Capítulo 19

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Yo no tendría que haber escuchado eso. Era una conversación privada. No era de mi incumbencia. Aunque yo fuera el sujeto de ella, no estaba bien...

Había metido las narices donde no me llamaban y claro, ahora dolía. Joder si dolía. Este era uno de esos momentos en los que te encuentras en el lugar equivocado en el momento equivocado, en mi caso era frente a la puerta de Beckett mientras ella mantenía una conversación telefónica sobre mí, en la que decía que no se fiaba de mí por mi historia de ladrón y que ya era bastante tener que trabajar conmigo.

Así que toda la complicidad de la noche anterior en el pub, esa amistad que yo pensaba que se estaba convirtiendo en algo más, ¿era todo fingido? ¿Ella estaba haciéndome creer que confiaba en mí? En estos instantes tenía más que un corazón roto. Tenía el orgullo y la confianza hechos pedazos. Y todo por una mujer... Sacudí la cabeza y me apresuré a salir de la casa silenciosamente, no quería que Beckett me oyera y viniera a sonreírme y hablarme como si nada hubiera pasado. Pero claro, es que nada había pasado porque yo no debería haberla escuchado.

Haciendo sonar las llaves, abrí el garaje del apartamento y quité la sábana de mi medio de transporte, el cual no había usado la noche anterior porque sabía que íbamos a beber. El negro de la pintura brilló con intensidad cuando recibió la luz del sol, y yo sonreí. Mi última estancia en Barbados me la había pasado, en su mayoría, arreglando aquella preciosidad que había descubierto muerta de asco en un desguace de la isla. Juguetear con las tuercas me había ayudado a mantener la mente ocupada y no pensar en lo que me había llevado a acabar en la isla.

Arranqué el motor, disfrutando de su sexy ronroneo, solamente había un ruido mejor, el de Beckett cuando pronunciaba "Rick", ese ronroneo tan sensual que me derretía. "Y del que tienes que olvidarte" pensé, apartando a la detective de mi cabeza, y dejando que el aire en la cara me ayudara a olvidarla. En menos de 15 minutos me presenté en la casa del alcalde, aquella pequeña mansión, no muy lujosa ni llamativa. Puse una sonrisa en mis labios y fui silbando una canción, yendo por la parte de atrás para entrar por la puerta que ellos siempre dejaban abierta para el servicio y para mí, así no tenían que estar abriéndome todo el rato.

En cuanto el aire dejó de golpearme, los recuerdos regresaron, como si simplemente fueran una cometa a la que el viento golpea y eleva, desvaneciéndose en la distancia, pero en cuanto el aire cesa, vuelve a ti como un boomerang. Un gran suspiro se escapó de mis labios casi al mismo tiempo que unas fuertes manos cayeron suavemente en mis hombros, sobresaltándome.

- Buenos días – saludó Rob con los decibelios demasiado altos. Encogí la cabeza, y se me escapó una mueca de dolor. – Reconozco esa cara...

- Ssshh, todo me resuena en la cabeza – dije, en voz baja. El alcalde asintió, confirmando lo que ya sospechaba.

- ¿Una aspirina?

- Sí, por favor – supliqué. Se me había olvidado la mía en la encimera de la cocina. ¿O quizá en el lavabo? No lo sabía, tenía la cabeza en otro lugar.

Rob se dirigió a su gran cocina, yo siguiéndole los pasos en un camino ya conocido. La verdad es que esa casa era como mía, después de tantos días en ella. El alcalde fue hablando todo el rato, soltando no sé qué perorata porque yo no le estaba escuchando. Ni si quiera me di cuenta de que se había quedado callado y me estaba observando atentamente.

- ¿Qué te pasa? – me preguntó. Levanté la mirada por encima del borde del vaso, encontrándome con sus ojos marrones, inquisitivos y preocupados.

- Escuché algo que no debería haber escuchado.

- ¿Una amenaza? – apoyó los codos en la barra americana, frente a mí. Como la conversación iba para largo, me senté en un taburete.

- No, no. Una conversación telefónica de la detective Beckett. Estaba hablando de mí, supongo que con su mejor amiga.

- ¿Desagradable para ti? – preguntó Rob, conteniendo una sonrisa burlona. Pero yo no sonreí, no con eso.

- Pues sí – dije, suspirando.

Procedí a relatarle nuestra noche de juerga y lo que había escuchado decirle Beckett a Lanie. Rob escuchaba todo, con cara de preocupación, pero a medida que llegaba al final de la historia el alivio se iba haciendo más notable en su rostro, deshaciendo las arrugas que se le habían formado.

- Esto está más claro que el agua, amigo.

- Pues yo lo veo negro – comenté, sacudiendo la cabeza, con desgana.

- Mira, si de verdad sientes algo por esa mujer, es hora de dejar las cosas atrás, superarlo. Quizá incluso deberías probar a contarle lo que te pasó. Si se enterara por otras fuentes le molestaría... - me aconsejó Rob.

- ¿Pero cómo le voy a confiar semejante secreto si no se fía de mí? Tú sabes que...

- Lo sé, lo sé – el alcalde alzó las manos, parándome. – Sin embargo, hacía mucho tiempo que tus ojos no brillaban de esa manera.

- Da igual, me rindo. Mantendré esta relación estrictamente profesional.

- No te rindas tan rápidamente – Rob me miró fijamente – Sientes algo por ella, así que lucha. Pelea. Arriésgate.

Transcurrieron varios minutos en silencio, en los que los engranajes de mi cabeza giraron lentamente, considerando todos los factores.

- Puede que dijera eso para que su amiga no la presionara... - comenté, recuperando la esperanza.

- ¡Exacto! Esa detective es especial, lo presiento. Y sé que tú también lo sabes – me señaló con un dedo mientras yo asentía, dudoso.

- Está bien, pelearé un poco más.

- Considera lo de contárselo.

- Lo pensaré – dije, frunciendo el ceño. – Dejemos a un lado, de momento, lo de estrictamente profesional.

- Sí... Sobre eso... - Rob pareció dudar, pero finalmente se decidió a soltarlo - ¿Has leído el periódico?

- ¿Qué? Lo siento, no me lo esperaba... - aun en estado de shock negué con la cabeza, dejándole saber que no lo había leído. - ¿Por?

- Nada, nada... - contestó, demasiado rápido y con una urgencia camuflada en su voz. La sospecha se hizo notable en mí, y me levanté, cogiendo el periódico antes de que él pudiera detenerme.

Lo abrí, curioso, y fui mirando hasta llegar a una página, en la sección de cotilleos. Mis puños se apretaron en un gesto de rabia, y aparté la mirada de aquella foto.

- Maldito paparazzi de mierda – mascullé, con los dientes apretados. - ¿¡No me va a dejar en paz nunca?!

Rob apoyó una mano en mi hombro, tranquilizándome.

- Por lo menos a la detective no se le ve la cara.

- Ya, pero... ¡Dios! – exclamé, con frustración. No me salían las palabras...

Seguí observando, entre incrédulo y enfadado, la foto que ocupaba gran parte de la página, en la que se me veía a mi inclinado susurrándole algo en el oído a una mujer. Yo estaba sonriente, mis manos en sus caderas, acercándola a mi cuerpo. Y en letras grandes y en negrita se podía leer claramente: "¿Nuevo comienzo amoroso para el escritor después de su gran tragedia familiar?". Y un poquito más abajo ponía el nombre del que había escrito el artículo: Josh Davidson.

Arrugué la hoja y la dejé hecha una bola dentro de mi puño, apretándola con rabia.


In Dubio Pro ReoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora