Capítulo veintidós

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El águila se removió, y después de sacudir sus plumas con fuerza, antes de que yo pudiera abrir los ojos, salió volando por el ventanal.

- Buenos días. - una voz tremendamente familiar resonó en la celda. - ¿Cómo lo llevas?

Levanté la vista para ver a Tide con su semblante serio en la versión más suave que había visto nunca. Le sonreí, no lo pude evitar. Me había sentido tan sola.

- ¿Dónde estabas? – dije sin poner un filtro a mis emociones.

- El capitán me necesitaba. - respondió cruzando la habitación y agachándose para desatar mis pies descalzos. Rápido y eficaz.

Entonces me levantó, puso las manillas en mis muñecas y dejó un pedazo de pan en una de mis manos, con un guiño sorprendentemente humano.

- Y hablando de él. - siguió - Se muere de ganas de verte.

- Que ilusión. - murmuré sintiendo un nudo en mi garganta. Tide pretendió no escucharlo. – Dame un segundo.

Me giré y volví a agacharme, saqué la tiza de entre las láminas de madera y escribí a la vez que decía en voz alta:

- Mil ochocientos cuarenta y tres. Y Veintidós días. – miré mi obra de arte un momento, escondí la tiza, y me incorporé con el pan en la mano. Troceé la punta y me la comí con ganas, luego miré a Tide. - ¿Quién le dio la tiza?

- El amo le da al diablo todo lo que ella quiere. – busqué sus ojos, extrañada de aquella revelación tan sincera. – Se conocen de siempre.

- Si, - me dije a mi misma. – cinco años son una eternidad dependiendo de cómo los pases.

- Vamos. – tiró de mis cadenas por la habitación.

- Y por cierto, ¿Dónde está? – dije. Pero entonces la pregunta se quedo suspendida en el aire cuando vi lo que tenía ante mí.

El pasillo estaba totalmente manchado de sangre y barro. Había manchas y girones tanto en las paredes como en el suelo.

- ¿Qué ha pasado aquí? – dije esperando lo que él iba a decir después.

- Los esclavos no hablan.

Cruzamos el corredor pasando de largo varias puertas cerradas, él tiraba de mi cuerpo con fuerza y rapidez mientras yo me reclinaba hacia atrás para hacerle la faena más difícil y que fuéramos más despacio. Lo que fuera que hubiera pasado allí anoche no pasó desapercibido para nadie. Y teniendo en cuenta todo el secretismo, no entendí por qué no limpiaban las paredes.
Lo que estaba claro desde que llegué a este lugar era que si quería saber algo debía encontrar yo misma la manera de averiguarlo.

- Catha...- Tide rompió el silencio al llegar en frente de las escaleras que subían a cubierta - está bien. De mejor ver que tu.

- Perdona que no esté radiante. - espeté. - Alguien se olvidó de darme de comer durante cuatro días. – miré atrás por última vez antes de empezar a subir.

- Lo hicieron a sabiendas. - dijo él. Miré la mancha negra en su nuca.

- ¿Por qué?

- Fue un método que siguieron con todas. - contestó sin mirarme. Seguí mirando su nuca – O con casi todas – murmuró. – Por si alguna de las esclavas era la asesina.

- ¿Sigue habiendo asesinatos? - murmuré. - ¿Eso es lo que pasa cada noche?

- Supusieron que si no os alimentaban, al final la que fuera que fuese, no tendría energías para salir. – siguió él.

La Hermandad del Hombre MuertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora