Capítulo 22

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Tras degustar un suculento arroz a la cubana (pero sin el plátano frito) preparado por mí, que hasta Beckett tuvo que admitir que estaba rico aunque me hubiera quedado el arroz un poco duro; la detective se tiró en el sillón con una revista de esas de chicas, en las que te ponen fotos criticando los vestuarios de los famosos y se basan en artículos de paparazzis; y yo decidí buscar la ya-no-tan-secreta buhardilla, más que nada porque si en todo este tiempo no había sabido de su existencia, era muy probable que me la encontrara llena de polvo y de visitantes repelentes de 8 patas.

Recorrí el pasillo mirando al techo, buscando una anilla o algo de lo que tirar. Iba tan concentrado mirando para arriba que no me fijé en que había llegado al final del pasillo y me choqué contra la pared. Por suerte, no fue con la cara sino con las manos. Me froté los doloridos nudillos mientras me reía entre dientes:

- Mira que eres tonto, Rick. – me dije en voz alta, sacudiendo la cabeza.

Bajé a la cocina a por una silla, y volví a subir silenciosamente. La anilla estaba allí, en el techo, pero el cordón que debería colgar de ella para que se pudiera abrir fácilmente, no estaba. Se habría roto con el tiempo... Tiré de la escalera para abajo, mirando cómo se extendían los escalones, llenos de polvo. Soplé para apartar los diminutos ácaros de mi cara, moviendo la nariz para rascármela de alguna manera mientras tenía las manos ocupadas empujando la silla para que las escaleras bajaran del todo. Noté como un estornudo se aproximaba, con su cosquilleo recorriéndome la nariz, y abrí la boca con anticipación, esperando.

- Cierra la boca que te entran moscas, Castle. – dijo una voz, sobresaltándome.

Abrí los ojos de golpe para encontrarme con la detective apoyada contra la pared, con los brazos cruzados y expresión divertida en la cara. Hice una mueca:

- Iba a estornudar y me has cortado. – protesté, secándome los llorosos ojos por el supuesto estornudo y el polvo.

Beckett se acercó a mí, sonriente:

- La próxima vez mira a la luz y terminas antes.

Luché por no reírme pero finalmente la carcajada se abrió paso a través de mis apretados labios y me incliné hacia delante, sacudiendo la cabeza, mi cuerpo sacudido por la risa.

- Dios, eres como un adolescente, sacándole el lado verde a todo. – se quejó ella, visiblemente molesta.

- Ay... - luché por coger aire, presionándome con dos dedos un punto del estómago que me dolía – Por dios, ¡es que lo has dejado a huevo!

La detective resopló, poniendo los ojos en blanco y sacudiendo la cabeza con decepción.

- Madura, Castle. – resopló, antes de darse la vuelta y entrar en su habitación.

He de decir que ese último comentario me dolió un poco, pero dije un "Touché" en voz baja y continué a mi bola, bajando la silla de vuelta a la cocina y armándome con paños húmedos, la fregona, el recogedor y la escoba para subir a esa buhardilla y adecentarla un poco para que sirviera, sino como habitación, por lo menos como gimnasio provisional o despacho.

Ascendí por las escaleras, temiendo que se partieran en cualquier momento bajo mi cuerpo por la humedad y los bichos, pero se portaron bien, solo asustándome con unos cuantos crujidos. Cuando toqué suelo firme no pude evitar sentir cierto alivio, que se desvaneció en cuanto vi el estado de aquel sitio. El polvo campaba a sus anchas por la buhardilla, posándose en los muebles restantes, y la ventanita que daba al tejado y por la que debería de entrar el sol a raudales, estaba manchada por la acumulación de cacas de gaviotas y otras cosas que era mejor no saber. Suspiré, cansándome solo de pensar en lo que me iba a costar limpiar todo aquello. Giré sobre mí mismo, con cuidado de no caerme por las escaleras, y vi la cama en una esquina.

In Dubio Pro ReoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora