24. Verónica

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El silencio es un arma de dos filos.

El silencio otorga, seduce, atrae y luego te debilita. Eso, lo sabía muy bien la chica que no despegaba la vista de los libros. En un mundo como el de Verónica el silencio era un fiel compañero, leal y cómodo en un lugar donde ella era menos que nada.

- ¡¿Quieres callarte de una vez?!- gritó su madre, Pablo su hermano mayor por sólo unos meses estaba haciendo un escándalo porque Martha su hermana dos años mayor que él, le había arruinado su guitarra. Al parecer Martha estaba harta del constante ruido que él hacía por las tardes, su venganza había sido cortar por la mitad las cuerdas.

- ¡No!- le rezongó rojo de furia - ¡Esta estúpida no sabe lo que me costó comprarlas!- dijo mostrándole el instrumento con sus cuerdas rotas y deshiladas, Martha rodó los ojos con exageración- ¡Tienes que comprarlas de nuevo!

- ¿Crees que te voy a hacer caso a ti? Niño estúpido- replicó su hermana mientras se cruzaba de brazos- Te hice un favor, tus alaridos estaban matando a todos, apuesto que en realidad ellos están agradecidos conmigo por ser la única que hizo algo con la mierda de tu música.

Pablo, que hace sólo segundos estaba rojo de ira, palideció cuando sus tres hermanos que estaban en la sala mirando el televisor se unieron a la burla soltando carcajadas. Miró a su madre, pero ella no dijo nada, estaba mirando la cena como si tuviera las respuestas del mundo, luego miró a su alrededor boquiabierto, como esperando el comentario de alguien más, algo que le hiciera creer que Martha estaba equivoca, pero un silencio inundo la estancia. Vero tuvo un pinchazo de lástima, pero sólo fue un momento, después cuando vio a su hermano "más cercano" morderse los labios y tragarse las lágrimas que se juntaron en sus ojos, no dijo nada. Pablo miró a su hermana mayor con odio y tomó su pobre guitarra con todo y cuerdas quebradas y salió de la casa dando un portazo.

Verónica que estaba sentada en las escaleras leyendo, miró la puerta por unos segundos. Quizá debería haberlo defendido, después de todo Pablo era el único en su casa que a veces miraba por ella, pero luego observó a sus cuatro hermanos que estaban en la sala, en realidad en ese lugar nadie miraba por nadie, cada quien se defendía por su cuenta, más que una casa aquello era un campo de pelea. Cuando vives en una casa rota, cuando vives llenos de problemas, cuando compartes un lugar pequeño con tantas personas aprendes a estar solo aún cuando la gente sobra, aprendes a amarrar con fuerzas las emociones, a disfrazar las expresiones faciales, a congelar el corazón...

Vero volvió la vista al libro, olvidando el rostro decepcionado de su hermano... no, ahí todos salvaban su propio pellejo.


A la mañana siguiente, ya en su salón de clases tomó asiento cerca de la última fila, junto a la ventana

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A la mañana siguiente, ya en su salón de clases tomó asiento cerca de la última fila, junto a la ventana. Acomodó su mochila y sacó el libro que le habían prestado en la biblioteca. Ya casi llegaba al final, sólo eran setenta páginas, para ella ese número era nada.

Sus ojos viajaron por el papel ignorando el mundo, porque ¿ No era lo que él hacía? ¿Ignorarla a ella? Vero nunca fue fan de las pláticas, nunca se sintió cómoda cuando la gente se aglomeraba a su alrededor, siempre se sintió mejor estando sola o distraída, o lo que fuera menos estar en la realidad. Porque vivir entre las líneas y versos la transportaba en sus más anhelados sueños. Ella podía ser quien quisiera ahí, ella podía ser todo en lugar de ser la última de siete hermanos y sin vida fuera de cuatro paredes. No había nada más que le gustará que vivir entre sus historias...

Y entonces, todo cambió.

De la puerta del aula llegó un muchacho tan alto que costaba mirarlo, con los ojos más dulces y sinceros que ella hubiese visto, con la sonrisa de los príncipes que ella leía, con la amabilidad que ya nadie poseía y su cara tan infantil como risueña llena a montones de pecas.

