14. La locura ni Dios la cura

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"Estoy tan enamorado de ti..."

"Frank, quiero hacerte feliz."

"Huye conmigo."

"¿No te das cuenta de que lo he hecho todo por ti?"

"¿No ves que te amo?"

"Ha sido la mejor semana de mi vida y tu no recuerdas nada."

"Eres solo un maldito bastardo."

"Eres una perra insatisfecha."

"Voy a acabar contigo y con tu hijo."

"Vas a ver su sangre en mis manos..."

"¡No!" grité abriendo con fuerza los ojos. Tenía lágrimas humedeciendo gran parte de mi rostro, me sentía todo sudado y el miedo me estaba paralizando. Pronto sentí unos delgados brazos acunarme entre ellos y la cálida voz de Mikey susurrar: solo fue un mal sueño.

Me dejé abrazar, escondí mi rostro, ojos, toda mi realidad en el pecho del castaño y me permití llorar.

"Tengo tanto miedo..." susurré entre lágrimas, hundiendo más mis uñas en la espalda ajena. Mikey acariciaba tranquilamente mi cabeza a medida que vacías palabra de consuelo salían de sus labios como cuentos de medianoche. Agradecí el gesto, aceptando su oferta de quedarse conmigo toda la noche.

Yo ya le había dicho a Mikey que solo nos íbamos a quedar con él unos días, y eso fue hace dos largas lluviosas semanas. En este tiempo el menor de los Way nos había cuidado como si fuéramos su bien más preciado. Incluso me acompañaba a mis sesiones de terapia y rehabilitación, que aunque mis piernas a simple vista estaban bien, los médicos recomendaron que no dejara de ir a hacer todos aquellos estúpidos ejercicios por si un caso.
Esas horas particularmente me recordaban al Gerard de hace tres años, cuando fuimos él y yo quien acudía a esas sesiones de rehabilitación para mí, y el pelirrojo siempre conseguía hacerme sentir bien allí.

Lo que no me esperaba, es que precisamente ese día todo fuera a dar un vuelco monumental. Gerard había estado llamando más de una vez cada día, pero yo le evitaba, hablamos una vez y terminó mal. Dejaba que Gerard viniera a visitar a Frankie, porque al pequeño le encantaba pasar tiempo con su papá. A mi no me importaba que le llamara así, de alguna manera Gee era su padre, y ambos se tenían ese amor fraternal, y claro, contra el amor no se puede luchar.

Ese día llovía a cántaros, pero no era de extrañar, todos sabemos como son los Noviembres por estas tierras. La tarde de ése día tenía terapia de nuevo, pero Mikey debía acudir a una importante reunión, y le pedí que no dejara sus asuntos de lado por acompañarme.
Frankie se había quedado con una amiga de Mikes en casa, era una buena chica y necesitaba dinero, así que no dudé en contratarla.
Salí de casa con la polera como escudo contra la lluvia. Sabía que aunque Mikey me dejaba el coche, tendría que tomar el bus, ya que algunas veces al conducir mis piernas no querían responder y terminaba por saltarme semáforos en rojo al no poder pisar el freno. Para evitar accidentes y multas innecesarias, decidí sentarme en esa triste y vacía parada de autobús, esperando a que alguno pasara por mí.

Veinte minutos más tarde estaba seguro de que iba a llegar con retraso a mi cita. Me levanté ojeando el horario de los buses antes de irme de allí. No di más de tres pasos cuando un coche negro se detuvo frente a mí, irrumpiendo en el arcén y bloqueando el paso. La ventanilla se bajó y por segundos tuve un momentáneo flash back a cuando me ganaba el dinero en las calles.

"Sube." susurró Gerard haciendo un gesto con la cabeza. Mordí mi labio con indecisión y el mayor chasqueó la lengua para que me diera prisa.
Fue como una maldición cuando la potente lluvia empezó a golpear el suelo. Gruñí ante mi mala suerte y me metí en el coche, esperando no llevarme una bronca por mojar la cara tapicería.

The Dark Side Of My Mind -Frerarđ-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora