de su mano, como si eso pudiera borrar también la furia latente que aún rugía en su interior. Un resoplido profundo escapó de sus labios mientras dirigía su mirada al hombre frente a él.

Kim Namjoon, el imponente jefe de Seúl, yacía colgado en de una cadena que mordía con fuerza la piel de sus muñecas, con la cabeza gacha y el cuerpo temblando. Su respiración era un jadeo irregular, el sonido húmedo y áspero de alguien luchando por mantener el aire en sus pulmones. Una mancha oscura se expandía lentamente bajo él, mezclándose con el polvo del suelo de concreto, y cada movimiento del hombre arrancaba un nuevo espasmo de dolor. Las costillas rotas de Namjoon eran evidentes en la forma en que su torso se hundía, como si su propio cuerpo no pudiera soportar el peso de la derrota. El sádico inclinó la cabeza, observándolo con ojos oscuros y vacíos, como si estuviera analizando si el siguiente golpe sería el último.

—¿Eso es todo?—murmuró Jungkook, su voz baja pero cargada de desprecio. Dio un paso adelante, el tubo de acero goteando con la sangre ajena, y lo levantó de nuevo. El sonido del metal al raspar el suelo envió un escalofrío al aire ya helado del sótano—. ¿No aguanta nada más, líder Kim?

Namjoon alzó la vista con dificultad, sus ojos hinchados apenas visibles entre el edema de su rostro ensangrentado. Un intento de sonrisa torcida se formó en sus labios, un acto de desafío tan frágil que casi resultaba patético.

—Jeon—musitó con voz ronca, entrecortada por un acceso de tos que lo hizo escupir sangre al suelo—. ¿Eso... Eso es todo lo que tienes?

Jungkook rió suavemente, un sonido que parecía más una amenaza que un gesto de diversión. Sus dedos se tensaron alrededor del tubo, y el destello metálico del arma capturó la escasa luz del sótano.

Детонирующий || KookminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora