1862, febrero 6.
Había un gran alboroto en la sala del té. Las criadas iban y venían con bandejas, flores y tazas de porcelana.
Stephané Moulian observaba desde la segunda planta, recargado en el barandal dorado de la escalera escrutando silenciosamente todo a su alrededor. Esa tarde Stephané se había vestido con lo mejor que tenía, el saco de forro completo negro para la ópera, la camisa bien arremangada, el pañuelo de color vino alrededor de su cuello y en la mano tenía el sombrero de copa alta que le había regalado su primo.
Step observó como todo el mundo se preparaba para la llegada del general Favre y su familia, el ajetreo estaba desde la noche. Arreglando alcobas, recogiendo telarañas, prendiendo chimeneas.
Stephané sabía que la llegada del general era importante. El país se estaba embargando en deudas y los rumores de una un invasión europea se oía en cada una de las esquinas de la ciudad. Todo mundo había apostado que sería Inglaterra quien iba liderar el combate. Pero Juárez sabía muy bien cómo jugar sus cartas, el presidente había calmado el conflicto en menos de dos meses e Inglaterra y España había surcado del puerto de Veracruz hacia sus países.
El mundo se alarmó cuando la madre patria de Francia había decidió seguir y combatir el gobierno constitucionalista. Stephané no lo comprendió enseguida, no comprendía porque su padre se alegraba tanto de que invadieran su nación, no comprendía porque él estaba a favor de los franceses y no de los republicanos ¿Por qué les daban asilo a los traidores de la patria?
-Stephané, querido primo- saludó Bastian desde sus espaldas, Step lo miró con una sonrisa genuina. De las pocas presencias que podía soportar era la su primo y mejor amigo.
-Querido primo-lo saludó, mientras comenzaba a descender con elegancia y pulcritud las escaleras a la estancia.
-¿Qué se siente que tu casa se esté invadiendo de gente extraña?- preguntó con sorna, por supuesto él sabía de la repulsión que le causaba las multitudes. Step emitió un gruñido y Bastian no tuvo más remedio que reír a su desgracia. -No deberías estar tan enfurruñado querido primo, las malas lenguas del pueblo dicen que el general Favre es un hombre digno de admirar y de temer ¡Y mejor aún! Dicen que su hija menor, la señorita Camille Favre tiene la cara de un ángel, la voz de una hada y los modales de cualquier parisina nacida de cuna noble. ¿No crees que verla será como el cielo?
No, Stephané no lo creía. Porque el cielo para él no era la estrecha cintura de una dama, no eran los ojos risueños y los labios a miel carnosa. No, para Stephan el cielo eran diez tomos de Darwin, les miserables de Victor Hugo y Dostoyevski en sus manos. Por supuesto que ver una señorita envuelta en un centenar de telas no era el paraíso.
-Disculpe- dijo una muchacha menuda. Tenía en las manos tres pilas de sabanas finas e iba vestida con mandil y cofía.
El peso le había ganado y su menudo cuerpo había sido amortiguado por el pecho de Stephané, la joven subió la vista en busca de su salvador y en cuanto reconoció el rostro de su joven amo como el de su primo Bastian la muchacha se ruborizó tan intensamente que pareció explotar.- ¡Por Jesús!-exclamó poniéndose de pie y soltándose del agarre de Stephané- ¡Discúlpeme señor! ¡No era mi intención! ¡Soy una torpe, una tonta!
-Descuide-Respondió amable, como siempre lo hacía al hablar con las personas. Le sonrió- ,fue sólo un accidente.
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El Chico del Cementerio
ParanormalHay seis chicos perdidos en el bosque. Tú eres uno de ellos. #FloresMarchitas