Capítulo diecisiete

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Los primeros reflejos de luz grisácea clareaban en el cielo cuando, para mi sorpresa, el Herrero enjuto abrió la puerta de un puntapié.

Sin decir una palabra llegó a mí, ató mis muñecas y desató mis tobillos de un tirón. Cuando me puse de pie rodé los hombros y lujosamente, el dolor había desaparecido por completo. Sin darme tiempo para reflexionar me arrastró hasta una cubierta anormalmente llena de hombres.

Todo el mundo estaba callado y parecía tenso. Todas las cubiertas igual de llenas que la nuestra. Lo que fuera que hubiera pasado la noche anterior, debía ser importante.

- Queridos Hermanos. – bramó el capitán de otro barco a mi derecha, mientras yo llegaba y era atada en la cubierta de popa al lado de Catha y detrás de El Barquero, Tide y Côi.

Ninguno de los cuatro me miró.

- Esta noche, ha pasado algo aterrador. – siguió. Miré a mi compañera, que tenía los ojos clavados en el locutor, parecía totalmente absorta en las palabras futuras de aquel hombre. – Alguien entró en el camarote del capitán del Calypso, y lo asesinó a sangre fría.

Miré hacia la voz que hablaba. Delante de nosotros ligeramente a la derecha, un hombre tan grande como el jefe del Caronte, se reclinaba sobre el mar, cogido a un cabo y subido a la baranda de su barco, con el cuerno blanco en su mano libre.

- Las marcas en su piel eran de arañazos. – prosiguió. – Así que creemos que el asesino es o bien una mujer, o bien una criatura mitológica del mar de Mérmat.

Todo el mundo cabizbajo asintió con furia, y yo no podía creerme la injusticia que acababa de escuchar. ¿Sólo las mujeres y las criaturas mitológicas tienen uñas para arañar? Y como que los segundos no existen, estaba claro quién iba a ser el culpable.

- Cinco días de duelo antes de seguir con el jolgorio del círculo son lo justo para honrar al capitán de la octava guerrilla, y para tener tiempo de nombrar al nuevo. Y la única mujer del navío, será interrogada. Os recomiendo que mantengáis bien vigiladas a vuestras esclavas para que no tomen este asesinato como un acto de rebeldía. – les dijo a los hombres. Todos gritaron blasfemias.

Eché un vistazo a todas las cubiertas de popa, dónde todas las chicas estaban atadas luciendo aturdidas, temerosas y totalmente indefensas. Todo aquello era una injusticia. No sabía si realmente aquella chica, con sus ojos desorbitados, había cometido un asesinato. Pero, por otro lado, aun y con todo lo cruel que podía ser que yo pensara aquello, tal vez, no era tan sorprendente que ella hubiera matado a su jefe. Al fin y al cabo, yo me sentía fatalmente atraída por aquel sentimiento cada vez que El Barquero respiraba en mi misma habitación.

Los hermanos del Águila procedieron a escamparse, cada uno con sus tareas. El Barquero desapareció seguido de Côi y para mi sorpresa Tide; y entonces Catha miró sus manos y con sus cinco únicos dedos contó. Esperé con paciencias hasta que murmuró:

- Mil ochocientos treinta y nueve.

- Hola. – Contesté sintiéndome anormalmente tranquila ante todo lo que estaba pasando.- ¿Sabes algo?

- No. – dijo ella encogiendo los hombros. – Supongo que esto nos da cinco días más de vida.

- Eso parece. – murmuré sin ganas mirando el barco de Dione, dónde el pájaro que daba nombre a todos aquellos locos, se posaba mirando en mi dirección. Hoy no había venido a visitarme.

- Quedamos seis. – dijo Catha llamando mi atención. – Ayer murieron cuatro chicas más. – La miré con el ceño fruncido. – Dos por tiburones. – dijo. Y susurró al añadir: - Y las otras dos se las llevó una criatura al fondo del mar.

La Hermandad del Hombre MuertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora