Seguridad (2)

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Antes de que el amanecer los sorprendiera en la cama de apenas un metro de ancho, Nico Robin abandonó a su amante. Zoro seguía durmiendo a pierna suelta rodeando su cintura, y cuando ella se deshizo de su abrazo, él gruñó e hizo un mohín, aunque inmediatamente después se volvió y continuó roncando como un angelito con afonía.

La morena se encaminó hacia su coche, aparcado frente al jardín de la moderna casa del joven músico. Quería darse la vuelta y seguir disfrutando de la respiración acompasada de Zoro mientras descansaba en calzoncillos. Pero a cada paso que daba, se autoconvencía de que aquel no era el lugar indicado para amanecer. La prensa rosa aún no se creía que el apuesto Zoro siguiera en el mercado, y por ello lo tenían más que vigilado.

Robin sabía el bombazo que sería en el mundo del cotilleo descubrir que el eterno soltero había pasado la noche con su guardaespaldas. Y esta noticia conllevaría problemas en el trabajo para ella, y quizás disputas internas en el grupo. Así que cerró con llave el deseo que sentía en un rincón escondido de sus pensamientos y se introdujo en su coche. Con suerte, Nami seguiría dormida y no se habría dado cuenta de su pequeña escapada nocturna.

En efecto, su amiga también se hallaba en el séptimo sueño, por lo que Robin aprovechó para hacer ver que nada había ocurrido durante la noche. Deshizo de nuevo su cama y se tapó hasta la nariz con la colcha. Pensaba que iba a quedarse dormida nada más meterse entre las sábanas, pero no era así. La mente de Robin reproducía con exactitud cada detalle de Zoro: su pelo verde, sus tonificados músculos, esa misteriosa cicatriz que la morena había besado varias veces, su ronca voz pidiéndole que no se detuviera...

Tras muchas vueltas en la cama, Robin consiguió desacelerar su corazón desbocado y cerrar los ojos un instante. Para ese momento, el sol ya brillaba en el cielo y Nami ya llevaba una hora levantada.

La pelirroja estaba preparando al desayuno para ella y su compañera mientras hojeaba el periódico de la mañana que previamente había salido a comprar. Leyó los titulares de las noticias importantes por encima y pasó directamente a su sección favorita: las intimidades de los famosos.

《Zoro Roronoa, ¿enamorado?》leyó en letras grandes sobre el cuerpo del jugoso cotilleo.

-Vaya, vaya. Qué casualidad.- sonrió ella. Pero al observar cuidadosamente la fotografía que acompañaba al titular, dejó caer la taza de café que sostenía entre sus manos.

En ella, aunque borrosa, se distinguía la silueta de alguien que ella conocía perfectamente saliendo del apartamento del joven bajista. Se colocó las gafas para asegurarse de que no era ninguna alucinación, pero, en efecto, aquellos eran los senos de su amiga Robin. Y también la sudadera que le había prestado la semana anterior, y ese cabello oscuro. Pero ese cuerpo sólo podía ser de una persona. Y esa persona descansaba en la habitación de al lado. Por supuesto, Nami no perdería un instante en conocer la verdad y todos los detalles.

-¡Nico Robin, espabila! - chilló a la par que levantaba las persianas del cuarto de su amiga. -¿Qué? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Por qué? ¿Me dejas a mí a Luffy?

La morena, que acababa de caer en los brazos de Morfeo, abrió los ojos con pesadez. A los pies de su cama, Nami golpeaba enérgicamente una plana de un periódico.

-¿Qué?

-¡Eso me pregunto yo! - la pelirroja le lanzó el diario al regazo. - ¿Qué fue lo que hiciste anoche, pervertida?

-Mierda... - susurró ella temiéndose lo peor.

Tomó el ejemplar y lo leyó palabra por palabra, aunque sin entender del todo su contenido. Seguía en shock. Alguien le había tomado una foto mientras salía de casa de Zoro.

Kenshi-san [Zorobin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora