Esclava

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La morena abrió los ojos. Se encontró en una cama que no era la suya. Se escondió entre las blancas sábanas de seda y hundió la cara en el almohadón de plumas. Olía a rosas. Desgraciadamente, no podía decir lo mismo de ella misma.

No podía recordar por qué estaba allí y seguramente no debería estar durmiendo en esa cama con dosel y una almohada de plumas. Y además desnuda, aunque eso podía tener respuesta.

Sin embargo, sentía una paz inmensa. Como la que sentía antes de ser atrapada en el archipiélago Sabaody. Como cuando navegaba por todo el Grand Line.

Y es que Robin, porque así se llamaba la mujer (aunque se hubiesen referido a ella con distintos nombres, ninguno agradable) casi había logrado dominar el Grand Line junto a su capitán, Cocodrilo. Justo cuando estaban a punto de alcanzar su objetivo juntos, él la vendió a unos traficantes de personas. Pagaron por ella el triple de lo que costaba su cabeza. Y es que Robin era una mujer fuerte y además hermosa.

Tras cinco años de trabajos denigrantes e intercambios de dueños, se volvía a encontrar en la misma situación. Un dueño nuevo porque el anterior se había cansado de ella. Ya no era tan bonita, ya no era tan dócil. Por lo que volvía a aquel estúpido salón de subastas del que no lograba escapar.

Sin embargo, esa vez no llevaba aquel maldito collar explosivo. Se tocó el cuello con ambas manos y sollozó. ¿Había esperanza para ella?

Un peliverde entró a su habitación. Robin se secó rápidamente las lágrimas. No quería ser castigada el primer día.

-Eh... yo... ¿quieres estar sola? - dijo el muchacho saliendo y entrando por la puerta sin saber qué hacer. La morena de mordió la lengua para no estallar en carcajadas. Si aquel era su dueño, se trataba de un joven adorable.

-No... señor. - murmuró.

-¿Cómo te llamas?

-Nico Robin, señor.

-Joder, no me llames así, soy más joven que tú. Debería ser yo quien te llamase de usted. Pero soy un maleducado. - hizo un intento de sonrisa. - Además no eres mi esclava.

-¿No es usted mi dueño? - el peliverde dibujó una mueca de didgusto. - Lo... siento.

-Eres libre, Nico Robin.

No existía gente tan amable para Robin. Todo aquello debía ser una broma.

-De eso venía a hablarte. Te compramos ayer en el groove 1, pero ni el pervertido señorito ni yo queremos que nos sirvas. Eres una mujer libre. Sin embargo, debes quedarte aquí hasta que nuestra labor haya finalizado. - continuó el peliverde. Robin hacía un esfuerzo por seguirlo. - Por favor.

¿Él le pedía un favor a ella? La situación era cada vez más surrealista. ¿Labor? ¿Qué pintaba ella allí?

-Sé que no confías en mí, pero yo haré que me creas. - dijo el joven acariciándose las sienes. - Ven, te enseñaré el palacio.

Robin se levantó de la cama, dejando a la vista su desnudez. La luz del sol, que se escurría entre las cortinas, perfiló su hermoso busto, pero también mostró las terribles cicatrices que cercaban su piel, así como moratones y arañazos. El peliverde se cubrió los ojos con inocencia.

-¡Creía que ya te habían traído la ropa! Se me olvidó vestirte cuando te curé esa fea herida del vientre. Lo siento.

A Robin, acostumbrada a ser desnudada y mancillada por sus dueños, le chocó la reacción del muchacho. Aunque sabía que la estaba mirando entre los dedos de sus manos, no le había perdido el respeto aún. Otro hombre se hubiera tirado sobre ella. Pero él no.

Kenshi-san [Zorobin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora