Antes
Antuan no era un niño miedoso, tampoco era alguien que siguiese las reglas. Pero sobre todo no era un tonto. Era un chico un tanto extraño. Lo era porque le gustaban las historias de terror que contaban los abuelos, le gustaba más el día de muertos que la Navidad, añoraba tener de mascota un cuervo y eso que sólo tenía en ese entonces diez años.
Antuan tenía un secreto, uno que se guardaba muy bien para él solito. No se lo había contado a nadie sólo quizá a su madre y eso porque ella lo había adivinado y, por muy raro que parezca aquello, su madre jamás le había dicho mentiroso en cambio le había suplicado que no se lo dijera a nadie... ella había dicho que era por su propio bien.
Su secreto lo había descubierto un día cuando él y su madre caminaban por el cementerio, aquello tampoco era raro, su madre y toda su familia también guardaban sus propios enigmas, los cuales ella nunca le había explicado o al menos no aún.
"Cuando crezcas más" le decía cada vez que preguntaba, Antuan no protestó ni en ese instante ni ahora, sin embargo sí que las dudas le carcomía el cerebro, después de todo ¿Qué tan normal era que su madre visitará el panteón todos los días a la misma hora? ¿Qué tan normal era que sus dos mejores amigos fueran los guardias del cementerio y no sus algún compañero de clase? Nada en su vida era normal y eso lo descubrió hace seis años cuando vio el rostro de una niña pálida como el invierno y las ropas de las muñecas de porcelana... su nombre era Marguerite Giuseppe y había muerto en 1889.
Antuan tenía sus propios misterios y eso nadie debía descubrirlos.
- Pero- le dijo a la chica que tenía delante– ¿ Hay algo que pueda hacer?
Carolina negó moviendo suavemente su cabeza, haciendo ondear sus negrísimos cabellos que se balanceaban con el viento. Antuan bajo la cabeza con pesar, algo en él quería ayudar a su nueva amiga, ese día su madre hablaba una vez más con los guardias de aquel lugar de muertos y él, experto en esos caminos, había caminado más al fondo donde las sepulturas eran tan antiguas como el pueblo y ahí cerca de una decorada con un trágico ángel llorando la había visto. Carolina estaba sentada sobre una lápida de mármol blanco y miraba melancólica hacía el bosque que todo lo ocultaba, Antuan había ido donde ella tomándole una mano fría como el hielo y le había dado un apretón (como lo hacía su madre cuando se sentía triste) y Caro se había roto a llorar como una niña de su propia edad, sin vergüenza, con terror y abandono porque su corazón estaba en cachitos, esparcidos en algún lugar muy lejano, incapaz de juntarse de nuevo.
ESTÁS LEYENDO
El Chico del Cementerio
ParanormalHay seis chicos perdidos en el bosque. Tú eres uno de ellos. #FloresMarchitas