Narra Laura
La maternidad es algo muy bonito —no a veces, pero lo es — y, además, es algo que nos aporta a las mujeres cosas buenas, pero nos quita de otras como, por ejemplo, el salir un viernes por la noche con tus amigos a tomar unas cervezas y hablar sobre el que tal el día o la semana —depende, claro, de cuanto tiempo llevéis sin veros —. Pero algo bueno que te aporta el ser madre es ese séptimo sentido —el sexto es el famoso «detector de guarras» — que hace que te despiertes hasta por tu propia respiración. A este séptimo sentido intento verle el lado bueno, como, por ejemplo, si te entran a robar tienes más tiempo para reaccionar y llamar a la policía; porque si le veo el lado negativo y comienzo a contar las horas de sueño frustrado mi mente comenzaría a trastornarse más de lo que está.
¿Y a dónde quiero llegar a parar con esto? Fácil. Hace unos cinco minutos que me he desvelado al sentir a Marcos moverse un poco a mi lado —imagino que con la intención de no despertarme — y poner una de sus manos sobre mi vientre, acariciándolo. Me hago la dormida porque me gustan sus caricias en vientre, hace que recuerde como éramos hace siete años. Sin embargo, no puedo seguir fingiendo que duerme cuando siento su mano desplazarse hacia arriba, hasta mis pechos —los cuales vuelven a estar llenos de leches y deseosos de que un pequeño bebé se alimente con ella — y apretar un poco mi pezón izquierdo. Gimo y abro los ojos encontrándome con los suyos.
—Lo... Lo siento —se disculpa algo avergonzado Marcos.
Esbozo una pequeña sonrisa al comprender que, al igual que a noche, él solo trataba de calmar el dolor que me causaba ese acumulamiento de leche. Miro mis pechos, están muy hinchados y las venas azules los decoran de una forma para nada estética; además de mis pezones, algo más grandes de lo normal, irritados y con pequeñas gotas de leche. Suspiro, es una imagen, sin duda, para nada sensual de ellos.
Le miro ahora a él y con mi mano derecha acaricio su mejilla con ternura. Otra cosa que la maternidad me ha dado es la desmesurada ternura y no puedo decir que sea demasiado bueno; al principio sí, resulta gracioso ver la cara de mis amigos cuando les trato como a mi hijo, pero llega un punto en el que resulta tedioso. No me gusta tratar a todo el mundo como niños pequeños, y mucho menos si son adultos, pero simplemente nace de mí como, por ejemplo, el día que Lalo me invitó —y a Noah — a comer a un restaurante y mientras el camarero nos servía la comida, sin querer, me tiró mi vaso de agua encima; el pobre muchacho se disculpó mil veces y, ¿qué hice yo? Acariciarle la mejilla —como ahora con Marcos — y decirle en tono maternal que no pasaba nada y que había sido un accidente que podía pasarle a cualquiera. Todavía recuerdo lo sonrojado que estaba mientras le acariciaba la mejilla y la cara de circunstancia de Lalo; también recuerdo como algunas personas se nos quedaron mirando e, incluso, la mujer de al lado, la cual podría tener sesenta años, me dijo: «La fase de la ternura, te comprendo bien».
—No te disculpes, tonto —le digo divertida.
Él se inclina un poco y besas mis labios. Le resto importancia al aliento mañanero de ambos y me centro en el delicioso beso de por la mañana; casi había olvidado lo que era ser despertada por uno de estos.
Nos separamos, pero antes deposita y fugaz y casto beso en mis labios. Me relamo.
—Voy a lavarme los dientes —me informa. En sus labios hay dibujada una sonrisa. Asiento con la cabeza.
Veo como se levanta de la cama, completamente desnudo, y camina hacia el baño mientras mueve exageradamente su blanco trasero —en contraste con el resto de su cuerpo — para hacerme reír. Lo consigue, comienzo a reír e incluso le lanzo un silbido.
ESTÁS LEYENDO
Amándote de nuevo, gilipollas #2 (Editando)
Teen Fiction«Me fui para tratar de olvidarte y he regresado queriéndote más» Me hizo daño, rompió mi corazón y aún así sigo dispuesta a entregárselo una vez más. Aviso: estoy corrigiendo la historia, esto conlleva cambios y, tal vez, un capítulo corregido no te...