Prólogo

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- Chicos, ¿podríais no bromear con esto? - pidió Castle, serio y en voz baja.

Esposito y Ryan se giraron para mirarle con el ceño fruncido, intentando averiguar si iba a gastar él mismo una broma o lo decía en serio. Castle sostuvo sus miradas, y, cuando estuvieron convencidos de que no estaba de coña, asintieron, recogieron sus chaquetas y se despidieron del escritor y Beckett con un soso "Buenas noches". No tardaron mucho en ponerse en comentar en voz baja, camino al ascensor, probablemente preguntándose a qué venía eso.

Castle suspiró, cerrando un momento los ojos, y los volvió a abrir al instante, sintiéndose observado. Se encontró con una inquisitiva mirada verde avellana que también se estaba preguntando qué le pasaba. El escritor levantó la comisura de un labio en un amago de sonrisa, pero que al final quedó como una mueca. Castle siguió con la vista clavada en las fotos de los crímenes: las casas revueltas, los cojines rotos, los muebles desvalijados, la caja fuerte abierta de par en par y manchada de sangre... Aunque dolía mirarlas, era su manera de escapar de lo que se avecinaba, su manera de seguir teniendo esos recuerdos bien empolvados en su caja, al fondo de su mente. Al cabo de un rato, ya no lo soportó más y fue a sentarse en su silla, resignándose a lo inevitable. Beckett se mordió el labio inferior, y se giró para mirarle directamente.

- ¿Qué ocurre, Castle? – mientras hablaba, se echó hacia delante, apoyando los antebrazos en sus piernas, quedando cerca de él. Bastante cerca. Una oleada de olor a cerezas llegó hasta el escritor, haciendo que por un momento perdiera la capacidad del habla.

- Es que... Yo sé cómo se sintieron esas víctimas antes de que las mataran.

Beckett hizo el gesto de preguntar, pero cerró la boca en el último momento, traspasándole con la mirada. Castle se sintió más desnudo que en cualquier otro momento de su vida, y eso que llevaba varias capas de ropa.

- ¿A qué te refieres? – preguntó finalmente. El escritor cogió aire y se dispuso a volver a sacar todos aquellos recuerdos, desempolvarlos, abrir la caja donde estaban enterrados.

- Poco después de que naciera Alexis, Meredith se fue de gira a... - frunció el ceño, intentando recordar - ya ni recuerdo a donde se fue... – sacudió la cabeza, con tristeza. Castle sintió la mano de Beckett en su rodilla, dubitativa. – El caso es que una noche de esa larga semana, yo llevaba sin dormir varios días, intentando compaginar el escribir un libro con cuidar de un bebé que necesitaba a su madre más que a mí. Aquella noche oí ruidos en la parte de abajo, pero mi cansada mente me jugó una mala pasada y pensé que sería Meredith. Por aquel entonces, mi despacho y habitación se encontraban arriba, y al cabo de un rato bajé porque seguía oyendo ruidos y voces.

- ¿Qué pasó? ¿Te habían entrado a robar? – preguntó Beckett, tras una pausa especialmente prolongada. El escritor asintió, con un nudo en la garganta, reviviendo todo el miedo y el llanto de Alexis en el piso de arriba sin que él pudiera hacer nada para calmarla.

- Me dejaron en el suelo, inconsciente, solo me desperté horas después porque los gritos de Alexis callaron de golpe, y algo dentro de mí reaccionó ante otro ataque. Pero solo era Meredith, que me echó la bronca por dejar a la niña llorando y sola. ¿Te lo puedes creer? – miró a Beckett a los ojos, con el tormento reflejado en los de Castle. La detective deslizó su mano hasta coger la de él, entrelazando sus dedos – Ni si quiera se fijó en la herida de mi frente, ni que estaba en el suelo del salón inconsciente.

- ¿Ni cuando se lo explicaste? – Castle sacudió la cabeza, reprimiendo una sonrisa irónica.

- Se río de mí y me dijo que escribir me estaba haciendo delirar. Supuestamente cuando entran a robar es para llevarse algo que no es suyo – recitó el escritor, imitando a Meredith, haciendo que las comisuras de los labios de la detective se curvaran en una sonrisa. – Pero no se habían llevado nada, supongo que fue porque les pillé en pleno momento.

Beckett le dio un ligero apretón, que le hizo darse cuenta de que estaban completamente solos y rodilla contra rodilla, ambos inclinados hacia delante. Castle prosiguió con su relato:

- No hay día que no dé gracias a Dios porque no me mataron. No hay día que no me pregunte por qué no lo hicieron... Todavía recuerdo cuando bajé las escaleras y aparecieron detrás de mí, por sorpresa...


In Dubio Pro ReoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora