Prisionera

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-¡Capitán! ¡El abordaje ha sido un éxito! ¡La banda llevaba más de dos millones de berries en oro! - gritó uno de los nakamas de Zoro Roronoa.

Zoro, que bebía sake desde su asiento, levantó la botella con expresión orgullosa. Hacía dos años que se había convertido en el capitán de aquella banda, gracias a su fuerza y su destreza con las espadas.

Junto a él luchaban piratas con unas recompensas inigualables, a los que regalaba el oro que saqueaba de otros barcos, y estos le ofrecían a cambio su afecto y lealtad.

Y es que Zoro no estaba interesado en el oro y las mujeres, como sus nakamas. Él era feliz con sus espadas, el sake y viviendo aventuras junto a su tripulación. Se había convertido en un respetado capitán pirata. Sin embargo, su fama de que nunca había estado con ninguna mujer lo perseguía.

Era un hombre atractivo, fuerte y reservado. Cada vez que llegaba a un puerto, miles de mujeres se ofrecían para acostarse con él. Pero él las rechazaba con torpeza e incluso timidez.

Zoro simplemente, no quería la compañía femenina. Al menos, no de manera amorosa, pues varios miembros de su tripulación eran mujeres, y él las trataba de igual a igual.

¿Quién cambiaría el sake por una mujer? Zoro, por supuesto, no.

El peliverde comenzaba a sentir los efectos del alcohol. Sus ojos intentaban mantenerse abiertos, pero su subconsciente pedía descansar. Se dispuso a ello cuando...

-¡Capitán! Tenemos una sorpresa para usted. - su primer oficial lo zarandeó bruscamente. - Verá... había un polizón en el barco. Más bien una polizona.

-Quedáosla si queréis. A mí dejadme dormir. - dijo Zoro acomodándose.

-Pero es que ella es... la niña demonio. - su capitán abrió los ojos, interesado. - Bueno, ya no es tan niña. Y cómo ha crecido... Anda, ve a verla y decide qué harás con ella. Está en tu camarote.

-Iré, pero ya lo he decidido. La entregaré a la Marina y con suerte me ganaré su favor. - dijo intentando llegar a su habitación.

-¡Que es por el otro lado, Capitán!- le gritó su nakama. Este cambió su ruta molesto.

Tras varias equivocaciones, el extraviado espadachín llegó a su destino. No era un barco grande, pero sí lo suficiente como para que Zoro se perdiese. Abrió la puerta de su camarote como temiendo descubrir la peor de las bestias. Pero no encontró nada de eso.

En su cama, con las manos esposadas, descansaba una mujer morena. Zoro cerró la puerta tras de sí con cuidado, no quería despertarla. No sabía como podía reaccionar ante su presencia. Zoro siempre había pensado que las mujeres son más fieras que los hombres, por ello, merecen igual respeto en el combate. Son unas contrincantes duras como el acero.

Y lo último que Zoro quería era una pelea en su propia habitación. Por eso, la sangre se le heló cuando la mujer se revolvió en su cama y se sentó. Él se pegó a la esquina del habitáculo evitando hacer ruido, con tan mala suerte que tropezó con la ropa que él no había recogido por pereza. Desde el suelo, observó asustado el espectáculo de la mujer dándole los buenos días (o las buenas noches) al mundo. Ella escaneó la habitación con sus ojos azules hasta descubrir al peliverde mirándola.

-Por fin vienes a saludarme, Kenshi-san. -la chica sonrió con dulzura. - Ya estaba aburrida de esperar y me dormí en esta cama tan cómoda.

La chica parecía tranquila y en absoluto enfadada, por lo que Zoro se relajó. El muchacho la oía hablar pero no la escuchaba. La morena lo embelesaba con la naturalidad y la elegancia de sus movimientos. ¿Cómo podía un ser humano ser tan hermoso?

-¿Me estás escuchando, Kenshi-san? - dijo la chica en tono autoritario, como si fuese ella la capitana de aquel navío.

