Capítulo treinta y uno

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Durante el discurso que no escuché, El Barquero anunció que las esclavas se tirarían de una en una esta vez. O eso fue lo que el Herrero me dijo. Probablemente para incrementar las posibilidades de ser comidas por tiburones, pensé.

Realmente no tenía un plan, como Tide creía, solo un objetivo. Como se llevara a cabo era absolutamente secundario.

Fingí no sentir las miradas penetrantes del guarda, ni ver en el momento en el que le decía algo a Seth, fuera de mi vista, y fingí no sentir nada.

La primera chica se tiró, después de la foca, y se resguardó con rapidez. Lo mismo hizo la cabeza-rapada, Aín, y aunque la tercera no tuvo lo suerte de las otras dos, eso a mí me fue de maravilla. Podía tirarme al agua mientras los peregrinos se entretenían con el cuerpo muerto.

- Tu turno, pequeña. – dijo El Barquero apareciendo a mi lado y besando suavemente mi frente. – Gana esta competición, – susurró en mi oreja – y te daré todo lo que quieras. – alcé mi mirada para encontrarme con la de Seth, tenso. – Incluso la libertad.

Ante aquello, miré el rostro del capitán. Parecía sincero, pero a esa sinceridad se debía sumar el hecho de que él creía que yo era su esclava, que llevaba una marca negra en la nuca. Y entonces, la libertad que yo podía anhelar era a su lado. 

Me subí a la baranda de madera, pasé los pies al otro lado, y esperé la señal para lanzarme al agua.

Me tiré sin fuerza, intentando que todo el mundo viera lo desalmada que me sentía. Intentando que, los cientos de ojos, aunque no supieran nada de nada de mí, intuyeran que me habían usado, traicionado, y engañado, y que por eso me estaba abandonando.

Mi cuerpo tocó el agua en un golpe que dolió, cogí aire en la superficie y volví a sumergirme lentamente. Los tiburones a mi derecha se comían a la tercera chica.
Nadé lentamente, sin ningún tipo de prisa, esperando a que ellos terminaran, hasta quedar justo en el medio del círculo. Una vez allí, coloqué mi cuerpo totalmente estirado y me dejé llevar a la superficie, boca abajo, como un muerto.

Aguardé quieta unos minutos para que todo el mundo tuviera tiempo de verlo, y con lentitud desaté el cuchillo de mi cinturón y corté rápido y limpio mi antebrazo. Sin demora la sangre empezó a brotar. Y con menos retraso aun, los tiburones enloquecieron famélicos.

Podía escuchar los bramidos en el exterior, pude escuchar golpes y ovaciones. Y debajo de mi, los peregrinos se amontonaron con sus largos morros y abiertas bocas, aguardando el momento en el que me descuidara y dejara de mirarles, para atacar.

Entonces, con el aire que había reservado para esta tarea, con convicción y fuerza empecé a murmurar.

- Soy Thaia y soy de los vuestros. – el aire salía de mis labios creando burbujas que flotaban hasta el exterior. Los peregrinos quietos. – Soy Thaia y soy de los vuestros. – repetí una vez más. – Soy Thaia. - hice una pausa – Y soy de los vuestros. – pero en el agua no aparecía lo que yo esperaba ver. - ¡Soy Thaia! – Grité ahora – ¡Y soy de los vuestros!

- ¿Estás bien? – alguien puso sus manos en mi pecho y me obligó a sacar la cabeza del agua. Abrí los ojos, sin moverme, para ver a Aín mirándome con preocupación. Sus ojos castaños bien abiertos.

- Deberías irte. – susurré notando el movimiento en mis pies. Ella me miró extrañada. – O te comerán a ti también.

- ¿Qué estás haciendo? – murmuró.

- Suicidarme. – dije. – Vete. – Ella me miró decidida.

- Si me voy ahora. - empezó. – Seth bajará a buscarte.

La Hermandad del Hombre MuertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora