02| ¿Aún sigues con la plástica esa?

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Narra Marcos









—¡Marcos! —su voz es suave y divertida. No puedo evitar esbozar una sonrisa, pero aún así no abro los ojos. Escucho su armoniosa risita cerca de mí, esa risa me hace recordar el pasado y las veces que yo la causé. Siento como algo, o en este caso alguien, se sienta sobre mi abdomen a la par que una pequeñas, calientes y femeninas manos de posan sobre mis pectorales. —¡Marcos, despierta dormilón! —y a pesar de no mirarla, sé con certeza que sus rosados y tentadores labios están haciendo un puchero.

Aún así no abro los ojos, disfruto de la sensación de tenerla de nuevo sobre mí después de tanto tiempo. Mis manos viajan por inercia a su pequeño, pero prieto y redondo trasero. Lo aprieto y ella gime por la sorpresa y a la vez porque le ha gustado. Echaba de menos escucharla gemir, aún recuerdo como sus labios se entre abrían levemente dejando escapar el pequeño gemido para luego lamerse los labios; aún que a veces yo era más rápido y se los lamía yo. Sus labios..., delicioso majar del cual por mucho que he intentado olvidar, incluso sustituir, no he sido capaz. No sé como puede aguantar tanto sin tomarla de la cintura y besarla como si no hubiese un mañana. Aún recuerdo cuando, semanas después de que nos conociesemos, me imaginaba que la chica con la que me liaba era ella. Pero cuando al fin probé sus labios no había punto de comparación.

Abro los ojos, deslizo mis manos hasta su cintura y en un rápido movimiento la coloco debajo de mí, sintiendo su pequeño cuerpo rozarse con el mí.

—¡Marcos! —exclama dejando escapar una risita.

Sonrío recordando los días en los que ella y yo aún estabamos juntos y eras más que felices. Pero la cagué, quise descubrir si aún seguía sintiendo algo por Isabel y por esa estupidez jodí lo mejor que me pudo pasar en la vida. Jodí nuestra relación, ella acabó con el corazón roto y marchándose de España y yo acabé también con el corazón roto y con un vacío en mi interior que ni las mujeres ni el alcohol me pudo hacer desaparecer.

La beso de igual forma que lo hacía cuando aún estabamos juntos, cuando aún eramos una pareja feliz.

—Te amo —susurro sincero contra sus labios.

Entonces su rostro cambia. Ya no hay felicidad sino tristeza y decepción.

—¿Entonces porqué me engañaste? —pregunta en un hilo de voz.

Algunas lágrimas salen de sus ojos, mojando sus mejillas y muriendo en las comisuras de los labios.

—Laura, yo...

—¡Esto es tu culpa! —gritó empujándome lejos de ella.

Sentí mi corazón oprimirse ante su rechazo, pero en el fondo sé que me lo merezco.






—¡Noo! —grito desesperadamente.

Me siento brucamente en la cama lleno de sudo. Mi pecho sube y baja de manera rápida y brusca, por otro lado mi corazón parece amenazarme con salirse de mi caja torácica. Durante un breve instante me quedo inmóvil procesando el sueño que acaba de tener. Por supuesto, no es el primero que tengo relacionado con ella; si antes de que se fuera ella era la dueña de mis pensamientos y sueños, cuando se fue se convirtió en lo único que pensaba a cada segundo del día. Intenté hablar con ella, meses llamándola desesperado y dejándole cientos de mensaje a diario, pero acabé comprendiendo que si seguía así ella jamás volvería. Aún así, en ningún momento he perdido la esperanza de que ella vuelva conmigo y podamos tener esa familia que tanto deseabamos ambos. La jodí al besar a Isabel, la jodí hasta el fondo porque por un capricho perdí a la persona a la que más he querido.

Me levanto como un rayo de la cama y corro hasta el baño; cierro la puerta tras de mí. Me miro al espejo y la nostalgia me invade. Todo ha cambiado, ya no tengo dieciséis años sino veintitrés; el adolescente se fue dando paso al adulto, o eso pretendo creer. Me miro fijamente, mi incipiente barba pronto tendrá que ser afeitada; aún que a veces dejo que crezca un poco, porque cuando me la afeito me recuerdo cuando tenía dieciséis años y Laura estaba conmigo, estúpido, lo sé. Mi musculatura ha aumentado considerablemente en los últimos seis años y las facciones de mi cara se han endurecido dándome aspecto de hombre. Mi cabello sigue igual, solo que ahora, cada mañana, he de peinármelo para dar la imagen de ejecutivo; a los accionistas no les gusta ver a la gente desaliñada. Suspiro, cierro los ojos y deseo volver a los dieciséis años y, esta vez, hacer las cosas bien. Porque si lo hubiese hecho bien desde un principio tal vez no sería el jefe amargado, con Laura a mi lado todo cambiaría radicalmente.

Amándote de nuevo, gilipollas #2 (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora