Llegamos al barco de Dione, el cual era una réplica limpia y con buenos olores del Caronte.
- Prefiero dormir por mi cuenta. – dije molesta, al soltar el cabo después de pasar al otro lado, vigilada de cerca por Tide y Aín.
- Tienes mal aspecto. – dijo Seth sin girarse cruzando la cubierta de proa. – Deberías descansar bien.
- Gracias. – murmuré con recelo.
- Tira, quejica. – dijo Tide empujando mi hombro ligeramente.
- ¿Vas a venir? ¿No va a echarte de menos El Barquero? – dije frenando con los pies clavados delante de él.
- Lo has dejado frito. – me respondió encogiendo los hombros.
- ¿Por qué confiáis en él? – dije ahora mirando a Aín que se puso a seguir a Seth. – Lleva la marca en su cuello.
- Parece que quieres sembrar discordia. – rió Tide para mi sorpresa.
- Podría ser. – le contesté cortante estrechando mis ojos en él. Seth nos miró de reojo.
- El colgante de Sharingam está perdido. – respondió Aín mientras alcanzaba al chico, que ahora se giró del todo y aguardó con los brazos cruzados sobre el pecho. Me callé y me puse en marcha. – No puede controlarle.
Cruzamos la cubierta del barco hasta llegar a las grandes puertas, por excelencia, del capitán. Una vez dentro observé un escritorio ligeramente más modesto que el del Caronte, con las paredes forradas en estanterías repletas de libros.
- Por aquí. – dijo Seth abriendo una puerta en un lateral. Esperó a que entrara. – Hay ropa en la cama – dijo dejando que su aliento acariciara mi mejilla. – Cámbiate y sal.
Iba a decirle que no quería hacerlo o que prefería volver al sitio que conocía, pero cerró la puerta y se largó, dejándome en aquella habitación, que a juzgar por el aroma, debía ser la suya.
Me acerqué a la cama donde unos pantalones de mezclilla claros y una blusa blanca de manga larga esperaban por mí. Quité mi ropa, dejándola en un sillón y me cambié. Até las botas con fuerza antes de sentirme algo mareada.
Entonces empecé a toser de nuevo y me llevé la camisa robada a la boca para no dejar rastro en ningún otro sitio de su impecable dormitorio.
Me levanté de la cama doble, y pasando las manos por mi pelo para esconder los colgantes, salí afuera.Seth estaba sentado en la silla tras la mesa. Tide seguía de pie jugando con algo que parecía un globo con dibujos y Aín estaba sentada en un sillón oscuro en un rincón. Discutían sobre algo, pero los tres se callaron al verme entrar. Los ojos de Seth repasaron mi cuerpo de arriba abajo.
- Parece que has encontrado tu talla de pantalón, al fin. – dijo Aín risueña.
- Siéntate. – dijo Tide señalando una silla que quedaba cerca del sillón de la cabeza-rapada.
Me moví lentamente hasta llegar al sitio que se me había indicado, sintiéndome incomoda bajo el escrutinio del chico.
- ¿Cuál es tu plan? – dijo Aín de nuevo.
- No tengo un plan. – contesté alzando una ceja en su dirección.
- Tenías uno anoche. – se encogió de hombros. – Uno que me gustaba.
- ¿Qué plan tenías? – dijo ahora Seth antes de aclarar su garganta.
- Tirar el imperio. – le contestó ella con brillo en los ojos.
- Creí que solo querrías escapar. – añadió Tide.
- Las cosas no siempre acaban siendo lo que uno tenía planeado. – murmuré esperando que todos se dieran por aludidos.
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La Hermandad del Hombre Muerto
FantasíaThaia despierta a bordo de un barco con rumbo desconocido, encontrando en él una maldición y hermosas criaturas. Pero el verdadero peligro reside en su interior y en el revoloteo de su pecho al conocerle a él. ---------- Existe una leyenda, una mald...