Capítulo 25

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- Que sepas que, aunque esté riquísima, esto no vale – dije, hablando con la boca llena de masa de pizza. Se me escapó un gemido y seguí masticando.

- ¿Por qué no? – Beckett estiró su brazo, comiendo el queso fundido que todavía no se había separado de la masa. Fue comiéndolo hasta que llegó al trozo de pizza y lo rompió.

- Se trata de cocinar, de ver las artes culinarias de cada uno.

- Yo no tengo de eso.

- Pues aprendes.

- Vale. ¿Te gusta la pizza que he hecho con todo mi cariño? – repuso ella, mirándole mientras sonreía burlonamente. Solté una carcajada y le di un sorbo a la cerveza.

- Está riquísima. Ñumi, Ñumi.

- Hala, todo solucionado. Ahora calla y pásame una cerveza, por favor.

- Esto es esclavismo – protesté mientras estiraba el brazo y cogía un botellín. Le quité la chapa y se la di. - ¿Algo más?

- Ssshh, que no oigo.

- De nada – repuse con ironía, en voz baja.

- Gracias, Castle, por ser tan amable – dijo ella con resignación.

- ¿Tanto costaba? – contesté, mirándola.

Ella puso los ojos en blanco y se concentró en la película. Yo volví mi atención a la tele, pero tenerla ahí al lado, a la distancia de un brazo estirado, no era lo mejor cuando estaba deseando tocarla. Como si me hubiera leído el pensamiento y estuviera dispuesta a hacérmelo pasar mal, ella se revolvió en su sitio, recogiéndose el pelo y echándoselo hacia un lado. La luz que se filtraba de la calle iluminó la piel al descubierto de su cuello, tan cercano, tan dulce, tan tentador... Katherine Beckett era una droga. Una vez la probabas, desengancharte de ella o resistirte a sus encantos requería de cada miligramo de voluntad que tuvieras en el cuerpo.

Yo la había probado el club. Sudorosa, sensual, ardiente y tentadora droga. Quizá había elegido el peor momento para probarla, porque una vez que está así, al tomarla de cualquier otra forma estaría insulsa.

Cerré la mano que tenía libre alrededor de la cerveza, rezando para no apretar demasiado y romperla. Mastiqué silenciosamente mi último trozo de pizza mientras escuchaba como los de Oceans Eleven planeaban el ataque al casino.

Cuando Brad Pitt apareció en acción junto a George Clooney, sentí como Beckett se removía a mi lado, dibujando una sonrisa tonta en su cara.

- Oh, ya pillo por qué querías ver esta película...

- ¿Qué? ¡No! Es porque me gusta – se defendió la detective. Estaba demasiado oscuro para decirlo pero juraría que estaba sonrojada.

- Claro, claro – dije, callándome otra vez.

Pasó otro rato en el que mi fuerza de voluntad se puso a prueba, y entonces salió en pantalla Julia Roberts. Y mi interés en la película aumentó. Me incliné ligeramente hacia delante y recibí un codazo en las costillas.

- ¡Auch! – me quejé, acariciándome la zona.

- Mira quién es ahora el interesado.

- No lo niego, detective. Julia Roberts es Julia Roberts...

- Viva la lógica aplastante – dijo, metiéndose conmigo.

- Gracias, gracias – hice una burlona reverencia.

– Pero claro, la has visto y ya no sabes ni cómo te llamas. – continuó Beckett, haciendo caso omiso de mi broma.

- Nah – hice un gesto con la mano – Eso no me pasa con ella, me pasa con... - me callé de golpe antes de decir algo de lo que me arrepintiera.

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⏰ Última actualización: Jun 14, 2016 ⏰

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