CAPITULO IX

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Madrid, era alucinante con una mezcla de construcciones antiguas y modernas, de culturas, era tan distinta a mi pueblo. Me encontraba aturdida con tanta gente, tanto ruido, era extraño no ver todo cubierto de verde, las montañas eran de un color de subir a la montaña rusa para experimentar nuevas sensaciones, me hacía sentir viva y con esperanzas, presentía que algo cambiaría radicalmente y que la vida tal y como la conocía desaparecería.

El taxi me dejó frente a mi nueva residencia, irónicamente el chófer de origen paquistaní me dio la bienvenida a la capital de mi país, eso me hizo sentir segura, si él estaba tan a gusto en esta gran ciudad como para ofrecerme una calurosa bienvenida, yo también lograría acostumbrarme a ella.

La residencia era elegante un edificio antiguo en excelente estado de conservación, con un luminoso y amplio vestíbulo de techos muy altos con elaboradas molduras, me parecía muy glamuroso.

Mi compañera Gabriella Rossi, me esperaba, mi madre había concretado la hora de mi llegada, toqué el telefonillo un par de veces hasta que me abrió sin decirme nada, subí en el estrecho ascensor, recorrí el enorme pasillo de color marfil y la puerta del apartamento del 2º A estaba abierta, ella se encontraba sentada en un sillón de color ocre leyendo una revista parecía estar distraída, sin embargo a mi primer paso sobre el suelo de madera oscura se apresuró y se posó frente a mí.

-Bienvenida a tu nueva casa, Ángela- me recibió dedicándome una gran sonrisa, aunque sus ojos reflejaban indiferencia,  (era la chica más hermosa que había visto jamás, era alta 1,75 tal vez, con la silueta de una modelo, blanca como la nieve, tenía una cabellera brillante como el oro, ojos grandes y de un color esmeralda profundo aunque inexpresivos y fríos como el hielo, la nariz era perfilada como si estuviera esculpida perfectamente sobre su rostro, la boca era pequeña bien dibujada y de un rosa claro, realmente ni en mis peores pesadillas podría haberme imaginado que mi compañera sería tan físicamente perfecta.

Las palabras se me atragantaban por mi asombro, así que debió pensar que aparte de poca cosa era un poco atontada.

Muchas gracias, Gabriella- pude responderle al fin. Su sonrisa se hizo más amplia y me dijo:

-Gabi, puedes llamarme Gabi, si es tu gusto, imagino que estas cansada por el viaje, te mostraré tu habitación.

-La verdad si estoy un poco cansada- le dije sin poder mirarle directamente a la cara.

-Ésta es tu habitación, puedes instalarte, descansar y si tienes hambre hay comida en la nevera- (su tono de voz era amable, pero distante), le sonreí y cerré la puerta.

Me tiré en la gran cama vestida con un edredón color lavanda, era antigua con un estilo romántico, así como las mesillas y la cómoda, la habitación era de un color blanco ostra, tenía un enorme escritorio con una bella lámpara de forja, en fin parecía salida de un cuento de hadas.

Sin duda Gabriella eran de una familia adinerada y con mucha clase, aunque no entendía porque desearía alguien como ella compartir apartamento, cuando estaba claro que no necesitaba el dinero, pero mis padres no dudaron ni un momento, era una excelente zona cerca de la universidad y a buen precio.

Ordené todas mis cosas, llamé a mis padres para decirle que todo estaba bien, coloqué  mi portátil nuevo sobre el elegante escritorio y me fui al alucinante baño que estaba en mi habitación, era sorprendente, ni en mi casa tenia baño propio, estaba tan anonadada por todo, que me había olvidado de comer, eran las nueve pasadas y yo tenía en mi estómago solo el desayuno y un café horrible del tren, por lo que me arme de valor y salí para comer algo.

Ella seguía tumbada despreocupada ojeando otra revista, con una delicada bata de satén o seda color azul eléctrico, apenas desvió la mirada de su lectura para echarme un desinteresado vistazo, yo enfundada en mi viejo chándal gris, con mi coleta y mis zapatillas de estar por casa.

-Hola, voy a comer algo- le dije sin mirarla y con voz tímida.

-Perfecto- le escuché con esfuerzo.

Cuando abrí la nevera me sentí apenada, estaba abarrotada, había de todo, frutas, jugos, yogures, quesos de muchas clases, refrescos de dieta, vinos y cacerolas con comidas preparadas. Saqué unas rebanadas de pan de centeno, queso emmenthal en lonchas, pechuga de pavo, lechuga, tomate, mayonesa, kétchup y mostaza y me hice un sanduche, me lo comí en silencio en la mesa de la cocina. Algo me decía que era improbable que Gabriella y yo fuéramos a ser grandes amigas. De repente estaba detrás de mí mientras lavaba el plato, tenía una delicada forma de caminar, era como una bailarina de ballet deslizándose, era como si flotara, tanto que me asustó cuando se dirigió a mí.

-¿Has comido bien,  Angi? -me sorprendió que me llamara así porque solo mis amigos lo hacían.

DESPUES DE MI MUERTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora