22| Va a ser el padrino de mi hijo

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Narra Laura







Cinco meses, ese es el tiempo que ha pasado desde la última vez que le vi, enchufado a las máquinas y con su rostro lleno de arañazos y cortes pequeños, pero llamativos. No volví a visitarle, como ya había dicho, y Carolina cumplió la promesa de no decirle a Marcos que estuve allí el día que le ingresaron. Mi madre me mantenía informada de que tal estaba y como iba mejorando día tras día; también era quien me decía que dejara a un lado mi orgullo y fuera a verle con mis propios ojos. Siempre me negaba, pero en algunas ocasiones estuvo apunto de convencerme para que fuera; incluso me presenté en el hospital un par de semanas después, pero la vi a ella, a su esposa, y no dudé en darme la vuelta. Cuando me armé de valor para ir a verle, dos semanas después de ver a Jessica en el hospital, me dijo mi madre que ya le habían dado el alta. Y justo ese mismo día hacía ya los cinco meses de embarazo.

Ya he salido de cuentas y es cuestión de días que me ponga de parto. Esta ansiedad por no saber cuando o dónde romperé aguas me está matando, pero intento llevarlo lo mejor que puedo. Mi amigos vienes a verme todos los días, temen que si me dejan sola un día me ponga de parto y no tenga a nadie que me ayude. Y la verdad lo agradezco, así estoy acompañada y, también, porque prácticamente ellos me pintaron y decoraron la habitación de Noah, mi bebé. Me puse muy feliz por saber que iba a ser niño, aunque sé que me hubiera ilusionado más si hubiera sido niña; esto no significa que le voy a querer menos, al revés, le voy a tener como a un rey. También me han comprado ropa para él, y más la que yo le compro, no sé dónde voy a acabar poniendo tanta ropa y dudo mucho que a mi hijo le dé tiempo a ponérselo todo. Pero es imposible resistirme a comprarle una camiseta o unos zapatos, son demasiado adorables y de tan solo imaginarme como se verán cuando se los ponga se me hincha el alma.

Mis padres fueron uno de los últimos, junto a los padres de Marcos, en enterarse que estaba embarazada. Se los dije unos días después del accidente de Marcos, cuando las cosas se calmaron un poco. A los cuatro les tomó por sorpresa, pero el más molesto fue mi padre, quien me echó la bronca por quedarme embarazada tan joven; mi madre le calmó diciéndole que ya era mayor para decidir que hacer o no con mi vida. Los padres de Marcos se pusieron muy contentos al saber que les daría un nieto, e intercedieron por mí para calmar a mi padre. Ahora se podría decir que él está más ilusionado que yo, incluso le ha comprado camisetas del Real Madrid, para ir metiéndole en el tema de fútbol. Él quiere que su nieto sea futbolista, y tras informarse un poco, ha decidido que cada vez que esté con él en el coche va a poner partidos de fútbol.

Estoy sola en el apartamento, aunque desde hace dos meses es mi apartamento. Después de mucho discutir, Drew me convenció para poner a mi nombre el piso y así ambos éramos dueños de él. Gracias a un pequeño trabajo a tiempo parcial que me salió hace unos tres meses en una tienda de aquí cerca dedicada a los productos artesanales he podido conseguir algo de dinero con el que pagar la luz, el agua y otras cosas; así Drew solo se ocupa de la hipoteca. Nunca antes había sido propietaria y lo más cerca que estuve fue cuando alquilamos el piso en Londres. Por eso me resulta extraño ser dueña de un apartamento, y a la vez requiere de mucha responsabilidad, pero me siento orgullosa de decir que es mi apartamento.

Miro la hora en mi teléfono y frunzo el ceño. Son casi las diez de la noche y Drew aún no ha vuelto del trabajo. Aunque no vivamos juntos —él se ha comprado otro piso en el edificio de en frente, para estar cerca de mí —, siempre viene a verme por la noche, cuando terminan sus prácticas en la empresa. Lo hace por la misma razón que los demás: para no dejarme sola por si me pongo de parto.

Dejo el móvil en la mesita ratonera del salón. Me acomodo mejor en la larga Cheslong color blanco y cambio de canal, aburrida. Por la mañana vino Lalo a ver que tal estaba y, para quedarse un rato más conmigo, se quedó a comer; fue un verdadero espectáculo ver como preparábamos la comida. Carmen y Max vinieron a las cinco, un rato después de que Lalo se fuera, y no necesité convencerles para que se quedaran a cenar conmigo.

Amándote de nuevo, gilipollas #2 (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora