Nico Robin estaba increíble. Un vestido rojo pasión le abrazaba el cuerpo. Era palabra de honor, y le cubría la mitad de los muslos. Si Robin ya tenía un aura de damisela, con el vestido parecía aún más elegante. Llevaba unos tacones negros y un bolso del mismo color, a juego con su cabello azabache, recogido en un moño. El conjunto hacía destacar sus ojos color escarcha. Aunque estaba hermosa, ella hubiese preferido ir a la boda de Zoro vestida de blanco.
Y él, sin embargo, aún no se había vestido. El traje de chaqueta descansaba sobre la silla, dispuesto para el gran día. Él lo observaba desde la cama solo con el bóxer puesto. ¿Estaba realmente listo para dar el paso? Su mente voló hacia Robin. Pensó en sus ojos, en su olor, en la pronunciada curva de su cintura, en su ropa interior de dibujitos que siempre le hacía reír... ¿Estaba realmente listo para dejarla pasar a ella? Sus sonrisas calaban demasiado hondo y cuando intentabas deshacerte de ellas dolía. Dolía tanto que Zoro lloró. El dolor se acentuó mientras se vestía y lloró aún más fuerte. Pero las lágrimas también le recordaban a ella...
Tashigi, en cambio, danzaba por su habitación, sintiéndose como una princesa vestida de blanco. ¡Iba a casarse con Zoro Roronoa! ¿Por qué los minutos pasaban tan lentos?
Aunque la mañana había pasado rápidamente para Zoro y Robin. La iglesia estaba ya a reventar. El novio prefería una boda discreta y sencilla, en la que se unieran las familias y se acabó. Pero la novia quería una celebración por todo lo alto e invitó a todos sus conocidos, incluso a Robin. Zoro tuvo que entregarle la invitación ante la ilusionada Tashigi, que aplaudía y reía. Ambos tuvieron que fingir que la atracción evidente entre ellos era pura admiración y respeto. Robin esbozó una sonrisa de agradecimiento mientras se esforzaba por no echarse a llorar y Zoro, que sabía que su morena favorita se estaba muriendo por dentro, ignoró las ganas que tenía de abrazarla, llevársela de allí y hacerla suya otra vez.
No se habían visto desde lo sucedido en el cuarto de Zoro. Robin abría cada día su email esperando ver un mensaje de su peliverde. Zoro esperaba ver una de sus sonrisas cuando pasaba por su lado. Pero esto no volvió a ocurrir. Zoro era un hombre casi casado y Robin no podía ser egoísta. Él ya no le pertenecía.
El murmullo de la iglesia cesó cuando la morena entró y se quedó de pie, apoyada en una columna, distraída. Un chal le tapaba los hombros, para ella, un gesto de respeto hacia el sitio en el que estaba, para los hombres, una provocación. Era imposible no fijarse en ella. Si Zoro se hubiese enterado de lo que pensaban sobre su chica... pero Zoro no estaba. Y aunque estuviese, ella ya no era su chica.
El coche de la novia llegó mucho antes que el del novio. Decidieron esperar un rato antes de su llegada, por respetar la tradición. Pero pasó media hora y Tashigi se moría de calor en el coche, por lo que decidieron hacerlo al revés. Tashigi entró en la iglesia, mostrando orgullosa el largo vestido blanco que Zoro le había comprado. Robin sintió pena por ella, tan modosita, pura e inocente. Y ella se había acostado y peor aún, había tenido la osadía de amar al hombre con el que se iba a casar. Y no se iba a enterar en su feliz vida con él.
El novio tardaba en llegar. El rostro de Tashigi, descompuesto por el calor y los nervios, estaba tan pálido como su vestido. Sonreía intranquila a los invitados, incluso a Robin, que no se la devolvió. Sería hipócrita por su parte, ya que en su interior, la esperanza de que Zoro no se presentara crecía más cada segundo que pasaba. Pero esa fortaleza que había construido dentro de sí misma se rompió en pedazos.
Zoro, con la corbata torcida, apareció. El silencio que se hizo cuando entró sería algo así como el padre de los silencios de Robin y Tashigi. Además había algo hostil en el ambiente, casi tangible. Zoro ignoró al resto de personas y con su mal humor de costumbre, pidió disculpas a la novia, que se había despeinado ya de tanto esperar. A continuación sacó las alianzas. Ambas de plata, encajaban perfectamente con los dedos de los novios. Se las dió al cura y comenzó la ceremonia.