- ¡Sam!- gritó un chico casi tan alto como él. Brandon, su mejor amigo lo jaló de su sudadera que llevaba y lo llevó a los asientos de enfrente donde los demás "Chicos de oro" estaban. Vero suspiró dramáticamente, él nunca sería suyo.

Desde el principio de clases, cuando él le habló en las canchas de fútbol, ninguno de los dos se volvió a dirigir la palabra. A veces Vero pensaba que aquella plática había sido un sueño, que era irreal porque después de todo ¿No la reconocía? Y no podía decir que no estaba profundamente decepcionada porque para Vero aquellas palabras se grabaron en su corazón, fueron muy importantes, ser vista, en realidad vista por alguien, ser consciente de que había personas que les importaba saber que estaba bien, había sido nuevo, fresco, se había sentido tan bien.

Sam se rió de un chiste tonto de sus compañeros, él tenía una risa tan bonita. Cuando Samuel reía lo hacía con ganas, lo hacía sin vergüenza. Echaba su cabeza hacía atrás haciendo bailar su cabello rizado, incluso se tomaba con ambas manos el estómago, sus ojos se cerraban por completo y en su rostro lleno de pecas se le hacían dos hoyuelos. Samuel era un chico encantador, era muy entendible el porqué las niñas y sus compañeros lo tuvieran en un altar, él merecía estar en ese altar.

Vero suspiró largamente. Volvió su vista hacia el suelo, la realidad la golpeó de lleno.

La verdad enfrente de ella, tan obvia que dolía. Las personas como Sam no se quedaban con gente como ella. Sam era luces y ella ni siquiera sombras.

Un relámpago atravesó el cielo, eran apenas las siete de la mañana y ya estaba lloviendo. Vero hizo una mueca grotesca, ella odiaba que lloviera tan temprano de hecho, no entendía porque las personas les gustaba tanto el frío y la lluvia, ella lo encontraba horroroso, prefería mil veces el calor, aun si este era odioso, pero algo muy dentro de ella sabía porque lo prefería: Quizá tenía que ver con el hecho de que las personas como Vero, tan rotas y tan quebradas necesitaran la calidez que dentro de sus cuerpos se había extinguido.

La tierra cimbró tras el relámpago y una chica, pálida como la nieve y mojada como un perro se asomo despacio tras la puerta del salón. Por un momento todos guardaron silencio porque la reconocieron inmediatamente. Verónica también lo hizo, la chica entró sigilosamente y recogió tras su oreja uno de sus mechones mojados que tenía pegado en su mejilla. Después de todo, pensó Vero, había personas más desgraciadas que ella.

La chica, de nombre Carolina se sentó junto a su amiga, ella les observó un momento, todos los días se sentaban hasta atrás, eran siempre ella dos y últimamente el nuevo del salón, el chico que había venido de la gran ciudad al parecer había hecho amistad con ellas. Verónica estaba consciente de los rumores, ellas eran extrañas, ellas miraban el vacío, hablaban con la nada, ellas eran diferentes. Pero Vero no era de juzgar a la gente sin embargo, dejó de creer que eran rumores cuando desde su casa, que estaba cerca de la iglesia antigua a unas cuadras del cementerio vio una noche, una sombra delgada entrar sin permiso al lugar de los muertos, Vero no se lo había dicho a nadie, Carolina y su amiga ya tenían demasiados problemas en sus vidas.

Dejo de mirarlas, decidida a seguir con su lectura antes de que el profesor Martínez llegará al salón, se re acomodo en su asiento y miró sólo por última vez (quería verlo sólo una última vez antes de perderse en sus letras) a Sam, pero al levantar la mirada sus ojos se agrandaron. El chico de oro no estaba prestando atención a lo que los otros le decían estaba ahí, anonadado mirando hacia atrás, Vero siguió su mirada y una punzada le sacó el aire cuando lo encontró observando a Carolina, quien hablaba con su amiga.

Ella lo miró de reojo y vio como Caro se sonrojaba, Samuel la miró de una manera inexplicable, de esas miradas que las escritoras describen como perdidas, sin remedio. Samuel miraba a Carolina como los protagonistas a las heroínas.

Otro relámpago apareció en el cielo y el sonido al caer, hizo un eco enorme, pero esta vez más fuerte y más cerca, estruendoso, fuerte, desgarrador... ¿O había sido su corazón?

El Chico del CementerioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora