- Eh – susurré dándole al hombre un ligero toque. Él abrió los ojos y al encontrar los míos dejó de respirar. – Yo soy el capitán del barco.
- De acuerdo. – murmuró.
- Duérmete. – dije entonces.
Después que Aín se fuera, no fui capaz de conciliar el sueño, y entonces un plan tomó forma en mi cabeza. No iba a matar a Sharingam, como Tide sugirió, pero podía quitarle el trono en el que se había sentado injustamente.
Gea decía que el Mundo Oscuro no tenía un equilibrio del cuál fiarse. Y, cuatro años más tarde, bajo el cielo eterno del océano, entendí de lo que estaba hablando. Siempre debe haber ese equilibrio para que la harmonía se instale en los seres humanos y en su modus operandi. Sin equilibrio, la balanza tiende a caer para un lado, y teniendo en cuenta el peso de los delitos de aquellos hombres, caería a su favor.
- Entonces, es tan fácil como colocar un peso en medio. – sugirió una vez.
- ¿Por qué tengo la impresión de que no te sorprende nada de lo que estoy viviendo? – dije mirando al cielo mientras volvía a la cubierta después de manipular las mentes de los tripulantes con ideas revolucionarias.
Dormí tranquila sabiendo que cada vez estaba más cerca de sentirme completa. Aín llegó con el primer claro del nuevo día, con pan y leche embotellada en la pequeña cantimplora con la que Seth me dio agua aquella noche atada al mástil. Borré rápidamente el recuerdo.
- ¿Un motín? – dijo ella después de escuchar mi explicación. Realmente le iba a contar una mentira, por qué había escarmentado en el tema de las amistades, pero opté por aprovechar su ayuda y contarle una parte, la menos comprometedora. Así, si resultaba que era una traidora, siempre me quedaría un as en la manga.
- ¿Les freíste la cabeza a más de cuarenta hombres?
- Seh – dije como si no fuera gran cosa.
- Bien. – dijo con seriedad, meditando en el tema, sentada ante mí. – Pero el resto de capitanes saldrán en defensa de su rey.
- A no ser que mantengamos sus barcos lo suficientemente lejos para que no sepan qué está pasando hasta que haya pasado.
- De acuerdo. – observó intensamente el agua. Me miró.
- De acuerdo. – repetí esperando un "pero". Suspiró ganándose por completo mi atención.
- Todo sería más fácil si encontráramos el colgante del Caronte. – murmuró.
- ¿Por qué? – pregunté clavando mis ojos en su duro perfil.
- Por qué llevan la mancha, sus almas pueden ser controladas por el poseedor del colgante. Quien lo tenga es el capitán. – sentí un calor, un triunfo crecer en mi pecho.
- ¿Así funciona el Caronte? – Dije - ¿Qué pasa con los demás? ¿Los cuatro que no tienen capitán?
- No están obligados a obedecer. Pero juraron lealtad a su capitán. – contestó. – Estarán todos chiflados por aquí, - dijo ella – pero son leales.
- Vaya – realmente me sorprendió aquello. Una panda de asesinos leales, pensé, ¿Hay algo más aterrador?
- Y su capitán es quien lleve el collar. – siguió ajena a la broma en mi cabeza – Pero se perdieron junto con los cuerpos. – bufó
- ¿Quién manda allí ahora?
- El segundo de a bordo es el capitán hasta nuevo aviso. – asentí lentamente mientras asimilaba todo el poder que estaba colgando de mi cuello.
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La Hermandad del Hombre Muerto
FantasyThaia despierta a bordo de un barco con rumbo desconocido, encontrando en él una maldición y hermosas criaturas. Pero el verdadero peligro reside en su interior y en el revoloteo de su pecho al conocerle a él. ---------- Existe una leyenda, una mald...