Cuando el día empezó a clarear, desperté a Ioh para ponerme en marcha. Él sacudió sus alas mientras yo enredaba mi pelo para esconderlo bajo el sombrero, y salió volando.
Pensaba bajar a investigar cómo estaban las cosas, pero de pronto El Barquero salió de sus grandes puertas y le mandó al vigilante nocturno que despertara a todo el mundo. Me agaché al lado del mástil y observé cómo, poco a poco, los hombres se ponían en marcha.
Sharingam se subió a la cubierta de popa y se instaló al lado del timón, con Côi, mientras los hombres desataban las velas, y quitaban el ancla. Pude observar que en los otros barcos hacían lo mismo, y que, lentamente nuestro navío se enfocaba lejos de Mérmat.
- ¿Qué haces tú aquí? – cuando me quise dar cuenta, un hombre había subido en donde yo estaba. Era mayor y parecía cansado.
Le miré a los ojos y me limité a decirle: - Vigilo contigo.
- De acuerdo. – soltó el aire.
El barco adquiría velocidad, seguido de cerca por Dione y los demás. No pude evitar fijarme en que Seth no estaba en la cubierta de su embarcación, y repasé el espacio cinco veces.
La isla cada vez era más pequeña y lejana, hasta que delante de mí empezó a extenderse otro territorio.
- ¡Sélen a la vista! – gritó el hombre detrás de mí.
- ¿Haremos noche allí? – pregunté desde sus pies, donde seguía sentada.
- No. – respondió él. – Haremos noche en Names. Nadie, nunca hace noche en Sélen.
- ¿Por qué no? – dije lentamente mientras la extensión de tierra cada vez era más grande.
- Por qué está maldita. – dijo.
- ¿Cómo Mérmat? – rodé los ojos ante el eufemismo del siglo.
- Peor. Mucho peor. – dijo en un murmuro bajo.
- De acuerdo. – suspiré.
Estaba claro que nunca iban a acabar las exageraciones, los mitos y leyendas y los secretismos en aquel lugar, así que, sin demasiado interés, lo dejé de lado para seguir observando el movimiento en los barcos.
Ioh apareció con pan.
- ¡Gracias! – le dije con ligereza mientras abría la garra para que yo lo pudiera coger.
Luego dejó caer el colgante de Dione de nuevo. Y yo lo cogí y se lo volví a atar, aunque él se removiera inquieto.- No voy a quedármelo. Ya se lo puedes decir. – dije empezando a trocear el pan.
El día se apagó y aun seguíamos en alta mar, camino a Names. El Barquero se metió en su camarote y dejó a Côi en el timón, y ese fue el momento que estaba esperando.
Sin decirle nada al vigilante, bajé del palo mayor, de espaldas a Côi, que no me miró más de dos veces. Al igual que los pocos hombres que rondaban la cubierta con escobas y fregonas.
Llegué a las grandes puertas, y mirando que nadie estuviera realmente acechándome, abrí lentamente y entré.
- ¿Quién va?
El camarote estaba oscuro a excepción de una vela encendida en el escritorio. Las cortinas estaban corridas y no parecía haber nadie a la vista.
Quité el sombrero de mi cabeza, dejando mi cabello caer largo y sedoso. Y con una sonrisa dije:
- Tu amor.
Una puerta se abrió a la derecha dejándome ver la silueta de El Barquero. En dos zancadas descorrió las cortinas iluminando de luz el lugar, y entonces sus ojos encontraron los míos.
ESTÁS LEYENDO
La Hermandad del Hombre Muerto
FantasyThaia despierta a bordo de un barco con rumbo desconocido, encontrando en él una maldición y hermosas criaturas. Pero el verdadero peligro reside en su interior y en el revoloteo de su pecho al conocerle a él. ---------- Existe una leyenda, una mald...