43. El lugar del Eterno Otoño

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Antes

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Antes

Las cosas no funcionaban.

En el transcurso del tiempo la investigación se había quedó estancada, Verónica incluso había tenido que revelar por su propia cuenta las visitas constantes de Carolina al cementerio, pero cuando los policías habían ido a investigar las cámaras, ninguna de ellas, había relevado nada de importancia.

¿Cómo había logrado aquello?

Sam la había visto recorrer los enormes pasillos sola, él incluso había estado ahí, Samuel también había estado en aquel tenebroso sitio y en todas las grabaciones que tenían del viejo lugar rodeados de sepulturas, en ni una de ellas había rastro de la chica que veía fantasmas o del chico pecoso que la seguía.

Nada cuadraba en ese sentido, pero por alguna extraña razón Samuel tampoco sentía la necesidad de entenderlo sólo porque quizá, muy en el fondo no pensaba que su querida Caro no estuviese tan demente y enferma como todos creían.

Por otra parte, oculta tras la puerta del director, Mariana sentía que el mundo se venía abajo. Los oficiales llevaban ya dos horas y media hablando en esa oficina con el señor Perales (director de la academia), la doctora de la escuela, el papá de Carolina y el señor Martínez. Dos horas y media y no salían del lugar...

–¡¿Pero usted está en sus cabales Martínez?!– dijo la voz ronca del director, Mariana se encogió en su sitio, odiaba las reprimendas–¡¿Cómo se atreve a mandar a vigilar a una alumna con otra alumna?!

– El señor aquí presente no quería colaborar y la señorita Garza estaba certera con el diagnóstico, no era conveniente que Carolina anduviera sola sin supervisión.– respondió seguro su profesor, Mariana asintió de acuerdo con sus palabras, el profesor tenía razón no podían dejar de vigilar a una persona como Caro sólo por que su padre se había vuelto un bueno para nada– ¡Era necesario que la vigilarán!

– ¿Y su brillante idea fue mandar a la señorita Ortega para ser su niñera?– cuestionó un oficial, un golpe seco, como cuando golpeas la madera se escuchó tras la puerta.

–¡Ella se ganó su confianza!– se aclaró Hugo – ¡Necesitábamos alguien que le hiciera entrar en razón!

– Era sólo un niña Hugo– habló la doctora, El profesor Martínez calló un momento y luego habló de manera más apagada.

–Lo sé.

– ¿Sabe usted dónde podría estar ella?– se escuchó otro silencio prolongado, Mariana sabía que su profesor no lo sabía y que aquello debía de pesarle en la culpa–¿Qué tal la su alumna. Mariana ella le ha comentado cuando fue la última vez que la vio?

– Pensé que ya la habían interrogado antes...

– Lo hicimos, pero algo en todo esto no cuadra– aquella voz la reconocía, era la de aquel hombre sin uniforme, cuando los policías la habían ido a interrogarla sus padres habían exigido que se identificara aquel sujeto que no paraba de mirarla, los policías lo habían hecho. Era el detective Isaac quien dirigía la investigación – Todos los conocidos de la señorita Méndez tienen algo en común, ¿Sabe usted qué es?

El Chico del CementerioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora