5. Carolina.

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Antes

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Antes

Del techo cayó una gota que deslizándose en cámara lenta se quedó inerte en el pupitre de la chica de ojos tristes. Carolina miró el pequeño charco que se había formado a causa de la gotera., Era lunes y era octubre, no tendría por qué llover y menos en plena mañana.

El aula estaba desértica, ninguno de sus compañeros había llegado aún en realidad no le sorprendía, afuera se estaba cayendo el cielo, ni siquiera sabía con exactitud si hoy habría clases o las terminarían suspendiendo. El segundero del reloj hacía ecos en las paredes y con aquella iluminación tan blanca y gris que proyectaban las nubes, el ambiente se tornó fantasmagórico.

La puerta entonces, se abrió.

Sam estaba empapado de pieza a cabeza, su corto cabello le escurría en su cara pecosa y con un movimiento se sacudió un poco al entrar, y entonces levantó la mirada.

- Hola- la saludó, Caro parpadeó sorprendida. El muchacho que tenía delante era Sam, el chico de oro del instituto por lo que nunca, jamás le había hablado-, ¡Está lloviendo horrible!

Pero Caro no dijo nada, no podía comprender en qué dimensión paralela había llegado. Toda aquella situación era imposible, a ella no le pasaban estas cosas, a ella no le pasaban cosas buenas.

- ¿Hola? ¿Te comió la lengua el gato? - Aquello no lo dijo en un tono burlesco. Lo dijo con una sonrisa amigable, lo dijo como si fueran amigos y se estuvieran gastando una broma. Pero antes de que ella pudiese articular una palabra decente la puerta se volvió a abrir y esta vez no entró solo una persona, sino todo el resto del salón.

Los parloteos se hicieron presencia, nadie los había notado, más bien nadie la había notado a ella. Porque al segundo tres chicos se habían puesto al lado de Sam y este les saludaba eufórico. Caro volvió a quedarse sola, en la esquina de un salón lleno de gente, suspiró derrotada, nada había cambiado... De la puerta nuevamente se coló un cabeza de cabellera castaña, menuda y delgada.

- ¿Dónde estuviste? Ayer te busqué por la noche, pero no te encontré. – le preguntó All, su única y mejor amiga, All levantó la ceja izquierda, expectante por la respuesta de su amiga.

Caro no le respondió, no podía hacerlo. Su amiga le regañaría si se enterase, aunque tampoco tuvo que decirle mucho, ya que sus ojeras tan profundas le habían delatado.

- Prometiste que no volverías a ir a ese sitio-le dijo su amiga en un susurro enojado, como si temiera que alguien la escuchará, como si temiera algo que se aproximaba-, lo prometiste Caro.

- Y tú prometiste que no harías como si nada hubiera pasado.

All se quedó de piedra, oír lo que acababa de decir Caro solo le hacía recordar lo diferentes que eran y a ella ser diferente, nunca le sentó bien. Carolina se dio cuenta cuando el semblante de su amiga pasó de estar pálido a rojo en un par de segundos.

-No vuelvas a decirlo en voz alta.

Y dicho esto All desapareció detrás de ella, sentándose en su propia butaca. Caro no comprendía por qué le costaba tanto aceptar que no eran normales, que nada a nuestro alrededor lo era, que a veces ser diferente era mejor que ser nada y que su "maldición", como ella lo llamaba, era mejor dicho un don.

Pero Caro tampoco era valiente como para demostrarles a todos que no era nadie, que era mejor que nadie. Saber lo cobarde que era la entristeció, ella siempre se entristecía de su realidad.

Bajó la vista a su pupitre que marcado en la madera de este estaban los días que pasaban lentamente, los días para salir de esa triste y pequeña ciudad. Un relámpago atravesó el cielo gris, algunas de sus compañeras chillaron de susto, pero no Carolina porque las personas como ella eran eso, tormentas.

Y mientras ella era desdibujada por la lluvia, al otro extremo del salón, un chico de nariz respingada y la cara llena de pecas, le observaba sonriendo.

El Chico del CementerioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora