Capítulo 9

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La cafetera comenzó a silbar escandalosamente en la cocina, así que dejé la partida de Angry Birds en pausa y salí corriendo a retirarla del fuego. Con cuidado, eché el caliente líquido en dos tazas, y a continuación vertí la leche, colocando la espuma. Alargué el brazo, y así aprovechando para estirarme yo, cogí de un armario el bote de vainilla que le pedí al alcalde. Eché varias cucharadas en una de las tazas y me soplé en el mío en espera a que bajara Beckett.

Di un sorbo solo para apartar los labios rápidamente de la taza. ¡Me había achicharrado la boca! Dejé el café de manera brusca encima de la encimera y dando saltitos, metí y saqué aire de la boca para enfriarla. Justo ese momento escogió Beckett para bajar a desayunar. Se quedó apoyada en el marco de la puerta, mirándome con una sonrisa deslumbrante en la boca, los brazos cruzados en actitud socarrona.

- ¿Llamo a los bomberos? – preguntó, riéndose.

- Ja, ja, ja – dije con ironía. Le di la espalda, enfadado porque se hubiera burlado de mí.

- Venga, pareces un niño pequeño, estaba de broma.

- Mmmm... - gruñí.

Beckett me tocó el hombro e iba a decir algo cuando la puerta de la calle se abrió de golpe y entró una mujer mayor, muy morena de piel, y con el pelo recogido en una larga trenza de espiga. Chasqué la lengua ya que nos había interrumpido en un momento importante.

- Buenos días, señor Castle – saludó la mujer alegremente.

- Buenos días, Dolly – respondí, colocando una sonrisa en mi boca.

La mujer entró en el apartamento como si de su propia casa se tratara, tirando tras de sí de una carrito de limpieza cargado de sábanas nuevas, escoba y fregona. Silbando una melodía que no reconocí, Dolly comenzó a moverse por el salón con el plumero en una mano. Beckett la escrutó con la mirada mientras daba pequeños sorbos a su café, siendo más inteligente que yo, que había bebido sin precaución ninguna.

Suspiré, notando la lengua adormilada todavía por el líquido excesivamente caliente, y me senté en la mesa de la cocina para comerme mi tostada mientras miraba cómo Dolly parecía bailar en vez de caminar por la habitación. Me arrancó una sonrisa, como siempre lograba aquella peculiar mujer.

- ¿Así que es la mujer de la limpieza? – preguntó Beckett, teniendo el descaro de quitarme una de las tostadas que me había preparado. Entrecerré los ojos, mirándola, pero luego sonreí y le acerqué el plato.

- No le gusta ese término. Ella siempre dice que ayuda al alcalde a limpiar sus casas – me encogí de hombros.

- Aaah. Está bien saberlo, no me gustaría ofenderla.

- Usted tanquila, señorita. No me ofendería nunca una mujer tan bella e inteligente – dijo Dolly con su acento de Barbados, entrando en la cocina.

Beckett sonrió, azorada.

- No te lo creas, Dolly tiene propensión a los cumplidos – bromeé, ganándome un golpe con el trapo por parte de la mujer.

- No le escuche. Todo lo que digo es verdad – se defendió Dolly.

Terminé de desayunar, y tras darle un beso en la mejilla a la limpiadora, que se convirtió en una segunda madre en unos tiempos difíciles de mi vida, subí a lavarme los dientes mientras Beckett y Dolly quedaban conversando.

Cogí una toalla, las gafas de sol y un libro. Calzándome las chanclas, bajé otra vez y me dirigí a la playa escuchando música. Mi plan para ese día era tostarme bajo el sol y bañarme en el agua hasta que recibiera noticias de Rob.

In Dubio Pro ReoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora