Capitulo 30

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La determinación que Anya y Becky habían encontrado en el restaurante se materializó en un vestido de color esmeralda, elegante pero con un toque juguetón que captaba a la perfección la esencia de Anya. Mientras Becky daba su aprobación final con un pulgar hacia arriba —por fin—, un nudo de nervios y dudas se apretaba en el estómago de Anya, mucho más fuerte que el hambre que había sentido horas antes.

La mención de "Señora Desmond" por parte de aquella chica arrogante, Elizabeth, no había sido un halago, sino una advertencia. Y la confirmación de que Damian la invitaría a la reunión de la Corte esa misma semana hizo que la realidad se estrellara contra ella con la fuerza de un tren. No se trataba solo de una cita; era su ingreso a un mundo de tiburones.

Mientras, en la mansión Desmond, la visita de Elizabeth Chevalier había dejado un regusto amargo.

—Me pregunto, Jeune Monsieur*Demetrius —dijo Elizabeth, tomando un sorbito de su té de jazmín con una sonrisa que no llegaba a sus ojos—, si la familia está al tanto de la... elección particular de su hermano. Una joven sin linaje, sin fortuna conocida. La Corte puede ser un lugar despiadado para alguien así. Solo me preocupa la reputación de Damian.

Demetrius, con una calma estudiada, colocó su taza sobre la mesa.
—Tu preocupación es tomada en cuenta, Mademoiselle Chevalier. Sin embargo, la elección de mi hermano es asunto suyo. Y permíteme aclarar algo —su tono, aunque educado, se tornó gélido—: la reputación de los Desmond no depende de los chismes de la Corte, sino de nuestro nombre y nuestros actos. Damian ha sido muy claro en sus intenciones.

El mensaje era inequívoco: el apoyo de la familia estaba con Damian. Elizabeth se despidió con una fría cortesía, pero la promesa de un conflicto pendía en el aire.

La noticia de este encuentro llegó a Damian a través de su hermano mayor.
—Ten cuidado, Damián —le advirtió Demetrius—. Elizabeth no se retira fácilmente. Ha puesto a Anya en su punto de mira.

Damián apretó los puños, una mezcla de ira y preocupación nublando su mente. Lo último que quería era que Anya se sintiera acorralada o juzgada. Esa noche, la llamó por teléfono.

—Anya —su voz sonó más tensa de lo que pretendía—. Sobre la reunión de la Corte... No tienes que ir si no quieres. No quiero que pases por un mal momento.

Al otro lado de la línea, Anya guardó silencio por un momento. Recordó las palabras de Becky, la mirada despectiva de Elizabeth y, sobre todo, recordó la sonrisa genuina de Damian en su confesión. No iba a retroceder. No ahora.

—Quiero ir —dijo con una firmeza que la sorprendió a ella misma—. Quiero estar allí contigo.

La resolución en su voz calmó la ansiedad de Damian. —Está bien. Pero no te separarás de mi lado. Y recuerda, no importa lo que digan, no eres menos que ninguna de ellas.

Llegó la noche de la reunión. Anya, con su vestido esmeralda y el corazón latiendo a mil por hora, bajó de la limusina tomada del brazo de Damian. Él la miró con admiración y un orgullo que le iluminaba la mirada.
—Estás increíble —susurró, y por un segundo, el mundo exterior desapareció.

Pero al entrar en el salón, cientos de miradas se clavaron en ellos. Susurros cortantes como cuchillas flotaban en el aire: "¿Es ella?", "Forger... no conozco ese apellido" "Qué... peculiar su cabello".

Damian, con una elegancia innata, la guio sin inmutarse, presentándola a conocidos con una seguridad que era un escudo para ambos. Sin embargo, el verdadero desafío los esperaba sentado a una mesa: Elizabeth Chevalier, rodeada de su círculo de amigas, todas con sonrisas afiladas.

—Ah, enfin llegan los tortolitos —dijo Elizabeth con dulzura envenenada—. Nos estábamos preguntando si te habrías perdido, ma chère Anya. Este ambiente debe ser tan... nuevo para ti.

Anya sintió que todas las miradas se concentraban en ella, esperando su tropiezo. Tomó aire, aferrándose a la confianza que veía en los ojos de Damian.
—El lugar es muy bonito —respondió, manteniendo la compostura—. Pero con buena compañía, cualquier lugar es agradable.

Fue una respuesta simple, pero dicha con una serenidad que descolocó a Elizabeth por un segundo. Damian apretó su mano en señal de apoyo.

—Qué encantadora modestia —intervino otra chica del grupo—. Dime, Anya, ¿en qué colegio estudiaste antes de Edén? Seguro alguno... pintoresco.

Era la pregunta cargada que Becky había anticipado. Anya, recordando las lecciones de etiqueta a toda prisa de su amiga, sonrió levemente.
—Mi educación anterior no es tan relevante. Lo que importa es que Edén me ha brindado oportunidades únicas, como conocer a Damian.

Eludió la pregunta con gracia, pero la presión aumentaba. Preguntas pasivo-agresivas sobre su familia, sus hobbies ("¿Leer? Qué común...") y sus aspiraciones futuras llovían sobre ella. Anya se defendía con honestidad y esa peculiar firmeza que la caracterizaba, pero cada respuesta era recibida con una risita o un comentario subestimante.

Damián intervenía cuando podía, pero era una batalla de sutilezas donde él no podía alzar la voz sin parecer un mal educado. Veía cómo la sonrisa de Anya se volvía más tensa, cómo sus puños se apretaban levemente bajo la mesa. Una ira fría comenzó a hervir dentro de él. Esto no era presentar a su novia, era un juicio.

Finalmente, Elizabeth lanzó el dardo final, con una sonrisa de falsa compasión:
—Debe ser tan difícil, pobre chica,  intentar encajar donde claramente no perteneces. No te preocupes, con el tiempo aprenderás... o te cansarás.

Esa fue la gota que colmó el vaso. Antes de que Anya pudiera responder, Damian se puso de pie. Su presencia, de pronto, pareció llenar toda la sala. No gritó, pero su voz, grave y cargada de una autoridad que heredó de su padre, resonó con una claridad aterradora.

—Basta.

El silencio fue instantáneo. Todas las conversaciones murieron.

—Mademoiselle Chevalier —dijo Damian, mirándola fijamente—. Has confundido la cortesía con la debilidad. Anya Forger no necesita "encajar" aquí, porque donde ella está, es el lugar que importa. Su valor no se mide por su linaje o su cuenta bancaria, sino por su corazón, que es más grande y genuino que el de cualquier persona en esta habitación.

Se volvió hacia el resto del círculo, su mirada desafiante.
—Ella es mi elección. Y quien la falte al respeto, me faltará a mí. Y les aseguro que deshonrar el nombre de Desmond es un juego mucho más peligroso que despreciar a una joven que no conocen. Si tienen algún problema con mi relación, hablen conmigo. Pero sepan que mi respuesta será la misma: me importa ella, no su aprobación.

Tomó la mano de Anya, que lo miraba con los ojos brillantes de una mezcla de asombro y alivio.
—Y ahora, si me disculpan, esta reunión ha perdido todo su interés para mí.

Y sin mirar atrás, guio a Anya fuera del salón, dejando atrás un silencio absoluto y la certeza de que, en un solo movimiento, Damian Desmond no solo había declarado su lealtad, sino que había redibujado por completo los límites de su mundo alrededor de la mujer que amaba. La tormenta había estallado, y juntos la habían enfrentado. Pero las consecuencias de tan pública declaración aún estaban por llegar.

𝐸𝑙 𝑑𝑖𝑙𝑒𝑚𝑎 𝑑𝑒 𝑙𝑜𝑠 𝑑𝑒𝑠𝑚𝑜𝑛𝑑Donde viven las historias. Descúbrelo ahora