N/A: Lamento la tardanza, ha sido un año universitario bastante alocado. Pero ¡ya estoy de vuelta! ¡Disfrutad!
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El timbre de la casa del alcalde resonó por todas las habitaciones, llegando con su eco hasta la cocina, donde nosotros aún seguíamos hablando y discutiendo ciertos asuntos. Di un pequeño saltito en el taburete, no esperaba visita. Rob se río largo rato de mí y seguía riéndose cuando fue a mirar quién era.
Abrí el puño en el que se había convertido mi mano y me fijé en que aún tenía ahí la bola de papel que ahora era el asqueroso reportaje sobre mí, mi pasado y mi posible futuro con la detective. Futuro arruinado en cuanto ella leyera el periódico, porque era inevitable que lo hiciera, aunque yo intentara lo imposible para que no pasara. Y entonces un huracán entró en la cocina, arrasando a su paso con la tranquilidad que había en la casa:
- ¡Tío Castle! – gritó un pequeñajo antes de tirarse a mis brazos, sin dejarme tiempo para prepararme ni nada.
- ¡Ey! – respondí, soltando todo el aire de golpe cuando su pequeño cuerpo impactó contra mi pecho. Se me escapó un quedo quejido y le cogí en brazos. – Oye, has crecido bastante...
- ¡Claro! Los danoninos funcionan, tío. Además, mira qué fuerte estoy – dijo el pequeño, haciendo fuerza con su brazo para intentar sacar algo de bíceps.
Solté una carcajada, y le bajé al suelo para después revolverle el pelo.
- Dentro de poco estarás como yo de alto, Jace.
El niño sonrió ampliamente, mostrando su desdentada sonrisa de mitad dientes de leche y la otra mitad no. Tras darle un beso a su padre, aquel pequeño huracán volvió a irse corriendo hacia su habitación, en el piso de arriba. Sacudí la cabeza mientras le veía subir las escaleras de dos en dos, y porque las piernas no le llegaban que si no lo haría de tres en tres. Rob se rascó la nuca y se quedó un momento perdido en sus pensamientos mientras yo me levantaba del taburete y me estiraba, dispuesto a volver al apartamento y hablarlo todo con la detective. Más que nada quería disculparme por haberla dejado tirada.
- ¿Te vas ya? – preguntó, alzando la cabeza para mirarme.
Asentí, subiendo las comisuras de mis labios para dibujar una sonrisa. El alcalde se empeñó en acompañarme a la salida, así que fuimos en silencio hasta que llegamos al patio, donde había aparcado. Rob se cruzó de brazos, pareciendo menos preocupado tras nuestra charla. Le di un suave golpe en el hombro, sonriendo.
- Siempre actuando como un hermano mayor, ¿eh? – bromeé.
- ¡Qué remedio! – dijo, siguiéndome el rollo y alzando los brazos al cielo como si estuviera desesperado.
Arranqué, notando vibrar mi asiento bajo las piernas y por unos segundos solo se escuchó el rugir del motor. Una pequeña cara se asomó a una de las ventanas frontales de la mansión y agitó su mano con gran ilusión. Le sonreí a Jace y le devolví el saludo. Aceleré mientras mantenía el freno pisado y entonces recordé un problema importante.
- Por cierto, nos habéis puesto en el mismo apartamento y hay solo una cama.
- ¿Te tocó el sillón? Pobre... - Rob fingió compasión, pero luego soltó una gran risotada y me golpeó suavemente el brazo con su puño. – Tienes la buhardilla.
- ¿Hay una buhardilla? – pregunté, sorprendido.
- Sí, lo que pasa es que la trampilla es de las de techo y casi no se ve, tienes que fijarte bien.
- ¡Aaahmigo! – dije, entendiéndolo todo. – Gracias, Rob.
- ¿Por? – inquirió él, un poco descolocado.
- Por todo – me encogí de hombros, sonriendo.
Volví a acelerar pero esta vez solté el freno y salí disparado del jardín de grava. Miré por encima de mi hombro una última vez y saludé a Rob con la mano.
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No se lo podía creer. ¡La había dejado tirada allí! Sin medio de transporte ni tener idea alguna de dónde estaba la casa del alcalde. Sabía que estaba cerca pero no dónde. Beckett le dio una patada a una piedra, viéndola rebotar contra el suelo hasta que se coló entre unas plantas, llegando al final de su travesía. La detective se apartó el pelo de la cara, recogiéndoselo en un moño, y puso los brazos en jarra, mirando a ambos lados de la carretera, esperando que algún buen samaritano supiera dónde vivía el alcalde de New York.
Suspiró con frustración y sacó el móvil, buscando el número de Castle, pero no recordaba si lo tenía o no. ¿Se lo había pedido? Emitió un gruñido de enfado, no lo tenía. Sintió unas ganas tremendas de pegar a alguien, descargar toda esa rabia acumulada contra un saco de boxeo, eso siempre le ayudaba. Pero aquí no tenía saco de boxeo así que o usaba una almohada o...
- Se va a enterar ese escritorzuelo cuando venga – masculló entre dientes.
Volvió a entrar en el apartamento, agradeciendo ese fresquito que le proporcionó el aire acondicionado contra la piel desnuda de sus brazos y cara. Beckett se quedó un rato parada en la entrada, dejando que la corriente la refrescara, y luego se sentó en el sillón con el portátil en las piernas. Era imposible que la casa del alcalde pasara desapercibida para los medios de comunicación, debía de haber algún artículo o algo. Vio encima de la mesa el periódico de ese día, lo había traído Dolly junto con las cerezas del desayuno. Una sonrisa asomó a sus labios al pensar en la amable mujer.
Beckett sacudió la cabeza, necesitaba concentrarse. Cogió el periódico sin abrirlo ni nada, solo quería ver cómo se llamaba la parte de la isla en la que estaban. En el portátil abrió el Google Maps y metió su dirección, para situarse y usar el Street View para buscar la casa del alcalde en caso de que no hubiera una dirección escrita en algún artículo.
- Vale, nosotros estamos en Barbados, Bath Beach. Y yo quiero ir a... - empezó a decir en voz baja lo que estaba haciendo, como siempre que tenían un caso un poco enrevesado en el que se habían atascado. Oírse a sí misma exponer las cosas a veces la conducían a pistas y le hacía ver cosas que antes no había considerado relevantes o en las que no había caído.
A la detective se le ocurrió mirar en el periódico que aún tenía en las manos, por si salía algo sobre el alcalde. Era una idea remota pero no imposible, y dar por hecho nunca se debe hacer, eso se lo enseñaron bien en la Academia de Policía. Dejó el portátil sobre la mesita del centro, sin prestar atención al Google Maps que estaba cargando el Street View, y abrió el periódico por el índice para buscar la sección de noticias de la sociedad.
Deslizó el dedo índice por todos los títulos, dejando que su mirada fuera rápida, usando esa capacidad que había desarrollado de tanto mirar registros telefónicos y bancarios.
- ¡Aja! – exclamó cuando encontró la sección de sociedad. Miró la página correspondiente, la 105.
Iba a buscarla cuando un estruendo frente a la puerta la sobresaltó, haciendo que dejara el periódico bruscamente en la mesa y se asomara a una ventana a ver quién era el imbécil con una moto que no sabía conducir sin armar escándalo.
Una moto negra se paró frente al portal y un hombre alto y delgado, con el casco puesto todavía, se bajó de ella, guardando los guantes en el cajón bajo el asiento. Beckett ladeó la cabeza, esperando a que se quitara el casco, y aprovechando para admirar el cuerpo de ese hombre. Éste se llevó las manos a la cabeza, desabrochando la cinta que le sujetaba el casco a la cabeza, y se lo quitó de espaldas a la detective. Kate admiró los músculos de su espalda, viéndolos contraerse y estirarse con sus movimientos, y se mordió el labio inferior inconscientemente, pensando que no estaba nada mal... Y entonces el hombre finalmente se giró, llevándose una mano a la cabeza para retirarse el mojado pelo de la cara en un gesto muy familiar para la detective.
- No me jodas... - susurró, con los ojos clavados en la cara de Castle.
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In Dubio Pro Reo
Детектив / ТриллерAU. Richard Castle lleva una doble vida secreta desencadenada por un suceso del pasado. Kate Beckett es una detective de robos que está segura de conocer esta doble vida pero no consigue pruebas suficientes. ¿Qué pasará si se ven obligados a trabaja...