Tashigi estaba realmente hermosa. El vestido blanco se le ceñía perfectamente al cuerpo. Su cabello azul, cubierto por un velo, contrastaba con la paleta de blancos que formaban su piel y su traje. El conjunto lo completaban una serie de flores hechas con tul rosa rodeándole la cintura a juego con las rosas del mismo color del ramo. Un anillo con un gran diamante brillaba en su dedo. Ella lo miraba con las mejillas sonrosadas.
¡Iba a casarse con Zoro Roronoa! El muchacho, a sus 21 años, se había hecho asquerosamente rico invirtiendo la herencia que le dejaron sus padres tras morir en una empresa cuyo éxito subió como la espuma. La familia de Tashigi también formaba parte de la burguesía en la sociedad, pero tenían mucho menos dinero pero eran realmente influyentes. Como su hija menor estaba aún soltera, decidieron unir las familias mediante un enlace matrimonial, para así ambas familias obtener beneficio y unir sus capitales.
Al principio, la joven rehusaba a casarse con un desconocido, pero al conocer al muchacho, cambió de idea al instante. Zoro era un muchacho alto, fuerte e irremediablemente sexy. Su expresión tosca, su manera de pasarse la mano por su pelo verde, los tres piercings de su oreja izquierda... todo en él era atractivo. Era el tipo de chico que tenía que quitarse a las mujeres de encima, haciendo uso de su carácter duro y frío. Sonreía poco, pero cuando lo hacía, una agradable calidez te invadía por dentro.
Sus pasiones en la vida eran sus tres katanas y el sake. Tashigi se imaginaba formando parte de ellas pronto. Su maridito la adoraría y la colmaría de caprichos. Incluso el vestido de novia que Tashigi lucía orgullosa lo había pagado él.
Tashigi era esa clase de mujer dependiente de una figura masculina que la guiara. Podía jugar a ser la mujer sumisa, pendiente de sus hijos y de la casa, que esperaba a que su hombre le trajese algún regalo después del trabajo. No le importaba vivir de esta manera si así conseguía vestidos y joyas a diario. Y a Zoro, el millonario soltero más guapo del país.
En cambio, Nico Robin era una mujer increíble. Era exitosa en su trabajo, el de sus sueños, no uno cualquiera. Desde joven tuvo las ideas claras y quiso labrarse su futuro a costa de su esfuerzo. Desde pequeña supo que en la única que podía confiar era ella misma.
Siempre soportó comentarios maliciosos acerca de su físico o su condición de ser mujer. Y es que Robin era una de esas mujeres guapas que se te atravesaban en el alma. Y si te atrevías a adentrarte un poco más en su misteriosa mente, no podías hacer más que enamorarte. Morena, con dos ojos celestes adornándole la piel morena, un busto bien formado y un rostro perfilado por su nariz de faraona, ella era distinta a las demás bellezas.
Zoro se interesó por ella desde que sus miradas se cruzaron. Fue en un ascensor camino de una importante reunión. El muchacho estaba mirando el panel de botones distraídamente, cuando las puertas se abrieron. Y Nico Robin entró en el ascensor y en su vida.
Se apoyó en la pared contigua a la de Zoro y este la miró sin tapujos. La chica notó que la mirada del muchacho recorría su cuerpo y lo miró por encima de las gafas. Y ahí Zoro se dio cuenta de que era ella.
Ella enarcó una ceja y siguió mirando su carpeta con dibujos de piratas, mientras un sonrojado Zoro movía nerviosamente el pie. Bajaron en la misma planta y entraron en la misma sala. Tomaron asiento y comenzó la reunión. La chica del ascensor resultó ser la representante de la empresa rival de la que Zoro subvencionaba. Nadie es perfecto, pensó el joven.
Pronto le tocó el turno de palabra a Robin. Zoro se dio cuenta de lo brillante que era. Rebatía cada argumento con un otro mil veces mejor y daba respuestas a todo lo que se le preguntaba. El peliverde se dio cuenta de que no conseguiría el acuerdo que necesitaba si aquella mujer seguía allí. Cuando Robin estaba consiguiendo la alianza, Zoro dijo inconscientemente:
-Ya podrías callarte y hacerme un trabajito, estúpida mujer.
Todos los asistentes guardaron silencio. El mal humor de Zoro había llegado a su límite y había rebotado en la chica, que recogía sus cosas con la cara descompuesta y se marchaba a paso ligero. Zoro saltó de su silla y fue tras ella.
La encontró metida en el ascensor con las puertas entreabiertas y corrió como nunca lo había hecho para meterse en el cubículo. Metió los dedos entre las puertas e hizo fuerza para separarlas. Dentro, Robin lo miraba con el rostro cubierto de lágrimas. Cuando el muchacho consiguió entrar la tomó de la mano.
-¿Estás llorando por lo que te he dicho, tonta?
-No te creas importante, Roronoa. - contestó ella orgullosamente.
-¿Cómo sabes mi nombre?
-La gente dice que eres un chulo y que no tienes escrúpulos. Solo deduje que eras tú.
-Yo no... - Zoro iba a defenderse, pero se dio cuenta de que era cierto. - Lo siento. Tengo mucho en lo que pensar. Ven aquí.
Abrió los brazos esperando que el cuerpo de Robin se pegase al suyo. Lo deseaba con toda su alma, aunque sabía que ella era demasiado orgullosa para aceptar el abrazo que este le ofrecía. Sin embargo, ella rodeó los abdominales del espadachín con sus brazos y sus cuerpos se juntaron.
-No sé por qué hago esto. - dijo Robin anticipando la pregunta del muchacho. - Solo quiero hacerlo. No puedes mirarme así y luego decirme esas cosas tan feas.
-¿Así cómo?
-Como si fueses a comerme.
Zoro recordó el encuentro en el ascensor y su mirada lasciva recorriendo el cuerpo de la joven. Por el tono en el que le estaba hablando, no era tan mojigata como parecía. Esa manera de usar las palabras le aumentaba el deseo hacia ella. ¿Qué le había hecho cambiar de opinión? Sea lo que fuere, ya no importaba. Sus labios se habían unido.
Se miraron un momento para asegurarse de que todo estaba bien y se besaron apasionadamente para confirmarlo.
-Nos van a ver. - dijo Robin entre besos y sonrisas.
Zoro sacudió la cabeza y golpeó el panel de botones, destrozándolo y deteniendo el ascensor. Estuvieron 4 horas encerrados juntos, amándose como si fuese la última vez que un hombre y una mujer tuviesen la posibilidad de estar juntos en la faz de la Tierra, aprovechando cada segundo y cada roce de sus cuerpos.
Tras lo ocurrido en el ascensor, se siguieron encontrando en cualquier lugar de la ciudad. No solo hacían el amor, también pasaban tiempo juntos. Zoro sacaba a cenar a Robin a sitios muy caros y luego ella se enfadaba porque él pagaba toda la cuenta. Solían ir al cine a ver las películas más tristes de la cartelera, en las que a Robin se le ponían los sentimientos a flor de piel y Zoro reía hasta quedarse sin aire y más tarde era golpeado por su cita. Se tumbaban juntos en cualquier parte a ver la vida pasar.
-Me estoy enamorando de ti. - dijo Zoro mientras rozaba la piel desnuda de Robin en su cama.
Ella solo asintió. Sabía que Zoro iba a casarse. Conocía a su prometida, era la hija del hombre con el que se hubiese establecido una alianza si el bocazas del chico no le hubiese dicho eso la tarde en la que se conocieron. Ella se llamaba Tashigi y era mucho más guapa que ella. Vestía, se peinaba y se pintaba las uñas mejor que ella. Y además ella iba a llevarse al hombre al que amaba sin mover siquiera un dedo.
-Puedes negarte a casarte con ella. - propuso Robin.
-Si hago eso ya me puedo declarar en bancarrota. Si unimos empresas podré formar el monopolio que siempre quise.
-Y me perderás.
-Es lo mejor para ambos. No es bueno que me enamore de ti, Robin.
La mujer escondió la cara entre los brazos del muchacho y lloró. Él la atrajo contra su cuerpo. Aunque ese gesto la hubiese confortado en otro momento, esa vez solo hizo que el dolor aumentara en su pecho. Y es que ella estaba perdidamente enamorada de él.
Continuará