-Yo... sí. Claro. - murmuró intentando recordar qué le estaba contando mientras el se perdía en las curvas de sus caderas.

-Decía que me voy a quitar las esposas y me voy a ir de aquí. ¿Te importa?

-No, no me importa. - dijo el espadachín como hipnotizado, abriendo la puerta para dejarla pasar. Ella hizo aparecer unas manos y abrió sus esposas. ¡Una usuaria! ¿Cómo no se habían dado cuenta sus nakama?

-Un placer, espadachín. - se despidió la morena contoneando sus caderas junto al desorientado Zoro.

Este sólo fue capaz de agitar la mano en señal de despedida. Se quedó un rato en trance, recordando su misteriosa sonrisa, pero al darse cuenta de lo ocurrido en la habitación, salió corriendo tras ella.

Fuera de su camarote, la fiesta no cesaba. Sus nakamas, borrachos, le entorpecían el paso. Así nunca llegaría a detenerla, por lo que recurrió a sus espadas. Envainadas, estas servían para apartar a la gente.

Aunque pronto despejó el pasillo, quedaba el problema de su pésimo sentido de la orientación. Suerte que, este a veces lo ayudaba más que perjudicarlo, pues casi sin darse cuenta, había llegado a cubierta.

En el exterior, la fiesta era aún mayor. Zoro buscó un cabello moreno, unos ojos azules de tigresa o el mono celeste que llevaba puesto.

La localizó bajando una de las barcas para escapar. Estaba sentada leyendo mientras unos brazos que no salían de ninguna parte tiraban de la polea. Zoro se acercó a ella enfadado y saltó sobre la barca.

-¿Qué intentas hacer, niña demonio? - bramó el peliverde. Ella siguió leyendo el periódico tranquilamente.

-Ya te lo he dicho, me voy. Y no me llames así. Como ves, ya no soy una niña. - dijo señalándose el escote del mono. - Me llamo Nico Robin.

Una de las manos que tiraban de la polea se dirigió al espadachín para que se la estrechase. Él le correspondió el gesto dubitativo.

-No digas nada. Sé quién eres. Sales en el periódico. - Robin señaló una de las fotos, la del cartel de recompensa de Zoro. - Muy sexy, sí señor. Y en persona aún más. ¡Vaya, sí que eres intrépido!

La morena dejó de leer el periódico para observar la reacción que había causado en el espadachín y sonrió orgullosa tras ver su cara roja como un tomate.

El bote llegó a la superficie del agua y Zoro recordó por qué se había subido a él.

-Sube. Eres mi prisionera. Te llevaré mañana al cuartel más cercano. - explicó el espadachín agarrándola del brazo.

-Lo siento pero me temo que eso no va a pasar. Llevo escapándome de la Marina años. Y ahora no me va a entregar un mocoso como tú.

-Estúpida mujer. - gruñó Zoro. Ella le dedicó una seductora sonrisa.

-Ven conmigo. - pidió ella pasándose la lengua por los labios, observando a su presa.

-¿Cómo voy a hacer eso? Soy el capitán de este barco y tú eres una simple mujer. Te llevaré mañana sin falta.

-Está bien.

En aquel momento, Zoro no sabía que aquella mujer le traería tantos problemas. Pero era el precio por enamorarse de ella. A Zoro no le importaba pagarlo siempre que Robin estuviera a su lado.

La mujer lo besó como nunca había besado o besaría a otro hombre. Lo hizo suyo con sólo tocar sus labios. Pero no sólo se firmó el destino de Zoro, si no también el de Robin, que desde aquel momento supo que aquel era el hombre de su vida.

-¿Decías...? - preguntó ella como si nada, aún en sus brazos.

-Que te voy a llevar hasta el fin del mundo, mujer. - le susurró con seguridad el espadachín, abandonándolo todo por aquella morena a la que acababa de conocer.

Kenshi-san [Zorobin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora