En cuanto oí la puerta de la calle cerrarse, bajé corriendo al salón, y apoyando una mano en el respaldo del sillón, salté por encima para caer sentado. Mientras estaba pasando la fregona en la buhardilla, pensado como librarme de volver a aquel incómodo sillón, se me había encendido la bombilla que tenía en la mente. Le cogí el portátil a Beckett, que lo tenía encendido todavía, e hice una rápida búsqueda por internet.
Media hora después sonó el timbre del apartamento, y acudí raudo a abrir la puerta. Una joven morena y sonriente, que se presentó como Mitzie, pasó al interior cargando con una bolsa blanca de deporte y una maleta. La conduje a la habitación y me quedé observando cómo desplegaba la maleta y tendía una toalla encima. Me indicó con un gesto tranquilo que me acercara, y sentí sus manos en mi camiseta, despojándome de ella.
- Quítese la ropa y envuélvase en esa toalla – ordenó.
Yo asentí y me dispuse a obedecerla. Dejé mis pantalones doblados en la cama y me puse la toalla mientras ella, de espaldas, encendía las velas y el incienso. Mitzie colocó los botes de aceites en fila encima del aparador, y me dijo que me tumbara.
Y entonces morí y fui al paraíso. Sus suaves pero fuertes manos recorrieron mi espalda, cuello, brazos, piernas... Cada centímetro de mi cuerpo que se podía tocar.
Mordí con fuerza la almohada, enterrando la cabeza en ella para ahogar un gemido. Noté sus manos bajarme por la espalda, presionando, acariciando, masajeando, arañando; haciéndome pasar del placer al dolor en cuestión de segundos.
- Mmmm... - mascullé, sin levantar la cabeza.
- ¿Cómo? – me preguntó ella, con su delicado acento barbadense.
- Ahí, en ese punto. – pedí.
La chica obedeció, diligente, y se inclinó sobre mi cuerpo. Pude notar su ropa rozar mi piel desnuda, el borde de su larga coleta acariciar mi espalda, y busqué toda mi fuerza interior para controlarme, pero la música suave y la mezcla del incienso con los aceites componían un ambiente muy sensual. Un gemido gutural murió ahogado en mi garganta, y oí su suave risa.
Todo era paz y tranquilidad, calma absoluta, hasta que... La puerta de la habitación se abrió de golpe, con tanta fuerza que el manillar chocó contra la pared. Mitzie pegó un bote similar al mío, que tuve que agarrarme la toalla de la cintura para no perderla.
- ¿¡Cómo demonios se te ocurre traerte a una chica a mi habitación?! – vociferó Beckett, solo faltaba que le saliera espuma de la boca como en los dibujos animados. - ¿¡Es que eres...?!
La rabia pasó a segundo plano cuando la detective se fijó mejor en lo que estaba pasando. Tragó saliva con fuerza y un ligero rubor apareció en sus mejillas.
- Señorita, solo soy una masajista – intervino Mitzie, con resignación. Algo me hizo pensar que no era la primera vez que se veía envuelta en un lío así.
- Dios... - masculló Beckett, llevándose ambas manos a la cara.
Yo me levanté, alcancé la cartera del pantalón y le di un billete de 50 a la masajista, a pesar de que no había terminado el masaje. Le indiqué se lo quedara todo, y ella, agradecida, se metió el billete en el escote y recogió rápidamente. Se despidió cordialmente antes de salir de la habitación y a los 3 minutos se oyó la puerta de la calle cerrarse. Sonreí, mirando a la detective, que aún estaba parada en el mismo sitio, muriéndose de la vergüenza.
- Ejem – carraspeé, esperando mi merecida disculpa.
- No me voy a disculpar contigo, en todo caso con ella.
- ¡Ey! ¿Por qué? Yo también me siento ofendido. ¿Me ves capaz de contratar a una prostituta y traerla aquí? – Me llevé una mano al pecho, fingiendo dolor – Ni que necesitara a una para tener sexo... - mascullé, en voz más baja.
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In Dubio Pro Reo
Mystery / ThrillerAU. Richard Castle lleva una doble vida secreta desencadenada por un suceso del pasado. Kate Beckett es una detective de robos que está segura de conocer esta doble vida pero no consigue pruebas suficientes. ¿Qué pasará si se ven obligados a trabaja...