La ventisca no cesaba.
Cada vez que la banda de Sombrero de Paja llegaba a una isla de invierno no era exactamente para pasar unas relajantes vacaciones junto a una ladera nevada. Y aquella vez no era distinta a las otras.
La nieve se levantaba, empujada por el fuerte viento, y azotaba a los integrantes de la tripulación, que andaban uno tras otro para no despistarse. Para colmo, solían viajar sin abrigos, por lo que no llevaban más ropa encima que la que se habían puesto por la mañana y unos finísimos anoraks que tenían en el armario.
Su barco había encallado en el hielo y, a falta de un rompehielos para escoltarlos hacia una isla más calurosa, decidieron pedir ayuda en el pueblo que avistaron en un valle entre dos altas montañas. La labor en un principio era sencilla hasta que la tormenta empezó. Ahora, les era casi imposible seguirse los unos a los otros.
Zoro avanzaba con seguridad... por el camino contrario al que su navegante había escogido como el más corto y rápido. Robin se percató de que el espadachín había vuelto a equivocarse y decidió seguirlo, a pesar de que estaba muerta de frío y deseaba calentarse al fuego lo antes posible. Pero si dejaba al peliverde suelto, lo más seguro era que no se volvieran a ver jamás. Y bajo ningún concepto permitiría eso.
Así que cubrió todo lo que pudo de su cuerpo con el abrigo y avanzó tras el despistado Zoro, que, sin darse cuenta, caminaba en círculos.
La morena le cogió la mano y le indicó amablemente la vía que debía seguir. Él, más confuso que molesto, la siguió sin rechistar.
-¿Hace frío, eh? - musitó Zoro intentando entablar conversación con aquella misteriosa mujer.
-Estamos en una isla de invierno. - contestó ella sarcástica. El espadachín bajó la cabeza avergonzado y arrastró los pies por el suelo nevado.
-Ya... yo... ¿manejas la espada?
-No, Kenshi-san. No quiero hacerte competencia. - dijo ella entre risas. - No tienes que forzarte a hablar si no quieres.
Zoro asintió y apretó la mano de la mujer con más fuerza. A ella le dió un vuelco el corazón pero fingió interesarse en las formas de las montañas de su alrededor en vez de en su apuesto acompañante.
Tan distraída estaba que perdió de vista al resto de sus compañeros. Robin se detuvo en seco y Zoro la miró interrogante.
-Nos hemos perdido. - admitió con una gran y hermosa sonrisa.
El peliverde no se sorprendió en absoluto. El tiempo no hacía más que empeorar, y si sus cálculos no fallaban, su compañera se estaba fijando por fin en él.
-Eso te pasa por juntarte conmigo. - contestó él juguetón, haciendo todo lo posible por no hacerla sentir culpable. - Vamos a refugiarnos en algún sitio, cada vez hace más frío.
Las temperaturas descendieron bastante antes de que la pareja encontrara un sitio donde resguardarse y descansar. Hallaron una pequeña cueva en la que, con un poco de suerte, podrían encender una hoguera.
-Espera... - dijo ella despejando el lugar y colocando dos trozos de madera en la escarcha de la cueva.
Zoro la detuvo. Demostraría que él podía sacarlos a ambos de aquella incómoda situación, empezando por una tarea tan sencilla como encender el fuego. Así, la mujer se impresionaría al instante y se fijaría en él.
Comenzó a frotar con fuerza dos palos que encontró sin obtener resultado alguno. Una sonrisa se estaba empezando a dibujar en los labios de la arqueóloga, por lo que Zoro los juntó con más fuerza e hizo que friccionasen aún más rápido. El invento seguía sin funcionar, y el espadachín cada vez se ponía más nervioso. Robin no pudo reprimir más la risa y sacó del bolsillo de su abrigo un mechero. El espadachín puso los ojos en blanco y observó cómo la morena, con un rápido movimiento, encendía un pequeño fuego.
Se colocaron muy juntos para aprovechar el calor que emitían sus cuerpos. El peliverde se entretuvo dándole vueltas al mechero. Tras revisarlo varias veces, se dió cuenta de que era uno de los que Sanji solía utilizar. Molesto, miró a la mujer y le pidió explicaciones.
-Son útiles. - dijo, y siguió calentándose las manos.
-¿Tienes algo... con ese cocinerucho? - Robin lo miró sorprendida. - No es que me importe ni nada... simple curiosidad.
-Así que era eso... - murmuró Robin enigmática. - ¿Tienes frío?
-Un poco... - dijo Zoro entrecerrando los ojos al ver que la morena pegaba los labios a los suyos. Él correspondía al beso como si fuera lo único para lo que estuviera preparado en la vida. - Ahora no.
Ambos sonrieron y se pegaron aún más. Zoro pasó el brazo por los hombros de la chica, que apoyó la cabeza en su hombro. Se mantuvieron en silencio largo rato, dando las gracias por aquella tormenta inesperada.
-Siento lo del mechero... sé que no tengo derecho a reprocharte nada. Puedes estar con quien quieras. - le susurró el joven pirata.
-Quiero estar contigo. - contestó ella con seguridad. Él, visiblemente, no se esperaba aquella respuesta.
-Sí... bueno... Yo... no soporto pensar en ti... con otro hombre. Aún me duele recordar cuando trabajabas con Cocodrilo. Cuando lo imagino poniéndote las manos encima...
-Shh - Robin puso un dedo en sus labios. - Sólo trabajaba para él. Nada más. Pero si eso te preocupa...
El segundo beso del día llegó tal y como la tormenta de nieve: rápido, sin avisar y con ímpetu. Fue el gesto perfecto para calmar el fuego de Zoro y a la vez avivarlo. La pasión comenzaba a poseerlos y, tumbados uno sobre el otro, comenzó el desenfreno.
El frío suelo de la cueva no los detuvo, ni la idea de estar perdidos y lejos de sus compañeros. La situación les servía incluso de incentivo para continuar. El deseo finalmente pudo con ellos.
El espadachín observó a la mujer que descansaba junto a él y sonrió ampliamente. Se quitó el abrigo y la arropó con él.
-Tú me das todo el calor que necesito. - le susurró sonrojado.
La morena no pudo aguantar la sonrisa que formaron sus labios, que terminó en una carcajada.
-¡Creía que estabas dormida, mujer estúpida! - gruñó Zoro muerto de vergüenza.
-Eres tan mono, Kenshi-san. Todo un romántico. - dijo Robin limpiándose las lágrimas de risa. El muchacho fingió molestarse y ella lo abrazó por la espalda, disfrutando de la robustez y el aroma de su cuerpo.
El espadachín cambió de nuevo su ceño fruncido por una sonrisa. Sintió los brazos de Robin atraerlo hacia sí con más fuerza al ver como la tormenta cesaba y sus compañeros se acercaban en la distancia a la pequeña caverna.
Pero ya no volverían a separarse.
¡Hola!
Antes que nada pedir disculpas por desaparecer y aparecer así tan de repente. La verdad es que la historia no me ha quedado como quería pero qué más da, hacía mucho que no publicaba.
Estos días he estado metida en un proyecto en el que llevo trabajando mucho tiempo (las que me sigáis en insta ya sabéis) y no he tenido tiempo para casi nada.
Y, como wattpad para mí es puro entretenimiento en esos días en los que ni sales de fiesta ni estudias ni ves anime ni na de na, lo he abandonado. Pobrecito.
Y nada. Que aquí estoy pa cuando se me ocurra alguna ida de olla. No me voy. La locura sigue.
Nos leemos! 💘
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