Capítulo 1

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N/A: Ahora entra en juego la imaginación de Castle. El prologo es como un capítulo normal en la serie, y a partir de ahora es que Castle se está imaginando lo que podría haber pasado. Lo aclararé al final del todo, de todos modos.

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"Sentí el golpe en la cabeza. La vista se me nubló, las rodillas se me aflojaron, los brazos no reaccionaron cuando les ordené estirarse para parar el golpe. Me giré, rodando sobre mi espalda, soltando un gemido de dolor cuando noté un líquido caliente resbalar por mi sien. Entonces, delante de mi emborronada visión, apareció el cañón de una pistola, apuntándome directamente a la cara.

- N-No, por favor. - Supliqué. Rogué. Recé.

Parpadeé, en un intento de aclarar mi visión, de despejar mi mente y de eliminar ese molesto zumbido instalado en mis oídos. Moví los ojos en círculo, abriendo y cerrando los párpados, intentando enfocar, deseando que mi mente me estuviera engañando. El cañón seguía apuntándome a la cara, y cuando vi que no se apartaba, cerré los ojos y esperé mi final. Pero este no llegaba.

Abrí un ojo, y miré a la pistola, directamente en frente de mis ojos. Y justo ahí, dispararon."

- ¡NO! - grité, incorporándome de golpe.

Salté de la cama, mirando a mí alrededor, no sintiéndome seguro hasta que noté la fría pared contra mi espalda. Un violento escalofrío recorrió mi cuerpo al sentir el contraste de calor que desprendía yo contra el frío de la madrugada, que entraba por una ventana ligeramente abierta. Lentamente, me separé la camiseta de la piel, pegada por el sudor de la pesadilla, y me aparté un mechón rebelde de los ojos. Con la espalda aun contra la pared, caminé hacia la ventana, y la cerré de golpe, soltando un suspiro de alivio.

El hombro me dolía, como señal de que las pesadillas habían vuelto. Llevé una mano a la zona, pasando los dedos ligeramente por encima de la cicatriz. Sacudí la cabeza y otra vez el mechón cayó sobre mis ojos. Lo aparté con un movimiento de cabeza mientras movía en círculos el hombro, buscando desagarrotarlo. Con un suspiro, miré el reloj de mi mesilla, y vi que faltaba poco para que sonara, por lo menos no me había despertado en medio de la noche. Empecé a moverme, ocupando mi mente con tareas y cosas que hacer, intentando borrar las imágenes de la pesadilla, queriendo volver a encerrar los recuerdos en su caja de pandora personalizada.

Miré el iPhone y vi que tenía tres mensajes, uno de mi editora, Paula, presionándome para que escribiera cinco capítulos más, y otro que era de mi madre. Puse los ojos en blanco y le contesté con un escueto: "Mándame la cuenta, madre. Yo te ingreso el dinero". Ya estaba otra vez en números rojos... La sombra de una sonrisa apareció en las comisuras de mis labios, pero se quedó en eso, una sombra. Pasé una mano por la cadena que colgaba de mi cuello, acariciando por unos segundos la chapa que llevaba un nombre grabado. Cerré los ojos, permitiéndome un segundo de dolor, antes de abrirlos y cerrar cualquier herida que pudiera haber quedado abierta tras la pesadilla. Tenía un juicio esa mañana, e iba a ser divertido. Leí rápidamente el otro mensaje y respondí, tecleando con pericia sobre la pantalla táctil: "Esta noche cerramos el trato y efectúo el trabajo lo antes posible." Asentí, complacido. Quería librarme de ese lio lo antes posible y buscar uno menos... ¿Cómo definirlo? ¿Cercano? Sí, podía ser.

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De espaldas a la puerta, me concentré totalmente en el café que me estaba preparando en la salita del juzgado. Tenían una buena máquina, aunque no tan profesional como la mía, claramente. Aun así, podía hacerme un buen chute de cafeína con ella, y era lo que necesitaba para terminar de deshacerme de los restos del sueño. Oí una maldición femenina tras de mí, y me giré, sonriente. Oh, sí, iba ser divertido...

