El Merry zarpaba de Arabasta. El desierto de Albarna, tan extenso y dorado, contrastaba con el océano. Ambos parecían no tener fin. La visión de este paisaje relajaba y adormecía al espadachín, que hacía un esfuerzo por no quedarse dormido. ¿Cómo podía tener sueño en un momento como este? Pronto sus compañeros descubrirían el pastel.
Zoro se había rendido demasiado pronto. ¿Veía una mujer hermosa en apuros y la invitaba al instante a subir a su barco? Debía entrenar más, no podía ser débil. Ella era el enemigo.
Pero un enemigo hundido en la desesperación, reproduciendo en su mente todos y cada uno de sus errores y arrepintiéndose de ellos. Y esa clase de enemigos sí merecían su compasión. ¿O sólo la había salvado por ser realmente adorable?
El espadachín meneó la cabeza para quitarse de la mente lo último, como si alguien hubiese escuchado su pensamiento. No era típico de él pensar en una mujer... como una mujer. Para él todas las personas se dividían en amigos o enemigos, no importaba el sexo. ¿Qué era diferente ahora?
Lo había sentido desde el día que apareció en el barco. La chica estaba sentada en su barandilla favorita para dormir. Pero no era sólo eso lo que le llamó la atención al espadachín. Lo primero que vió de ella fueron sus ojos celeste. Ella le regaló una enigmática mirada. Cuando sus ojos se cruzaron, Zoro fue capaz de saber que había sufrido. No eran unos ojos de una niña de papá. Era la mirada de lince de una mujer luchadora y segura de sí misma. En otras circunstancias, el espadachín habría sentido la necesidad de protegerla, pero con esos llamativos ojos celeste, el que debería cuidarse era él. Y no lo hizo.
El rostro de la mujer (parecía unos años mayor que Zoro) era un contraste perfecto. Los ojos color océano en calma destacaban en una tez bronceada, con una cortina de cabello negro azabache enmarcándole la cara. El espadachín se detuvo al darse cuenta de que comenzaba a sentir deseo al observar las curvas de la morena, que cruzaba las piernas de una manera arrebatadoramente sexy sobre su baranda favorita.
Se presentó como Doña Domingo. Zoro se descubrió ansiando saber su verdadero nombre para soñar con él por las noches. Avergonzado, adoptó una postura defensiva, incluso agresiva. Pero ya era tarde, la mujer ya le había calado muy hondo.
La segunda señal de que algo no iba bien apareció junto a la sonrisa de la chica. Zoro sintió un dolor sordo en el pecho porque sabía que esa sonrisa no era para él. Doña Domingo era ajena a sus pensamientos.
Y la tercera... fue su marcha. Si el dolor que había sentido antes era molesto, este rozaba lo insoportable. Era el vacío.
Intentando olvidarla, durmió. Pero en sus sueños, el vasto océano que surcaban se dividía en dos y tomaban la forma de unos ojos...
El sueño se repitió cada noche, mostrando cada vez algo más de ella. El último amanecer antes de volver a verla, como una broma del destino, el subsconsciente del espadachín consiguió reproducir con exactitud la figura de la mujer sentada en su barandilla favorita.
Se levantó con una sonrisa en los labios y algo de esperanza en su corazón. Iría a por ella hasta el fin del mundo.
Y parecía que el mundo se había compinchado para el encuentro.
Llevaban varios días en Arabasta, ayudando a Viví. La batalla final se estaba llevando a cabo en la capital. Luffy luchaba con todas sus fuerzas contra Cocodrilo para salvar el reino. Zoro había acabado con Don Primero. Estaba exhausto después del enfrentamiento con el hombre de acero y se estaba desangrando, pero debía llegar hasta donde su capitán y ayudarlo. Tenía una relación muy especial con él, sentía como si se lo debiese todo. Pero cuando Luffy le había preguntado por qué pasaba las noches en vela, este no se sintió capaz de contarle que una mujer le estaba robando el sueño. Su amigo no parecía haberse fijado en ninguna chica. Se sentía incomprendido, ridiculizado y... enamorado.
Su mal sentido de la orientación lo hizo dar vueltas por la ciudad, llegando a los rincones más inhóspitos y también a los lugares más concurridos donde la batalla seguía siendo fiera y devastadora. La imagen de sus compañeros abatidos en el suelo lo golpeó con fuerza y tuvo que detenerse a respirar. Cuando lo hizo vio un sombrero de paja en el suelo junto a una entrada a un subterráneo. Bajó los escalones con el sombrero en la mano derecha y ejerciendo presión en su vientre para no perder mucha sangre con la izquierda. La vista empezó a fallarle. No lograba distinguir los escalones y tropezaba a cada momento. Dio un paso en falso y se precipitó hacia abajo. En el liso y duro suelo de piedra, el espadachín se debatía entre la vida y la muerte. El combate con Don Primero lo había dejado peor de lo que pensaba. Ya no sentía nada y el dulce sopor de la muerte lo iba envolviendo cuando...
-¿Kenshi-san? - susurró una suave voz conocida.
Ella. La energía que se le escapaba de las manos hacía unos instantes volvió de golpe a su cuerpo. Abrió los ojos y la vio apoyada en la pared. Su ropa estaba hecha jirones, su cuerpo malherido y su cara llena de lágrimas. Zoro sacó fuerzas de donde no las había y corrió hasta ella. Le secó los ojos con sus manos y ella lo miró agradecida. El espadachín se derritió al contacto de su piel. Era tal y como lo había soñado mil veces, noche tras noche. Sus ojos, por fin encontrados, se transmitían todo lo que no se dijeron con palabras.
-Eres tú, Kenshi-san. Gracias. -dijo la morena colocando sus manos sobre las del espadachín. -Pero debo morir. He vivido demasiado y de la peor manera. Perdóname, pero debes irte. Yo...
Pero Zoro no la dejó continuar. Posó los labios suavemente en los de la morena, que cerró los ojos complacida. Ya no quería morir, quería salir de allí, con él. Estaba perdidamente enamorada del espadachín desde que lo vio en la cubierta de ese barco destartalado y ahora no le importaba admitirlo. Zoro despegó su boca lentamente, pero ella lo atrajo hacia sí de nuevo. Nunca había deseado tanto a nadie, y menos a un simple muchachito que quería comerse el mundo.
-No te he estado buscando todo este tiempo para dejarte aquí tirada, estúpida mujer. - el peliverde la cargó en su dolorido hombro izquierdo. -Quédate conmigo y no digas tonterías.
Y la mujer rió como hacía tiempo que no reía. Dio las gracias a todos los dioses por haber puesto a ese joven en su vida.
Zoro llegó al Merry con la mujer de su vida en brazos. Se quitó la camiseta para vendarle las heridas, ya que Chopper se había llevado el botiquín. Ella observaba risueña al espadachín mientras le limpiaba las heridas.
-Kenshi-san, me haces daño.
Zoro se sonrojó y la mujer rió por segunda vez en el día.
El espadachín le ofreció su cama a la morena y le dio un beso en la frente a modo de despedida. Se dio la vuelta, pero una mano lo tomó de la muñeca.
-Gracias... -sollozó la mujer.
-No llores tonta. ¿Sabes cómo puedes agradecérmelo? - dijo Zoro sentándose en el borde de la cama. La mujer se tapó asustada con la sábana y la vergüenza se apoderó de el chico. -No, joder. No pienses así de mí. Sólo dime tu nombre. Tu verdadero nombre.
-Robin. Nico Robin. -exclamó ella sorprendida.
Zoro suspiró aliviado. Sus sueños por fin estarían completos. Nico Robin... su nombre se repetía en su mente. Era precioso, tal y como ella. Dijo adiós con la mano y fue a dormir a cubierta.
El Merry navegaba rumbo a la siguiente isla. Todos corrían por la cubierta ajetreados. Todos menos Zoro, que bostezaba apoyado en su barandilla favorita. Con los ojos entrecerrados observó la puerta de su camarote abrirse. Vio a una esbelta y bella mujer saliendo de este y aproximandose a él. ¿Estaba soñando? Supo que no cuando ella se sentó a su lado y le habló.
-¿Cuándo crees que se darán cuenta de mi presencia?
El espadachín se encogió de hombros y cerró los ojos. No sabía una manera mejor de disimular lo que ella le hacía sentir.
-Sueña conmigo, pues. -susurró la morena, divertida.
-Eso es lo que he estado haciendo día y noche desde que te conocí. Me quedaba hasta el alba buscando tu nombre. Y ahora que lo he encontrado, ni aún así me dejas dormir en paz, Nico Robin. - dijo el espadachín con los ojos cerrados, visualizando el rostro de la mujer, sonrojándose ligeramente.