Capítulo seis

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El mundo pareció quedarse mudo en ese segundo en el que recorría el espacio vacío entre mi cuerpo y el agua. El aire zumbaba en mis orejas por la velocidad en la que estaba cayendo. Cogí aire, cerré la boca y los ojos y me preparé. Y entonces escuché el aleteo del águila, que apareció de la nada y con un chillido me acompañó amablemente hasta que me zambullí.

Antes de que pudiera asimilarlo el agua helada bañó mi cuerpo y lo engulló en las profundidades. Me sumergí varios metros, y cuando dejé de notar que el agua tiraba de mí hacia lo profundo, abrí los ojos.

Todo a mí alrededor era oscuro y tenebroso. La imagen era escalofriante, y tuve que luchar con todas mis fuerzas para no dejar a mi cabeza entrar totalmente en pánico al verme rodeada de tanto vacío. El escozor agudo en mis muñecas me distrajo un segundo antes de empezar a hiperventilar. Cosa que hubiera sido muy mala.

Reparé entonces en que iba a necesitar aire, y, como Catha me dijo, moví brazos y piernas en busca de la superficie. Con gran esfuerzo llegué arriba y cogí una bocanada de aire demasiado ruidosa. Como si esa fuera a abastecerme por la siguiente hora en el agua.

- ¡Te veo muy sigilosa! – miré hacia arriba para ver a Catha asomada desde la cubierta gritando sarcástica pero con una sonrisa radiante. – Mantén tus brazos y pernas en movimiento o te hundirás. – dijo al tiempo que me hundía.

Muy nerviosa empecé a dar patadas y manotazos en el agua por  miedo a no ser capaz de mantenerme a flote, pero entonces reparé en el desgaste de energía que eso suponía, así que opté por dejarme hundir, y volver a subir suavemente a por aire, repetidas veces, mientras recordaba la sensación relajante que experimenté el día antes metida en la bañera improvisada del barco.  No sentí miedo, porque sabía que podía salir a por aire en cualquier momento, y de hecho, de eso se trataba. 

Una y otra vez me hundí varios metros y subí en busca de aire, sintiendo, cada vez que me sumergía, que tenía la situación bajo control. Tal vez podía hacerlo, tal vez podía no-ahogarme.

Cada vez que subía divisaba a las otras chicas aguardando como yo.
Algunas parecían horrorizadas y otras horriblemente seguras, pero rápidamente vi que yo era la única preocupada en ahogarme. Porque, obviamente, había algo peor de lo que preocuparse.

Entonces un estruendo enorme tuvo lugar delante de mí, y un trozo de carne sangrienta y fofa cayó a menos de dos metros de mi cabeza. Me tomó un instante asimilarlo.

Y de pronto, las imágenes que había visto desde la cubierta el día anterior, me golpearon fuertemente.
Los tiburones iban a subir, y tenía diez segundos para salir de su punto de mira, así que debía moverme.

Cogí una gran bocanada de aire y empecé a mover mis brazos y piernas, consiguiendo que mi cuerpo se pusiera plano sobre la superficie del agua. Era torpe y para nada sigilosa, así que supuse que los tiburones ya se habrían fijado en mí.

Alaridos y gritos llegaban desde las cubiertas de los barcos. Los hombres daban mamporros con las palmas de sus manos bien abiertas. Algunos gritos eran inteligibles, otros gritaban: "¡nada!", y yo no podía nadar.
Mis brazos y piernas se movían, pero no me estaba desplazando del sitio, y con todo el jaleo que creaba a mí alrededor, los trozos de carne muerta se veían arrastrados hacia mi cuerpo.

Estaba en medio de un remolino de porciones de foca en descomposición y no podía hacer nada. No podía alejarme, no podía sumergirme, no podía salir, no podía escapar de allí. Estaba atrapada en la inmensidad del caprichoso mar y sus temibles fieras.
Y ahora sí, el pánico, la ansiedad, y el miedo más puro inundaron cada parte de mí, y me di cuenta que cuanto antes ocurriera, antes dejaría de sufrir.

La Hermandad del Hombre MuertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora