Zoro estaba realmente jodido.
Pero su orgullo le impedía pedir agua o comida. Había prometido pasar un mes entero atado a ese estúpido poste. Y sólo llevaba una semana allí. Maldita niña, todo esto era su culpa.
Aunque no pudo evitar ayudarla. En el fondo, Zoro sabía que no era el tipo rudo que aparentaba ser. Su sentido del deber era superior a todo eso. Aquella chiquilla era inocente y él pagaría por sus actos aunque la injusticia fuese casi tangible. Él era un muchacho fuerte.
Lo peor de su estadía en el patio de la Armada era el aburrimiento. Las necesidades básicas podía aguantarlas. Pero pasar horas sin poder usar sus katanas le molestaba mucho. Toda persona que se acercase a él tendría problemas. Por eso, nadie quería pasar ni cerca de la valla. Nadie excepto la molesta niña, que insistía en traerle azucaradas bolas de arroz, que a veces, Zoro aceptaba por no hacerla llorar. Nadie podía saber que se quedaba con él, si no, moriría.
-...¡y dicen que soy la mejor! - le decía la pequeña en uno de sus encuentros. Pero Zoro no la escuchaba. Miraba atento a la mujer que estaba sentada despreocupadamente sobre el muro del patio. Vestía un top cruzado violeta a juego con una minifalda del mismo color. Sus botas blancas combinaban con su sombrero de vaquero.
Las miradas de la mujer y Zoro se cruzaron. Él sintió un escalofrío y por primera vez, angustia de estar atado y no poder ir al encuentro de ella.
-Tus ojos me recuerdan al mar. - pensó el muchacho en voz alta. La niña paró su perorata y se fijó en la mujer que ahora sonreía.
Zoro se mordió la lengua mil veces. Aunque no debería haber dicho eso, lo pensaba de verdad. Podías ahogarte o navegar en su mirada. Como en ella. Zoro supo desde el primer momento que, podía odiarla, o podía amarla. Él no se dió cuenta de su elección en ese momento, pero realmente ya estaba tomada. Desde que la vió. Sin más.
-No puedes estar aquí. - se corrigió.
-¿Y ella? - preguntó la mujer señalando a la niña.
-No sabe lo que hace.
-Estoy celosa. - dijo ella echándose el cabello negro hacia un lado. Se acercó a Zoro y lo miró con curiosidad. Sus ojos azules desprendían un aura misteriosa.
-¿¡Qué dices, estúpida mujer!? Vete de aquí. Nos buscarás problemas.
-Oblígame. - dijo ella divertida, remarcando cada sílaba. - Quiero quedarme aquí. Tengo curiosidad por ti. ¿Qué hace un muchacho tan apuesto atado aquí? ¿Te estás exhibiendo? ¿Es una nueva forma de prostitución? - la mujer no paraba de reír mientras le pasaba un dedo sobre la camiseta. La mitad orgullosa de Zoro se enfureció porque se estaba riendo de él, pero su otra parte, la "no soy de piedra" típica de un muchacho de 19 años, pedía más.
Hacía mucho tiempo que no tenía contacto con mujeres, y menos una tan explosiva como aquella morena. ¿Qué se creía paseándose así vestida por la vida? Era inevitable no mirarla. ¿Qué talla tendría de pecho? Zoro intentó suicidarse conteniendo la respiración por todo lo que había pensado en un segundo sobre aquella honorable señorita con un trasero de infar... es decir, con unas piernas... ¡no! Con un estilo tan peculiar. «Joder, Zoro, detén las hormonas. ¿Para esto has estado entrenando?».
Volviendo a las mujeres. Hablaba con algunas chicas de la escuela, pero nada más. Kuina había sido su amiga, pero nunca la había visto como una posible presa. «¿Se dice así, no?». En resumen, nunca había besado a nadie. Sí, así era. Sabía perfectamente que, a sus 19 años, ya era un sex symbol. Muchas mujeres habían intentado acostarse con él en distintos pueblos, pero a él sólo le interesaban sus katanas. ¿Entonces por qué le llamaba tanto la atención esa morena? ¿Era una espadachina o algo parecido?