El Merry cayó los últimos 100 metros hasta el océano. El globo con forma de pulpo (o el pulpo con forma de globo) los había llevado suavemente desde Skypiea hasta su mar azul. El descenso había sido placentero y tranquilo. Pero los globos se deshinchan, y no iba a ser distinto con nuestro pulpo, que acabó siendo del tamaño de una bala de cañón. Por lo que, nuestra banda de Sombrero de Paja caía irremediablemente hasta un impacto seguro y dañino, no sólo para el barco, también para los tripulantes.
Pero Usopp había sido previsor y había colocado diales de viento por toda la quilla del maltrecho Merry, suavizando así el golpe pero no evitándolo.
Un temblor recorrió el barco cuando se posó en el mar azul. Los Sombrero de Paja no pudieron agarrarse a tiempo y se desplomaron sobre la cubierta.
Sanji ayudó a levantarse a Nami e iba a hacer lo propio con Robin cuando vió su voluptuoso cuerpo tendido sobre el... ¿Marimo?
Ella se frotó los ojos y los abrió sorprendida al notar que había caído sobre algo blando. Cuando supo de quién se trataba, sólo sonrió.
Él aún no se había situado, la caída lo había dejado adormecido. Pero notaba un peso y un calor sobre él y tenía que saber qué era aquello tan blandito. Abrió un ojo gruñendo y distinguió un cabello negro cayendo sobre su cara. No podía ser. Era ella de nuevo. Abrió los dos ojos frunciendo el ceño.
-Buenos días, Kenshi-san. -su rostro era tan dulce, casi empalagoso. Apartó la mirada confundido y molesto y sus ojos se cruzaron con el prominente escote de la arqueóloga. Tras la caída, los botones dorados de su blusa se habían desabrochado.
Zoro enrojeció al instante y apartó la mirada.
-Tápate eso, mujer. -murmuró avergonzado de su debilidad.
Robin apoyó los codos encima del pecho de Zoro y lo miró lascivamente.
-Lo siento, Kenshi-san. Pensé que era buena manera de agradecerte que me hayas amortiguado la caída. - la risa de la mujer resonó en los oídos del joven espadachín. Él, molesto y muerto de verguenza, se dispuso a apartarla tomándola de la cintura, pero esta lo retuvo usando su fruta del diablo.
-¿Te pones así sólo por esto? - dijo tumbándose de nuevo, acentuando sus atributos. El espadachín contuvo la respiración. - No sabes lo que te espera. Comienza el juego.
Dicho esto se levantó entusiasmada y se colocó la ropa ante los ojos de Zoro, que fingía no mirar sus caderas. Robin lo soltó y fue junto al resto de la tripulación que observaba la escena atónitos.
-Ha ganado esta batalla... pero no la guerra. -pensó el espadachín. - La carne es débil, pero yo soy fuerte. No puedo dejarme vencer por una simple mujer.
Y esa noche comenzó el juego.
El peliverde se quitó la ropa y se puso una toalla atada a la cintura para entrar al baño. El vapor de agua lo relajó. Cerró los ojos y respiró hondo, retirándose la toalla de la cintura.
-Vaya, Kenshi-san.
No, no, no. Ella otra vez. En la bañera. Y él estaba desnudo. Intentó alcanzar la toalla pero era demasiado tarde. El vapor se había disipado, porque él podía distinguir claramente el cuerpo de Robin sumergido en la bañera. Llevaba el pelo recogido en un moño y apoyaba los codos en el borde. La espuma la cubría lo suficiente como para mantener el control de la situación. Pero su rostro exhibía la mayor sonrisa de satisfacción que había visto Zoro en su vida.
Dio un paso hacia atrás pero una mano lo empujó hacia la bañera y cayó en ella. El agua estaba tibia pero el espadachín sentía su sangre helada.Robin se acercó a él y le dio unos segundos para reaccionar, pero él simplemente observó el rostro de ella, hermoso y perlado de sudor. Sus ojos azules eran atrayentes como los cantos de sirena. El cuerpo de la mujer se acercaba más y más al suyo...
