Unos gritos llenos de sufrimiento me despertaron. La respiración en mi pecho se trabó y en menos de un segundo había saltado sobre mis pies con todo el cuerpo alerta.Era la voz de un hombre, sonaba lejana, en alguna habitación o calabozo del barco, pero al mismo tiempo se metía en lo más profundo de mi pecho haciéndome sentir completamente identificada con todo aquel suplicio.
La rubia, arrinconada debajo de la ventana y bañada por el resplandor de la noche, ni pestañeó, mientras arrancaba las duricias de las palmas de sus manos con los dientes.
Entonces le vi las manos por completo. No solo se veían mugrientas y fragmentadas, sino que además estaban totalmente descuartizadas.
En una de ellas sólo tenía el dedo pulgar y el índice, y en la otra esos dos y el medio. El corte del dedo no era limpio, parecía como si se hubieran desgarrado y separado del resto de la mano de una manera violenta, como si algo se lo hubiera arrancado con los dientes.
-¿Qué es eso? - dije en un murmuro.
- Jamás le digas tu nombre. Él le dijo su nombre. - dijo sin inmutarse, sin mirarme, hablando sola.
La escuché hablar sin casi mover la boca. Desde mi posición, no podía quitar la mirada de sus manos. Y poco a poco, mientras los gritos cesaban, me senté en mi sitio con la espalda en la pared. Las muñecas me escocían del roce de las manillas al dar tirones.
- Jamás le digas tu nombre. - repitió en tono de regañina.
- ¿A quién? - pedí.
- Jamás le digas tu nombre. - siguió sin siquiera mirarme. - No confíes en nadie. Catha confió.
- ¿En quién? - dije ahora un poco más fuerte, probando de llamar su atención. Dejó de mordisquearse las manos para mirar intensamente el perfil de mi cara.
- Quién, ¿qué? - sonrió.
- ¿En quién no debo confiar? - espeté. Ella me dejó ver sus dientes torcidos, aunque demasiado blancos, en una sonrisa burlona que no me gustó nada.
La miré ahora, reparando en su postura más relajada. El modo en el que se movía no tenía nada que ver con la manera rígida y tensa con la que estaba hablando unos minutos antes, parecía totalmente distinta. Lucía como alguien en quien no debes confiar.
- En nadie - mustió alzando una ceja, como si fuera obvio y yo estúpida. Mordió su palma derecha y escupió un trozo de piel en mi dirección. - Nunca le digas tu nombre. - repitió con los ojos más oscuros que había visto en mi vida.
De pronto, aprovechando que yo le estaba dando la cara con la intensidad del querer saber, levantó la vista y atrapó mis ojos.Me quedé congelada por el fallo. Ni la mujer que me adoptó ni sus dos hijos había visto jamás mis ojos. Ni siquiera mis antiguos secuestradores. Pero sin embargo, fue llegar a este lugar y una chiflada con la cabeza rapada y las manos mutiladas, consigue verlos la segunda noche.
Ella sonrió abiertamente, mientras yo, que ya estaba perdida, no dejé de mirarla. Y entonces añadió: - Bonitos, tus ojos.
La miré con el ceño fruncido intentando no parecer desconcertada. Nunca supe el misterio que todo aquello guardaba. Sabía que le hacían cosas malas a la gente con ojos amarillos, pero no sabía el por qué. Y ni siquiera podía imaginarlo.
Miré por la ventana, la oscuridad, el momento en el que el brillo de mis ojos era más limón, suspiré para mis adentros y volví la atención a mis manos.
- Podría ser tu amiga. - dijo la chica en un susurro que ignoré.
No recuerdo en qué momento me dormí, pero la honda y desesperada voz del hombre al que estaban torturando me despertó dos veces más.
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La Hermandad del Hombre Muerto
FantasyThaia despierta a bordo de un barco con rumbo desconocido, encontrando en él una maldición y hermosas criaturas. Pero el verdadero peligro reside en su interior y en el revoloteo de su pecho al conocerle a él. ---------- Existe una leyenda, una mald...