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Antes
Dicen que todos nacemos con un don en nuestras vidas, algunos son buenos para el deporte, otros en la ciencia. Algunos son buenos escribiendo o viviendo en las artes.
Todos somos buenos en algo.
Alondra era una buena mentirosa.
Y aunque ese don no había nacido con ella, sí que lo había adquirido y perfeccionado con el tiempo. All aprendió a mentir con sólo siete años y eso lo recordaba muy bien.
"Mira nada más" dijeron las voces y como siempre All no les prestó atención. Procuró, como todas las mañanas, caminar con la cabeza gacha mirando siempre sus zapatos. Pensando en que, efectivamente ya era tarde para llegar a la escuela
"¿Nos ignoras otra vez?"
Alondra dobló la esquina de su casa, siguiendo con la mirada las líneas del pavimento gris. Tratando desesperadamente distraerse de aquello que le hablaba todos los días.
"¡Oye tú niña!"
Cerró los ojos con fuerza, aunque en realidad eso no servía de nada, All no veía el más allá de este mundo, eso era de Carolina. Más bien el infierno de ella venía en las voces, era ciega al mundo de las sombras pero... Las voces, los susurros, los lamentos... Esos sí que los percibía.
" ¡Tú!" Susurraron cerca del parque " ¿Puedes ayudarnos?"
All apresuró el paso, odiaba el camino a la escuela y se volvía insoportable cuando se acercaba a la reserva.
"Por favor, por favor ayúdanos"
–Basta...
Los árboles y los pinos cada vez más cerca.
"¡Auxilio!" Gritos, murmullos, aullidos
"¡Que alguien me ayude"
–¡Basta!– odiaba esas voces. Odia esta vida llena de murmullos.
Una señora de edad avanzada la miró con la boca abierta y All comprendió horrorizada que había vuelto a caer en la trampa. Se encogió de hombros y se acomodó la mochila.
En serio odiaba el camino a la escuela.
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