24: DECISION

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Giro mi rostro para ver a Jay, quien reía con Diego y Fer. Lo veo sonreír, y por más que quiero sonreír de vuelta, no puedo. De repente esa seguridad que tenía con su presencia, esa que me hizo estar despierta horas hasta decidirme por completo en ese definitivo, ahora se volvía a uno dubitativo. ¿Por qué? Si estaba decidida a continuar con mi vida, si pensaba hablar con él y decirle que sí aceptaba su pregunta ahora que sabía que me gustaba y que había muchas probabilidades de que pudiera enamorarme igual, dudo. Una mano toma mi brazo, alzándome con ella y guiándome a algún lugar. Mi razón y corazón habían vuelto a discutir, lo que nubla la realidad en la que estoy, hasta que su voz me saca del mismo. Jay está en mi delante, con una mirada preocupada y una mano descansando en mi mejilla. Al darme cuenta de eso, retrocedo, haciendo que su mano caiga lentamente.

- Madison, ¿pasa algo? Adentro has estado perdida... ¿estás bien?

- Ah... sí, estoy bien -me forcé a sonreír- sólo que aún seguía sin creer lo del regalo de Gabriel, eso es todo -río falsamente- estuvo... genial.

- Llegué demasiado tarde, ¿cierto? -pregunta de repente.

- ¿Eh? ¿A qué te refieres? -mi mente deja de lado todo ese caos para prestar atención a las palabras de Jay.

- Que si llegué demasiado tarde. Que si debí haberme confesado hace meses y no recién ahora, que si debí haberte hablado desde el primer día de clases, que si debí haberte conocido desde antes.

- Sigo sin entender lo que me quieres decir, Jay. -suspira pasándose una mano por su cabello corto. Sonríe mirando el cielo, para luego sonreírme a mí.

