Seth se giró de golpe, me cogió la cara con las dos manos y apretó ligeramente ambas en mí.
- ¿Que tú qué? – Susurró - ¿Por qué has hecho eso?
Me quedé un momento mirando sus ojos grises preguntándome el por qué. Por qué. No tenía un por qué. Al final negué confundida.
- Alguien me lo dijo.
- ¿Alguien? – gruñó. Y sin darme margen a nada me giró y quitó el pelo de mi nuca. Pasó sus manos por mi piel y pareció suspirar tenso antes de maldecir y volver a girarme. – Escúchame Thaia. – dijo mirándome con intensidad. – ¿Recuerdas algo de lo que pasó ayer?
- No. – fruncí el ceño con disgusto. Él volvió a suspirar y besó mi frente. Un beso suave, cálido, que recorrió mi cuerpo de pies a cabeza.
– ¿Recuerdas quien te dijo que la mataras?– dijo suavemente.
Le miré confundida. Una voz me dijo que lo hiciera, pero la voz provenía de dentro de mí. ¿No?
- Yo – dije impertérrita. Él negó. – Yo. – Le repetí – Yo. – y ahora sentí el peso de lo que aquello significaba.
- No Thaia, tú no. – murmuró él.
- Yo. – dije cayendo en todo. – Yo, - le miré, el seguía negando, mordiendo su labio.
- Escúchame.
– He sido yo.
Había cogido a una chica inocente y la había abandonado en el fondo del mar, allí donde sabía que no podría volver por qué no tendría el suficiente aire, por qué la única que tenía aire allí era yo. Lo había hecho todo para que muriera, por qué dentro de mi cabeza yo quería con todas mis fuerzas que aquella chica muriera.
- Thaia, por favor, mírame. – dijo él lejos, muy lejos de mi.
Esa no era yo. No podía estar convirtiéndome en ese monstruo con el alma podrida, así como eran Sharingam y sus hermanos. Yo no podía ser eso.
Me sumergí escapando de las cálidas manos del chico y sus preocupados ojos puestos solo en mi y nadé tan rápido que no vi nada a mí alrededor, nadé y nadé y nadé hondo y hondo, tan hondo que me parecía imposible volver a encontrar a la chica. Me paré un momento en medio de la nada, agitada, desorientada. Yo no quería ser una asesina. Aín no podía estar muerta. Por favor. Si ella estaba muerta, yo estaría condenada.
No quería pensar en cómo iba a mirarme Gea cuando llegara al cielo, a su lado, desde donde debía estar viendo con desaprobación lo trastornada que estaba su nieta. O tal vez nunca vería esa mirada, por qué después de aquello y de lo de Sail y Gull, nunca iría al cielo del que ella me hablaba.
Y fue entonces cuando vi un cuerpo sobre mí, a cinco metros. Subí lentamente sintiéndome enferma, sin querer anticiparme a lo inevitable, mi corazón tan lento que podría haberse parado, cuando me percaté de que sus brazos y piernas seguían luchando por llegar a la superficie. Muy débilmente, casi sin fuerza, pero sin rendirse.
Sin pensarlo dos veces, agarré su cabeza, planté mis labios en los suyos y soplé todo el aire que pude en su boca, su pecho se hinchó ligeramente, sus ojos se abrieron débilmente, nos miramos un instante y agarré sus brazos con fuerza para empezar a nadar. No estaba muerta, aún no. No era una asesina si conseguía sacarla a tiempo.
Nadé de regreso, más veloz que antes, más fuerte que nunca, y cuando la superficie, ahora tintada de la sangre de alguno de los cuatro hombres, estaba a pocos metros, me puse en sus pies y la empuje para que saliera a coger aire sin que nadie me viera a mí.
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La Hermandad del Hombre Muerto
FantasyThaia despierta a bordo de un barco con rumbo desconocido, encontrando en él una maldición y hermosas criaturas. Pero el verdadero peligro reside en su interior y en el revoloteo de su pecho al conocerle a él. ---------- Existe una leyenda, una mald...