Campo de batalla

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Siento latir mi corazón con violencia.

La batalla está llegando a su fin. Lo sé porque mis músculos no responden como antes. Mi mente calcula a toda velocidad las probabilidades de salir ileso de este encuentro. Bueno, me conformo con no morir. Perder un brazo o una pierna es lo de menos. Me haría parecer un tipo duro.

¿Cómo demonios soy capaz de pensar en tamañas estupideces ahora mismo? Mi rival me ha derribado de una estocada que me ha atravesado el hombro. Por suerte, ningún órgano vital ha sido dañado. Podré seguir dando guerra durante más tiempo.

Ahora debo concentrarme en cómo me levantaré del suelo. El cansancio está acabando conmigo. El enemigo no es muy fuerte, pero sí tremendamente resistente. Seguir su ritmo es demoledor.

¿Por qué no puedo ponerme en pie y hacerle frente? Claro, es más cómodo permanecer boca arriba, aspirando el polvo que se levanta de los combates que están teniendo lugar a mi alrededor, y quejarme como un abuelete. Soy patético.

Espero que al menos Luffy le haya dado su merecido al capitán de esta banda de tarados. Y... ojalá el maldito cocinero pervertido de cejas de serpentina rubio de bote también haya salido victorioso. ¿Qué? Si no, no tendré con quién meterme.

Inclino la cabeza, buscando mis katanas. Del golpe, todas han salido volando por los aires. Suerte que mi rival no se ha percatado aún de mi posición gracias a las cenizas del fuego que danza por todas partes. Una escena muy propia para la batalla final. Los Sombrero de Paja llevamos el drama al extremo.

No muy lejos de mi maltrecho cuerpo, distingo el brillo de la katana de Kuina, que se encuentra clavada en una roca. Me arrastro como puedo hacia ella mentalizándome para seguir luchando y la cojo por el mango. Pero, tras ella, me fijo en otro destello distinto. Azul. Un azul muy claro, que destaca en el paisaje en llamas.

Poco a poco, enfoco mi visión hacia los dos puntos azules que titilan en la lejanía. Un cuerpo se va dibujando entre la nube de polvo y el fuego. Un cuerpo que, por sus movimientos torpes y lentos, ya se encuentra en su límite. Reconozco de quién se trata. Es ella. Está en problemas.

Robin intenta con todas sus fuerzas vencer a su oponente, aunque la fatiga también se ha apoderado de ella. Le cuesta seguir el ritmo de la persona contra la que lucha, si bien no puede ni controlar sus propios movimientos. Una herida recorre todo su torso, desde el mentón hasta la cadera. Parece dolorosa. Sin embargo, ella no se detiene y hace brotar sus preciosas extremidades como si de auténticas flores se trataran. Da un golpe de gracia y hace tropezar a su rival, que se encuentra desorientado. Sonrío por ella y así encuentro las fuerzas que tanto me hacían falta para levantarme.

Pero ahora que la he visto, me cuesta concentrarme. Mi enemigo ha distinguido al fin mi silueta y comienza a mostrarme su destreza con la espada. Y yo, estúpido de mí, no puedo acabar esta pelea porque estoy perdido en la elegancia de los movimientos de mi compañera. También he de admitir que estoy muy preocupado por ella y, aún sabiendo que puede apañárselas sola, nada me apetece más que mandar a este tipo a la mierda y aparecer junto a ella cual caballero dispuesto a socorrer a su princesa. Aunque sé perfectamente que ni ella ni yo somos de ese tipo.

Hago un esfuerzo sobrehumano y me aislo de la imagen de Robin. Ahora, en mi campo de visión solo estamos mi contrincante y yo. Me preparo para realizar uno de mis mejores movimientos con las espadas cuando...

Mi concentración se rompe al escuchar un desgarrador grito de Robin. La persona con la que estaba luchando le ha dado la vuelta a la situación de nuevo y la ha atrapado con su extraña arma. Es una especie de cepo, que ha rodeado sin compasión una de las piernas de la mujer, ejerciendo una brutal presión.

Kenshi-san [Zorobin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora