2: James Potter.

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― ¿Qué quiere decir ese título? ―preguntó Harry, indignado―. Ese chiste no es gracioso.

―Querido Harry, le aseguro que el profesor Dumbledore y yo estamos más que seguros que no es un chiste ―aseguró el ministro.

―Pero yo no tengo hermanos ―dos pelirrojas le miraron mal―. Varones ―añadió, asustado―. Ni tíos tampoco. ¿Hay otro Potter en el mundo mágico? ―el joven de lentes se giró hacia Lupin y Sirius.

―Por el momento no, cachorro ―aseguró Sirius con una sonrisa deslumbrante.

―Entonces, cómo demonios. . .

― ¡Cállate, Harry! ―exigió Hermione, de mala manera―. ¿No puedes ser optimista por una vez en tu vida y pensar que ese chico es tu hijo? ―le gritó la castaña, exasperada, pues al fin alguien se atrevió a decirlo.

―Pero, yo. . .

―Que te calles, por merlín ―exclamaron Annabeth y Lilianne al unísono, cansadas de escucharle poner pegas a todo.

―Mamá, comienza ―le pidió Ginny, interrumpiendo a Harry sin disimulo.


¿Qué hay pasado? Seguramente deben estar confundidos por mi hermoso nombre.


―Mucho ―afirmó Harry.


Pues déjenme decirles que soy un nuevo y mejorado James de una nueva y mejorada generación.


―Tantos recuerdos ―dramatizó Sirius, intentando ocultar su verdadero dolor.


Soy el Potter más guapo jamás visto.


―Es idéntico a su abuelo ―festejó Lupin, dejándose llevar por la euforia del momento.

―Lamentablemente, sí ―se quejó Snape.

―Por favor, no comiencen a pelear ―exigió la profesora McGonagall, dirigiéndole una mirada nada amable a Snape.


Con el mejor nombre jamás escuchado: James Sirius.


― ¡Wuju! Gracias, cachorro ―afirmó Sirius, haciendo un patético baile.

―Tío, por favor, me avergüenzas delante de mis amigos ―murmuró, roja de la vergüenza, Aries Black, desde la mesa de los Slytherin―. ¡Haz el favor de sentarte, Sirius Black! ―exclamó.

Sirius Black, al ver a su sobrina así se sentó recordando a su hermano. Era su diva imagen en chica.

―Señor Potter, le ha hecho un mal al mundo ―negó McGonagall.

― ¡Qué no es mi hijo!


La combinación perfecta de mis padres.


― ¿Quién será la madre? ―preguntó Cho, esperanzada. La lectura se vio interrumpida por la puerta, que le daba la bienvenida a Oliver Wood.

―Solo espero que tú, arroz ―dijo en voz alta y sin pavor alguno Aries, que seguía cayéndole mal el niño Potter, pero no le deseaba ni a su peor enemigo el hecho de terminar con una persona tan arrastrada como lo era la asiática.

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