- Detective Beckett, no esperaba verla por aquí - dije, dándole un sorbo a mi café. Ella se quedó parada en la puerta, indecisa. Se la veía con ganas de un café pero no quería acercarse a mí. - Oh, perdona mis modales. ¿Quieres pasar y te preparo un café? - bromeé.

Ella sonrió fríamente, haciéndome ver que no le hacía ninguna gracia. Dio dos pasos dentro de la habitación, y se paró a una distancia prudente. Me giré, todavía sonriendo.

- Grande, con leche... - empezó a indicarme. No hacía falta...

- Con leche semidesnatada y dos terrones de vainilla - dije, girándome ligeramente para dedicarle un guiño y disfrutar de su cara de sorpresa. - Soy observador - comenté mientras me encogía de hombros.

Le entregué su café, rozando nuestros dedos ligeramente al intercambiar la taza. Ella sonrió, pero creo que era para el café y no para mí.

- ¿Cómo es que estás aquí, detective? - pregunté.

- Resulta, Sr. Castle...

- Llámame Rick. - pedí.

- Como le iba diciendo, Sr. Castle - dijo, remarcando el "señor" con una sonrisita de autosuficiencia. Sonreí también. Me gustaba esa mujer... - Llevo detrás de usted un tiempo ya, no me iba a perder un juicio suyo.

- Me acusan de chorradas. Soy escritor, ¡por dios bendito! - sobreactué, tal y como mi madre me había enseñado. Beckett reprimió una sonrisa.

- Y un ladrón redomado. Dicen que sabe desaparecer así como así - dijo, chasqueando los dedos. Hice un gesto con la mano, desechando esa posibilidad.

- Falacias...

- No me va a despistar con su vocabulario de escritor - me señaló con un dedo mientras se acercaba a mí. Instintivamente, di un paso atrás, clavándome los mangos de la máquina de café en la espalda. - Le tengo bien pillado, Sr. Castle...

Echó a andar a paso rápido y me quedé admirando el movimiento de sus caderas mientras se alejaba camino de la sala donde se celebraría mi juicio. Sacudí la cabeza, despertando del ensueño, y salí tras ella. La alcancé junto a la puerta, y le corté el paso, apoyando una mano al lado de su cabeza.

- Sabes que no tienes pruebas suficientes - susurré. Estábamos lo suficientemente cerca como para que no hubiera necesidad de hablar más alto. Abrió la boca para replicar, pero coloqué un dedo sobre sus labios - No me trates de usted, por favor.

- Está bien. Quizá caigas por tu propio peso, Rick - dijo, arrastrando el sonido de la "R" en un ronroneo sensual que hizo que se me secase la boca inmediatamente y perdiera la capacidad del habla. Ella me guiñó un ojo antes de sentarse al lado de sus colegas, una pareja de detectives muy peculiares.

Me sobresalté cuando una mano me tocó el hombro, más concretamente, el hombro, sacándome de golpe de mi fantasía sexual. Me giré para encontrarme con la afable pero nada atractiva cara de mi abogado, Montgomery.

- ¿Estás listo, Rick? Vamos a machacarles, tú no hables a menos que yo te lo diga, ¿de acuerdo?

Asentí, tragando saliva, y entramos brazo con brazo hasta los bancos de los acusados. La jueza Gates, según la placa situada delante de ella, se levantó, agitando en la mano en martillito. Sentí unas ganas locas de quitárselo y dar yo el golpe, pero me contuve y me senté como buen ciudadano que era.

- Damos comienzo al juicio por robo de 3 obras de arte valoradas en 6 millones de euros...

- Cada una - mascullé para mí mismo.

- Que se ponga en pie el acusado - continuó la jueza, sin haberme oído. Me levanté y oí un carraspeo tras mí. Me giré disimuladamente y vi los labios de la detective Beckett moverse silenciosamente.

"Suerte, Rick" decían. Tragué saliva y busqué concentrarme en el caso y no en mis fantasías con aquella detective tan impresionante.


In Dubio Pro ReoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora