-Mamá mamá mamá mamá mamá. - repetía una pequeña niña saltando en su cuna.
Nico Robin sonreía al oír a su hija, de sólo tres años, llamarla de esa manera. La pequeña estiraba las manitas para que su madre la cogiera. Ella, que estaba ocupada, recurrió a la mejor opción: llamar al padre.
-¡Zoro!
El espadachín apareció con su cara habitual de pocos amigos, que cambió al ver a su mujer y a su hija. Adoraba a sus dos mujeres.
-Dime, nena.
-Tu hija. - la morena señaló a la niña que saltaba como si la vida se le fuera en ello para salir de la cuna.
Zoro, encantado por tener a la pequeña en sus brazos, la cogió. Juntó la nariz con la de su hija com ternura, a la vez que la estrechaba con fuerza. Robin miraba la escena sonriendo. En esos pequeños gestos que Zoro tenía con su hija demostraban por qué la morena estaba enamorada del espadachín.
-Umi. - Zoro pronunció el nombre de su hija. Se llamaba así porque el mar había unido al espadachín y la arqueóloga. Todo lo que tenían ambos se lo debían al mar. En aquella casa era venerado como un dios. - ¿Quién soy yo?
La niña lo miró pensativa.
-¡Zoro! - chilló finalmente, mientras se escapaba de sus brazos y salía corriendo.
Robin soltó una sonora carcajada y se acercó a su marido y posó un beso en sus labios. Zoro cruzó los brazos malhumorado.
-Claro, como a ti te llama mamá pues te ríes. - gruñó. - Robin, mi hija no me quiere.
-No seas dramático.
-Mírala, ni se parece a mí. Es igualita a ti. Podrías haberte buscado un amante parecido a mí. - bromeó el peliverde. Su mujer lo pellizcó. - Umi es tan guapa como su madre.
-No lo arreglas. - susurró Robin sonrojada. - Y yo no pienso lo mismo. Se parece tanto a ti que es capaz de dormirse en esa postura tan incómoda.
En efecto, Umi dormía plácidamente sentada contra la pared, tal y como su padre solía hacerlo en la cubierta de su barco.
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Un sollozo despertó a Zoro. Robin se revolvió a su lado en la cama.
-Ya voy. - dijo.
-No, nena, déjame a mí.
Se levantó de la cama y miró en la cuna de su hija. La pequeña se encontraba en un rincón frotándose los ojos.
-Umi. - llamó el padre.
Ella lo miró con los ojos como platos.
-¡Zoro!
-Joder. Es papá, no Zoro.
La niña abrió la boca y el espadachín esperó a que rectificase.
-Joder. - dijo.
-¡No, no, no! Si tu madre se entera de que has aprendido eso de mí me cuelga del mástil.
-Mástil.
-Así es. Y ahora que te ha dado por repetir di: papá.
-Zoro.
El peliverde se golpeó la cara con la mano y luego cogió a su hija. Era hora de su biberón de madrugada.
