Horas y horas de plática en aquel hogar cálido, donde la harmonía abundaba, al igual, que la buena vibra. El sol estaba saliendo por las nubes, dejando ver su brillo inigualable. Los dos chicos estaba unidos y no había nadie que los pudiese separar, sentían que había llegado el momento para renacer.
—Hoy. En la noche. Solos tú y yo —susurró Samuel al oído de Guillermo.
Guillermo sonrió. Sus ojos se iluminaron como dos luceros emitiendo una energía única.
—¿Aceptas? —preguntó Samuel.
—Acepto —dijo Guillermo tomando de las mejillas a Samuel y estampándole un gran y profundo beso.
—¡Uhh! La cosa se puso candente —dijo la madre de Guillermo con tono de burla.
Samuel, Guillermo y la madre rieron a carcajadas después de escuchar esas palabras.
Había caído la noche de manera veloz, Guillermo se dirigió a su habitación y al entrar se encontró con una gran sorpresa. En la cama había un traje elegante, pulcro y hermoso tendido de manera limpia en el colchón.
Guillermo analizo cada manga, cada adorno que tenia y quedaba anonadado con lo que miraba, sentía cierta ansiedad por probárselo y usarlo hoy en la cena con Samuel.
—¿Te gustó? —preguntó Samuel por detrás.
Guillermo sonrió con lágrimas en los ojos, lo miró y se balanceó en los brazos de Samuel, quien yacía en el marco de la puerta.
—Me encantó —susurró Guillermo en el oído de Samuel.
—Se te vera hermoso, serás único al ponértelo y brillaras como brillas cada vez que te veo —alagó Samuel mirándolo a los ojos. La escena era muy profunda y amorosa.
El momento había llegado, Samuel estaba listo con su traje negro. Se miraba muy apuesto y realmente trasmitía seguridad. Por otro lado Guillermo, el traje que aportaba era realmente hermoso, se veía apuesto y con clase.
—¿Estás listo? —preguntó Samuel tomando las manos de Guillermo. Esta noche sería muy especial para los dos.
Guillermo confirmó con la cabeza.
Ahí se encontraban Samuel y Guillermo, en camino al restaurante. Guillermo estaba muy nervioso, no sabía que había preparado Samuel y tampoco a que restaurante lo llevaría. Guillermo estaba disfrutando cada momento al lado de Samuel, que quería que fueran eternos para así no olvidarlos.
—¿A qué restaurante me llevaras? —preguntó Guillermo.
—Ya verás —respondió Samuel—, estoy seguro que te gustara.
Guillermo miraba por la ventana del taxi, veía como cada momento corría velozmente entre la brisa que cubría la noche. Apreciaba que la luna brillaba más que otros días. Algo tenía que pasar en esa velada.
—¿Estás listo? —preguntó Samuel tomando la mano de Guillermo.
Al fin habían llegado al restaurante. Dicho lugar era hermoso, con clase y un buen servicio. Orientaron a Guillermo y Samuel hacia su mesa, la cual, se encontraba al fondo.
—Esto es hermoso —dijo Guillermo recorriendo cada lugar del restaurante con su mirada.
Samuel movió la silla para que Guillermo se sentara. Samuel había pasado de un patán, a un caballero.
Guillermo sonrió al ver dicha actitud.
—Me encanta cuando ríes —comentó Samuel mirando los ojos de Guillermo. Brillaban al igual que la luna.
—¿Sí? —preguntó Guillermo riendo, sus ojos se hacían pequeños, pero seguía emitiendo la misma luz.
Samuel rio. Lo miró y le sonrió con la mejor sonrisa que había sido emitida por parte de él.
Después de aquellas risas comprometedoras, había llegado el vino. Algo que no podía faltar en una cena romántica.
—Se que esto es pronto, que tal vez pienses que no puedo hacerte lo suficientemente feliz...
—¿Qué dices? —interrumpió Guillermo.
Samuel saco una pequeña caja de su bolsillo.
Guillermo se impresiono y no dudo en sonreír por lo que esperaba que fuese.
—¿Es enserio esto? —preguntó Guillermo tratando de quitar las pequeñas lagrimas de sus ojos.
Samuel se levanto de su silla, se acercó a Guillermo y de rodillas pidió.
—¿Quieres casarte conmigo? —preguntó de rodillas Samuel—, prometo hacerte feliz día y noche. Si dices que sí, me harás el hombre más feliz del mundo.