- Mil ochocientos cuarenta y cinco – cantó Catha agarrada con las manos fuertemente a la ventanita de la puerta.- Y veinticuatro días. – murmuré yo. Luego la miré frotándome los ojos – Te veo de buen humor.
- Estoy de buen humor. – dijo sonriente. – Es mi último día en el agua.
- Buen punto.
Tide la apartó de un manotazo y abrió la puerta. Ella correteó hasta mí y pintó el número en la pared mientras murmuraba:
- Echaba de menos esto.
- ¿Por qué no la llevas atada? – le dije al hombre mientras me desataba los pies, reparando en que Catha no llevaba manillas, como ayer. Por desgracia, en cuanto lo dije, me las colocó.
- El Barquero le da lo que quiere. – dijo impertérrito. Luego miró mi pecho. – Que el demonio no vea eso. – susurró señalando el colgante de Seth.
De inmediato metí el collar debajo de mi camiseta y me dejé caer el pelo delante del pecho.
Al subir a cubierta los hombres estaban preparados y entusiasmados. El Barquero nos echó un vistazo desde la cubierta de proa, pero no se acercó a nosotras, gracias a Dios.
Cuando llegamos a la posición de salida, cogí el elástico de mi muñeca y poniendo de espaldas a la chica le recogí el pelo. Ella no se movió mientras miraba el agua.
- ¿Necesitas que pensamos en un plan? – dije poniéndome a su lado. – Ayer no lo hicimos, pero podemos hacerlo hoy.
- No. – Murmuró sin mirarme – No quiero un plan.
El Herrero apareció con tres trenzas de raíz que le recogían el pelo negro y sucio, y sin mirarme más de dos veces, le ató el cinturón a la chica, sin darle tema de conversación.
- ¿Hubo ataque la noche anterior? – dije en un susurro cuando pasó por mi lado.
- Sí, pero no muertos. – dijo él con desgana.
- Puedo afrontar esta situación de varias maneras. – decía Catha sin quitar los ojos del círculo. Se hablaba a sí misma. – Pase lo que pase, sólo saldrá con vida el más fuerte.
- El más fuerte. – dije yo. – No tiene por qué ser una sola persona. Puede haber cuatro fuertes.
- Espero que no. – dijo mirándome ahora con una pequeña sonrisa. – Debería coger muchas aletas para que el amo esté contento conmigo.
- Niñas, - Tide apareció detrás de nosotras – es la hora.
Dos hombres de cada barco bajaron a los botes mientras los que llevaban allí toda la noche de guarida, subían con cansancio y caras blancas.
El Barquero cogió el cono y comenzó el discurso de todas las mañanas mientras la chica se giraba y con una sonrisa torcida me decía:
- Deséame suerte.
Y entonces hice un recuento de las veces que me había pedido aquello y caí en la cuenta de que nunca se la deseé, por qué yo no creía en la suerte.
La suerte es para los débiles, dijo una vez Gea. Si eres fuerte, si sabes lo que quieres, simplemente saldrás ahí a ganártelo con tu propio sacrificio. Si necesitas la suerte de tu lado, entonces estás condenado. Significa que tú mismo ya sabes cuán débil eres.
Tal vez era por eso que todas las jornadas sentía la necesidad de que alguien le deseara suerte, por eso siempre se repetía a sí misma que solo saldría de allí si era fuerte. Por eso era tan débil, y por todo eso tardé tanto en darme cuenta yo. Y tal vez fue por eso que me sentí inexplicablemente tierna con ella y le dije:
ESTÁS LEYENDO
La Hermandad del Hombre Muerto
FantastikThaia despierta a bordo de un barco con rumbo desconocido, encontrando en él una maldición y hermosas criaturas. Pero el verdadero peligro reside en su interior y en el revoloteo de su pecho al conocerle a él. ---------- Existe una leyenda, una mald...