Abrí la puerta del apartamento con un poco de dificultad, ya que las casas estaban en la costa y no había farolas que alumbraran esa zona. Eran las 12 de la noche, pero yo estaba en camiseta corta todavía, y se estaba genial en la calle. Miré al despejado cielo, disfrutando por un momento de la luna llena y del brillo de las estrellas, sin contaminación, ni coches, ni vecinos molestos. Solo silencio, las olas en el mar y los grillos cantando a esa preciosa noche. Había estado lo que quedaba de la tarde caminando por la playa, reflexionando sobre lo que había dicho, dándole vueltas a la idea de que quizá me había pasado con Beckett. Era lógico que no confiara en mí, si me negaba a hablarle de hechos tan determinantes en mi vida como ese. Pero... recordarlo dolía. Mirarme cada mañana en el espejo y ver la cicatriz, la placa colgando de mi cuello... Era una forma de asegurarme que esa herida no se cerrara. ¿Pero y si era la hora de que cerrase? Sacudí la cabeza, harto de tantos quebraderos. ¿Por qué todas estas dudas ahora? ¿Qué había cambiado?
Sin respuesta para tantas preguntas, empujé la puerta y entré en el recibidor de la casa que usaba siempre que me invitaban. El apartamento 47.
No encendí las luces ya que conocía la distribución de los muebles. Pero algo había cambiado. Al entrar en el salón, tropecé con un bulto tirado en el suelo, llevándome una mesita de decoración por delante y el jarrón que había encima. Caímos en amor y compañía al suelo, armando un gran estrépito.
- Maldita sea... - mascullé, dándome cuenta de que me había cortado con los trozos de jarrón. Me miré el antebrazo, viendo la sangre caer, y me recordó demasiado a otro momento de mi vida, así que aparté la vista rápidamente, buscando algo con lo que limpiar la herida.
"El botiquín del baño de arriba" recordé. Subí por las escaleras, con más cuidado no fuera a ser que hubiera más bultos en el suelo. Me di cuenta de que no había mirado con qué había tropezado, pero lo más lógico era que fueran mis maletas, las que había dejado abandonadas de cualquier manera en la barca. Pensé otra vez en cómo le había saltado a Beckett, y me dije que lo primero que haría mañana sería disculparme con ella.
La oscuridad del pasillo me desconcertó bastante, pero no quería encender la luz para no verme colapsado por los recuerdos. Tanteé las paredes en busca de una puerta, y al encontrar una, la abrí con decisión, rezando para que fuera el baño ya. Entré trastabillando con la alfombra, que tenía un bulto en la esquina, perfecto para que mi pie se enganchara con él. Con un suspiro, miré en dónde estaba, dándome un gran susto cuando vi una sombra ahí parada, taladrándome con la mirada. Ey, yo reconocía esa figura...
- ¿Qué haces en mi habitación? – pregunté.
- Perdona, esta es mi habitación – replicó ella, dejando algo en el bolso.
- No... No. Se supone que ni siquiera teníamos que estar en la misma casa.
- Pues explícame, entonces, qué haces aquí – la detective puso los brazos en jarra, esperando una respuesta.
Me quedé en silencio, pensando. Di un paso adelante un poco inseguro, notando un cálido reguero de sangre recorrerme el brazo.
- ¿Estás borracho? – preguntó.
- ¿Yo? ¡Qué va!
Beckett se acercó mucho a mí, supongo que para ver si olía a alcohol. Negó con la cabeza, desconcertada. Nuestras miradas se encontraron, y en esa cercanía, casi podía apreciar todas las motas avellanas que manchaban el verde de sus ojos. Respiré hondo ante su proximidad, pero eso solo hizo que el aroma a cerezas llenara mis pulmones. Algo cambió en su mirada, y se alejó un poco bruscamente. En dos zancadas, ya estaba al lado de la puerta, y encendió la luz, cegándome con el resplandor. Ambos parpadeamos varias veces, adaptando poco a poco nuestros ojos.
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In Dubio Pro Reo
Mystère / ThrillerAU. Richard Castle lleva una doble vida secreta desencadenada por un suceso del pasado. Kate Beckett es una detective de robos que está segura de conocer esta doble vida pero no consigue pruebas suficientes. ¿Qué pasará si se ven obligados a trabaja...