-¡Baño! -gritó una voz conocida interrumpiendo la escena. El capitán había abierto la puerta. El vapor seguía ocultando a Zoro y Robin.
-Escóndete, Kenshi-san. No quiero que me vean con un niño como tú. - y acto seguido lo sumergió en el agua.
Sus extenuantes entrenamientos habían hecho que Zoro tuviese una capacidad pulmonar superior a cualquier humano normal. El oxígeno no era el problema. Zoro se agitaba bajo el agua porque desde esa perspectiva podía ver el cuerpo desnudo de Robin. Fueron los segundos más largos de su vida. Cuando su cabeza emergió, ella le acarició la mejilla con ternura.
-Parece que tendremos que continuar en otro momento. -el susurro de la arqueóloga erizó cada vello del cuerpo del espadachín. Acto seguido se tapó con una toalla y salió de la sala.Zoro volvió a hundir la cabeza. ¿Qué estaba pasando? Su compañera era absolutamente encantadora, con un toque sexy que él no podía manejar. No tenía experiencia de este tipo con mujeres. Pero quería probar con ella. O probarla a ella.
¿Pero en qué estaba pensando? Aún no confiaba en la mujer. Además ella había dicho que él era un niño y eso le había dolido. También que todo lo que estaba haciendo era un juego para ella...
Durante la cena, cada uno se sentó en un extremo de la mesa. No se dirigieron más la palabra en toda la noche. Aunque, fingiendo seguir la animada charla de sus compañeros, ambos pensaban en el otro y en su próximo movimiento.
Tras la cena les tocaba a ambos recoger los platos. La incomodidad del silencio en la cocina era abrumadora. Cada uno llevaba a cabo su tarea sin mirar siquiera al otro. Hasta que Robin habló.
-Tengo que hablar contigo.
-Ya lo estás haciendo. -contestó Zoro en el tono más borde que pudo. Estaba muy molesto por ser sólo un juego para la arqueóloga cuando él estaba realmente enamorado de ella. Lo había meditado durante la cena.
Unas lágrimas corrieron por el rostro de la morena. Zoro la miró y el remordimiento lo invadió. Tenía el corazón roto y lo había pagado con ella. Él también se había portado mal con su compañera desde el primer día y ella nunca le había dirigido una mala palabra. Era cierto que sólo estaba jugando con él, pero Zoro no hubiese cambiado nada.
-No quería decir que eras sólo un niño. Verás, yo... no sabía cómo acercarme a ti. La verdad es que tú... me gustas mucho, pero sé que yo a ti no, así que te dije que esto era un juego y que no me interesabas... no quería alejarte de mí. Eres mi preciado compañero. - dicho esto, la arqueóloga se fue.
Zoro hundió la cabeza en sus manos. Se frotó las sienes y tomó una decisión. El juego lo iba a ganar él.
Corrió hasta el pasillo y la vio arrastrando los pies y secándose las lágrimas. La empujó contra la pared agarrándola por las muñecas y observó su cara. Estaba preciosa hasta con los ojos rojos de llorar. Rozó su cuello con los labios y le susurró:
-Jaque mate, Robin.
El espadachín aproximó los labios a la boca de la arqueóloga, cuyas mejillas se encendieron. Se paró el tiempo en el pasillo. El silencio era tangible, pero era una ausencia de sonido casi agradable, no como en la cocina. Se escuchaba el vaivén del barco en las olas y también sus corazones, casi latiendo al mismo tiempo, cada vez más rápido. El pecho de Robin subía y bajaba de la emoción sintiendo el aliento de Zoro tan cerca.
Estaban a escasos milímetros cuando Zoro sonrió y la besó en la comisura de los labios. Se separó complacido, pero aún seguía sosteniendo a la chica de las muñecas.
-Si quieres más, ven, morena.
Echó a andar hasta su camarote, dejando la puerta abierta. Robin rió por lo bajo y se limpió los ojos. «Ya no es un crío.» pensó risueña y siguió los pasos del primer hombre al que había amado.