- La primera vez que te vi en el primer día de clases, me sorprendí. Los primeros pensamientos que tuve de ti fue que eras la más hermosa del salón, pero también un tipo de nerd o antisocial, pues siempre te sentabas adelante, y no solías hacer vida social a diferencia de las otras chicas. Había cambio de hora, y mientras otros salían al baño, a comprar algo o simplemente conversar, tú te colocabas tus audífonos y jugueteabas con tu lapicero, a veces simplemente mirabas afuera de la ventana, otras, sólo te recostabas sobre la carpeta fingiendo dormir. Me parecías curiosa, quería hablarte, ser tu amigo o algo, no lo sé, pero había algo en ti que me causaba curiosidad, queriendo conocerte más y no quedarme con esos prejuicios que había creado de lo que observaba. Incluso llegué a sentarme una carpeta detrás de ti, esperanzado a que voltearas y me miraras, me sonrieras, porque no sabía si me estabas evitando, o evitabas a todos. Llegué a tirar a propósito mi lapicero para pedirte ayuda, pero cuando estuve a punto de hacerlo, Diego apareció, levantó el lapicero, y salió del salón. Desde entonces, empecé a pasar por tu costado, y sólo podía ver un poco de tu rostro debido a los mechones, o tu perfil cuando tu mirada se perdía en ese amplio paisaje de luces decorativas que las casas mostraban. Tu mirada lucía perdida, pero sentía algo más, sentía pena, tristeza, algo de dolor quizás, incluso hasta los veía vidriosos, pero creí que era mi imaginación, que sólo era el reflejo de la luna o algo, hasta que te vi llorar. Fue un día de lluvia, a los dos meses del ciclo. Empezó a llover, y para el cambio de hora, nos comunicaron que el profesor no asistiría, por lo que teníamos la hora libre. La mayoría salió al comedor para cenar o simplemente andar por la universidad, sólo unos pocos se quedaron en el salón, como lo fuiste tú y como lo fui yo. Sacaste tus audífonos como de costumbre, y te los pusiste. Empezaste a mover la cabeza al ritmo de la música que te acompañaba, y yo sonreía de lejos al verte animada, o eso creía, hasta que de golpe, dejaste de hacerlo. Me extrañé, habías pasado casi una hora moviendo tu cabeza o tu pierna al ritmo, pero de la nada, dejaste de hacerlo. Vi tu mano apoyada sobre la carpeta cerrarse, volviéndose un puño, y eso me preocupó. Me levanté con la excusa de botar basura, y cuando quise regresar a mi sitio, te vi. Tu rostro estaba agachado, aun con tu mano en forma de puño, mojándose con gotas que caían de tu rostro. Lágrimas. Estabas llorando por alguna razón, por alguna canción o por algún recuerdo, lo sabía perfectamente porque yo también había pasado por eso. En ese momento me dieron ganas de ir y abrazarte a pesar que nunca hayamos entablado una conversación o un simple saludo. Te estabas destrozando escuchando aquella canción, o quizás la lluvia te volvía vulnerable, no lo sabía. Y estuve a punto de hacerlo, cuando los demás entraron al salón y tú, sin levantar la cabeza, secaste tus lágrimas lo más rápido posible. Subí hacia mi carpeta, para luego notar cómo volvías a menear tu cabeza y tu pie, pero tu puño seguía ahí. Estabas luchando entre ambas cosas, entre dejarte caer o levantarte, y no sabía el por qué pero, ya me habías interesado. Ya no era curiosidad, ahora tenía una razón de verdad para acercarme a ti. Porque me gustabas. Me gustó verte llorar, pero no me malinterpretes, me gustó verte porque sentía que yo podría ser ese que en un futuro te las limpiaría, o mejor, no permitiría que caigan, ni siquiera que amenacen salir de tus ojos, y lo haría, sólo que era demasiado tímido para esas cosas. Soy extrovertido con amistades, pero si me gusta alguien, es diferente, porque no la trataría del mismo modo, pero tú ni siquiera mi amiga eras, y eso me frustraba. Quería hablarte, decirte que aunque sea un extraño para ti, podías contar conmigo, pero tu mirada perdida, tus lágrimas, tu movimiento de cabeza pero el puño de tu mano no me lo permitían. Te veías herida, y temía miedo de herirte, así que decidí darte tiempo, a que mejoraras por tu parte para así poder saludarte. Y ese día llegó, cuando me golpeaste, al verte salir corriendo y escuchando tu "¡Disculpa!" sin voltear siquiera a verme, otra vez me ignorabas, pero al menos me habías dirigido la palabra, y con esa excusa, te seguí. Tu sonrisa cuando me agradeciste el haberte devuelto el fólder eliminaron el dolor que sentía en mi espalda por haber caído mal sobre las carpetas. Tu sonrisa me iluminó, me impactó, y gracias a que aceptaste acompañarme a comer hamburguesas, algo que inventé, decidí protegerte. Desde entonces he estado a tu lado como un amigo, pero han pasado años, y el sentimiento de gusto se volvió a uno de amor. Me enamoré de ti, Madison, me enamoré y no aguantaba las ganas de decirte que te quería y que te quería para mí, por lo que le comenté a Fer, y ambos ideamos algo para su cumpleaños. En su fiesta, se supone que yo te lo diría, pero al final no sucedió, y no porque no quise, sino porque sentía que no era el lugar apropiado, y quería hacerlo de una mejor forma donde me pudieras tomar en serio, por eso te dije que vendría luego a tu casa. Con Fer, fuimos a comprar aquellas flores de lirio que tanto te gustan, junto a una dedicatoria en carta. Llegué junto con ella, pues quería ver como sería tu reacción, pero Rita, al vernos, sólo bajó la mirada, lo que nos preocupó. Ella... ella nos contó la razón por la que no podíamos verte en esos momentos, y yo descubrí la razón por la que no solías sonreír demasiado, por la cual siempre te mantenías mirando a la ventana, el porqué de la nada suspirabas tan profundo, como expulsando cierta cantidad de dolor de tus pulmones, del por qué tu mirada era triste, y el porqué de tus lágrimas silenciosas en días de lluvia. Lo supe, y sentí de que no era el momento de hacerte saber mis sentimientos, porque los tuyos aún no estaban claros, y eso se notaba. Por eso, le pedí a Rita que no dijera nada de que ambos habíamos aparecido en tu casa, pero que guardara las flores.

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