Capítulo nueve

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Estaba sorprendentemente tranquila cuando salí a llenar mis pulmones de aire a la superficie. Froté suavemente mis muñecas con el agua salada, como si no me escocieran y apreté mis dientes por el dolor.

Desde abajo, el mar parecía más alterado que desde encima del barco, pero cuando me zambullía, era como estar en otro escenario completamente distinto.

Aunque sí notaba el vaivén del mar, el silencio, la oscuridad, me dieron una sensación de serenidad que no tuve dos días antes al meterme allí.

Sí, me dije, es un juego. Puedo hacerlo.
Agudicé mi vista para observar al resto de chicas aguardando los peregrinos, y entonces empecé a nadar muy sigilosamente, como si estuviera dándome un baño por elección propia, y me dirigí al primer navío.

Cuando llegué, procuré estar lo suficientemente lejos del bote y de la chica que esperaba junto a él antes de salir a la superficie, mirar a Catha asomada al lado de Tide, levantar la mano derecha y colocarla encima del casco. Ella dio un pequeño saltito en señal de que lo había visto.

Volví a sumergirme tan sutilmente como había emergido del agua, y nadé por debajo del bote y de las piernas de la chica, en un constante movimiento demasiado agitado para pasar desapercibida para los tiburones.

Cuando estaba llegando al segundo barco, las focas muertas cayeron en medio del círculo de mar vallado por grandes barcos de madera. Me quedé muy quieta mirando fijamente hacia el centro del cerco hasta que empecé a distinguir a los peregrinos emerger del fondo del océano.

En ese mismo instante saqué la cabeza, mire a Catha subí la mano derecha y toqué el segundo barco. Ella saltó en respuesta.

Volví a hundirme viendo a la perfección a los tiburones pelear por los pedazos de foca. No sé si fue mi impresión, pero parecía que esta vez había más animales que la vez anterior, y todos ellos se comportaban muy agresivos.

Una chica a mi izquierda, empezó a nadar hacia ellos muy despacio. En mi opinión no era el mejor momento para acercarse, así que para salir de la zona de peligro, nadé rápidamente pasando por debajo de la chica y del bote del segundo barco que había tocado y me dirigí al tercero mientras observaba como los tiburones se daban cuenta de que aquella niña, que se veía ridículamente pequeña al lado de ellos, se acercaba.

Uno de ellos se sumergió más que los demás y, al igual que yo, la rodeó pasándole por debajo. Luego salió a la superficie justo detrás de ella.

Supongo que la chica, si hubiera visto el fondo marino con tanta claridad como yo, se hubiera dado cuenta de lo que estaba pasando a su alrededor, pero no lo veía. Y los tiburones se la iban a comer.

Llegué al tercer navío, salí, toqué el casco, y me hundí.

Algo en mi se retorció, al volver a ver la escena ante mí y supe que presenciar la muerte de alguien una vez más, y dejar que pasara, iba a acabar pudriendo mi alma. Pero, por otro lado, aquello era una competición, y cada uno pagaba por sus descuidos, ¿no?

Seguí nadando en la dirección que había tomado, ahora quedando en el barco que daba de frente a la muchacha y la carnicería inminente.

No mires hacia allí. Me dije una vez tras otra. Pero no podía evitarlo.

Traspasé el bote, la chica parada perteneciente a ese bote, y con los ojos clavados en la niña en peligro, subí a la superficie, cogí aire, toqué el cuarto casco, y me tomé un momento.

Desde fuera, el agua empezaba a agitarse peligrosamente, anunciando que los peregrinos se estaban poniendo en marcha.
Poniéndose en marcha para comérsela.

La Hermandad del Hombre MuertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora