Zoro Roronoa estacionaba su todoterreno azul cobalto frente al puerto. Dio una larga calada a su pitillo y tosió con violencia.
-Sabe peor de lo que pensaba... estúpido cocinero de los cojones.
Después de tal blasfemia, bajó del coche y cerró la puerta con agresividad. Su humor no podía empeorar más. La misión que tenía aquella mañana no era sencilla, pues aquella parte del puerto era un nido de proxenetas y otros personajes, armados, por supuesto, de la ciudad.
Zoro paseó entre los containers buscando a su contacto. El sol de la mañana calentaba con fuerza y el joven tuvo que desabrocharse dos botones de la camisa, dándole un aspecto más casual. Quizás era mejor que lo confundieran con un inofensivo turista. Bajo las gafas de sol miraba expectante a su alrededor pero el camello no aparecía.
Zoro se estaba comenzando a cabrear, ya que él, a pesar de perderse siempre de camino al "trabajo", llegaba siempre a tiempo y aquel imbécil que seguramente llevaba por la zona mucho tiempo no era capaz de presentarse en el sitio acordado.
De pronto, un grupo de unas diez personas apareció entre los contenedores y se situó en el lugar en el que Zoro había quedado con su contacto.
-Oh no, eso sí que no. - murmuró.
Se acercó a ellos con seguridad, observándolos a todos por encima pero sus ojos se detuvieron al visualizar unos azul intenso. Pertenecían a una mujer hermosa, de cabello oscuro y gafas de sol sobre su frente. Ella levantó una fina ceja al ver a aquel muchacho parado frente al grupo.
El que parecía el cabecilla se levantó y se acercó a Zoro, mostrando una afilada navaja.
-¿Pero qué tenemos aquí? Un pollito extraviado. Largo de aquí, niñato, el cargamento de hoy es nuestro. - dijo con actitud amenazadora, mostrándole un pequeño cuchillo. Sin embargo, Zoro no perdía la compostura. Él también llevaba una navaja en el bolsillo trasero de su pantalón vaquero. Y sabía cómo usarla.
-¡Barbanegra, déjalo en paz! ¿No ves que es un niño? - dijo la mujer con suavidad, casi indiferencia. Zoro se sintió ofendido.
-Un niño que no deja de mirarte lascivamente, muñeca. Anda, vete de aquí, mocoso. - el grupo se rió. Barbanegra se dio la vuelta para sentarse con los suyos.
-No. - dijo Zoro con seguridad.
-¿¡Cómo dices!? - los dientes de Barbanegra castañearon de furia mientras se giraba a encarar al joven de pelo verde de nuevo. Zoro era más alto, y aunque poseía una musculatura cuidada y en buenas condiciones, el líder del grupo era más corpulento que él. Sería una pelea interesante.
-He dicho que no me voy. Oh, te apesta el aliento. ¿Cómo puedes estar acompañado de una morena tan bonita y ser tan desagradable?
Barbanegra enrojeció de la furia y la vergüenza.
-¡Vas a lamentar el momento en el que decidiste mover tu culo hacia aquí! - bramó mientras la navaja recorría un camino directo al pecho del muchacho. Zoro palpó su bolsillo y extrajo su arma, dispuesto a proclamarse vencedor de aquella riña sin sentido.
Pero casi no tuvo que moverse, pues un certero disparo en el pecho abatió a Barbanegra, matándolo al instante. Los miembros de su banda corrieron a ocultarse sin saber bien lo que estaba sucediendo. Pero Zoro sí lo sabía, pues desde su perspectiva tenía un gran campo de visión. Otros hombres, con las mismas pintas que el grupo de antes, se abría paso en el puerto. Estos portaban armas, por lo que Zoro decidió ocultarse también. Aunque se trataba de una simple pelea de bandas, él podía salir muy malherido de allí, y no le convenía eso en absoluto.