Zoro mantuvo la actitud de un estudiante al que no le interesaba la materia que le estaban explicando. Estaba nervioso, había visto a Robin en la columna del lado de Tashigi. Para no verla, con ese sexy vestido rojo. Seguro que llevaba una ropa interior aún más sexy.
¡No podía pensar en otra mujer el día de su boda! Si es que a esta farsa se le podía llamar boda. Todas las personas le eran desconocidas. Él no había invitado a su familia... simplemente porque no tenía. Pero si sus padres supieran lo que estaba haciendo, estarían muy enfadados con él. Incluso sabía lo que su madre le diría, con toda la razón del mundo. «¿Es más importante el dinero y la fama que el amor? Sabes que Robin es tu fortuna.»
-Zoro Roronoa, ¿acepta a Tashigi como legítima esposa? - Zoro volvió a la realidad y se dio cuenta de que Tashigi ya había dado un rotundo sí. Solo quedaba él. Debía jugárselo todo a una carta.
-Sí, quiero.
De pronto, el chico sintió una llamarada de ira hacia sí mismo. Quería golpearse hasta la muerte. Por estúpido. ¿En qué estaba pensando? Amaba a Robin más que a nada. Su futuro daba igual si estaban juntos. El suspiro de alivio de Tashigi le hizo sonreír. Conocía las siguientes palabras del cura y sabía qué hacer. Echaría a perder toda su vida, pero todo estaría bien si Robin le apoyaba. ¿Cómo se había dado cuenta tan tarde de que haría cualquier cosa por su morena preferida?
-Puede besar a la novia.
Tashigi cerró los ojos y preparó sus labios para el beso. ¡Zoro nunca le había dado uno! Se moría por poseer su boca, solo faltaba acabar de cerrar el trato. Pero el tan esperado beso no llegaba. Abrió los párpados, para encontrarse con los consternados rostros de los invitados. Zoro no estaba a su lado. Miró a su alrededor y lo encontró.
Su prometido besaba a Nico Robin, abrazándola suavemente por la cintura y atrayéndola hacia sí. Se separaron lentamente y ella puso la cara en su hombro y se echó a llorar mientras el le besaba el pelo y la abrazaba con fuerza. Cuando la morena lo miró de nuevo, sonrió. De una manera natural, espléndida. Su sonrisa expresaba verdadera felicidad. Era realmente encantadora.
-Eres preciosa, Nico Robin. - le susurró Zoro. - Cásate conmigo.
Le ofreció la alianza que compartía con Tashigi. Robin sonrió y se la puso. Le iba tan grande que cabían dos de sus finos dedos.
-¡Claro que me casaré contigo! - la chica no cabía en sí de euforia. -Te quiero tantísimo, idiota de pelo verde.
-Y yo a ti, mujer estúpida. - dicho esto, se la llevó de la mano. Salieron de la iglesia seguidos por las miradas atónitas de todos los invitados. Alguien aplaudió y los demás le siguieron. Robin no podía parar de reír y Zoro no podía dejar de decirle lo mucho que la amaba.
Dos meses después, Robin era oficialmente la señora de Zoro. Se casaron en secreto. Ya habían sido perseguidos lo suficiente por los medios de comunicación tras lo ocurrido en la boda. No había persona que no hablase del enlace entre Tashigi y Zoro días antes. Y después todos hablaban del fiasco acontecido. Robin se convirtió en la mujer más deseada de Japón y Zoro perdió la mayor parte de su fortuna. Pero con lo que les quedaba, vivieron felices en un lugar perdido en el mundo. No volvieron a aparecer en la prensa y fueron olvidados.
Cada mañana, Zoro le llevaba el desayuno a su chica. Hablaban durante horas, se ayudaban en las tareas y hacían el amor. Trabajaban en una empresa discreta donde nadie los conocía. Robin era la jefa de Zoro. Tonteaban como niños a cada hora y ella se reía de él. El muchacho fingía enfadarse para poder comérsela a besos luego. Besos largos y apasionados. Se querían de verdad.
Daban largos paseos por el bosque. Fue un día de noviembre en el que, en su claro favorito, ella se detuvo. Zoro la miró intrigado. Hermosa como siempre. Ella se puso las manos en el vientre. Zoro lo entendió todo. Si ya era feliz, ahora rozaba un estado semejante a tocar el cielo con la punta de los dedos.