25| Mi apartamento está lleno de agua

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Narra Laura

Dos meses después...






Resignada suelto un largo suspiro y me levanto de la cama dándome cuenta que mis intentos por intentar conciliar el sueño son , sin ninguna duda, un fracaso estrepitoso. Son apenas las cuatro de la mañana y aunque me dormí temprano tan solo bastaron tres horas para que Noah se despertase y comenzase a llorar como si la vida le fuese en ello. Tras tranquilizarlo, darle un poco de mi lecho —después le saqué los gases —, y acunarle durante un rato conseguí que se durmiese, pero una hora después ya estaba llorando de nuevo; le tuve que cambiar los pañales, a lo que debo a añadir que para ser tan pequeño hace cosas muy grandes, y volver a acunarle. Y, ahora, la que no puede dormir y quiere llorar soy yo. Mi madre me avisó que esto pasaría, que durante algunos meses no podría dormir en condiciones, si es que dormía, y que razón tiene esa santa mujer.

Al poner los pies en el suelo me doy cuenta de que éste está húmedo. Frunzo el ceño y enciendo la luz de mi lámpara de noche para poder ver mejor. Entonces me doy cuenta que el suelo de mi habitación está completamente empapado. Rápidamente pienso en una cañería rota o algo por el estilo y corriendo —con cuidado de no resbalarme —al baño en busca de esa cañería rota, pero por mucho que busco tan solo encuentro que el suelo está también mojado, solo que no tanto como el de mi habitación. Sin embargo, no hay rastro de alguna gotera en el techo o mancha de humedad en la pared que pueda revelarme de dónde viene el agua.

Frunzo el ceño y salgo de mi habitación. El pasillo también está mojado y tengo que tener cuidado de no resbalarme. Camino hacia la habitación de mi hijo, quien duerme plácidamente, y con cuidado comienzo a meter la ropa que le he ido comprando, o me han regalado, a lo largo de estos meses en un bolso grande junto a pañales, algunos juguetes y demás. Una vez que ya tengo sus pertenencias, le cojo en brazos con delicadeza para no hacerle daño y de forma cuidadosa para no despertarle. Salgo fuera de la mojada habitación y me dirijo al salón. Por aquí también está todo mojado y comienza a enfadarme el no saber de dónde narices viene el agua.

Dejo a Noah en el sillón y le coloco dos cojines, uno a cada costado, para evitar que si se mueve se caiga. Me acerco al teléfono fijo y marco el número de mi casa rezando para que alguno me lo coja. Espero a que me cojan la llamada y mientras miro a Noah para cerciorarme de que está bien.

—¿Quién es? —pregunta mi padre, pero muy al contrario de lo que pensaba, su voz suena más despierta que nunca.

—Soy yo, tu hija —respondo.

—¿Y se puede saber qué haces llamando a esta hora? —cuestiono mi padre y puedo escuchar a través de la linea como se rasca la mejilla o la barbilla, todo gracias a la barba que siempre se deja crecer, la cual hace diez años era negra y ahora es blanca.

—Mi apartamento está lleno de agua, creo que hay una fuga, pero no sé de dónde viene —le explico de manera rápida y breve —. ¿Podrías venir a por mí y a por Noah, por favor?

—Vale, tranquila, en diez minutos estoy allí —me tranquiliza mi padre —. Estate lista, no quiero esperar —me advierte y yo asiento con la cabeza; aunque dejo de hacerlo cuando me doy cuenta que él no puede verme y de que, además, me ha colgado.

Cojo a Noah entre mis brazos y juntos vamos a mi habitación para que así pueda coger algo de ropa. Dejo a mi hijo en la cama y, al igual que el sillón, le coloco dos cojines al lado para evitar que se mueva. Rápidamente abro el armario y comienzo a sacar algo de ropa y la maleta, dónde meto todas mis pertenencias. Me lleva algunos minutos terminar mi tarea y más teniendo en cuenta que cada paso que doy puede significar un resbalón.

Amándote de nuevo, gilipollas #2 (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora